El inglés de las flores vive en Bariloche

El Gringo, como lo conocen, instaló dos inmensas canastas llenas de copetes y lobelias a la vera de la avenida Bustillo, allí donde también construyó, veinte años atrás, un mirador.

Historias únicas: Neil Callwood

A casi 2 kilómetros del centro de Bariloche, hacia el oeste, los turistas que circulan por ese sector observan cómo un hombre termina incansablemente de instalar dos inmensas canastas de las que brotan infinidad de flores de tonos anaranjados y azulados, sobre la banquina de la avenida Bustillo.

Va y viene. Una y otra vez. Desde un jeep blanco empuja una pequeña carretilla cargada con plantines y una pala.

Las canastas prolijamente elaboradas con cañas y provistas de abundantes tagetes (o copetes) y lobelias rodean el mirador de madera que dos décadas atrás construyó ese mismo hombre.

Neil Callwood nació en un pueblo de Inglaterra, casi en el límite con Gales. Pero se enamoró de una barilochense que no soportó los kilómetros de distancia y el amor pudo más. Allá por 1984 se instalaron en la ciudad, donde pusieron en marcha un complejo de bungalows al que llamaron La Caleta, frente al lago Nahuel Huapi.

“Dos de mis hijos nacieron allá y otros tres acá, cuando ya nos vinimos”, relató este hombre conocido como El Gringo, con marcado acento inglés y una piel blanca muy curtida por el sol.

A pesar de sus 74 años, sale a correr tres veces por semana, bordeando el lago. Desde hace años, colabora con la Dirección de Parques y Jardines del Municipio para mantener las flores y el césped del llamado “monolito” que marca el inicio de la avenida Bustillo.

La esposa de Callwood preside la Sociedad de Horticultura y fue esencial a la hora de elaborar las canastas con flores que terminaron por embellecer y colorear la zona y que cuentan hasta con un sistema de riego. “Nosotros mismos hicimos las plantas. Son fáciles de hacer y muy caras para comprar en tanta cantidad”, explicó El Gringo.

“Me gustaría decir que es un invento nuestro pero vimos estas canastas hace dos años en un viaje muy lejos de aquí”, bromeó Callwood y continuó: “Nos encantó y nos propusimos replicarlo algún día. Hace una semana, mi mujer me dijo: ¿y las canastas? Y bastó para que nos pusiéramos en marcha”.

El inglés advirtió que las cañas son “de sauce mimbre de los alrededores, ya que todos los años hacemos una poda para no tapar la vista”.

Y ahí están, una a cada lado del mirador que seduce a los turistas.

“Hola, amigo”, le dice Callwood, con su rostro amable y sonrisa amplia, a un turista que descansa sobre la baranda del mirador que él mismo construyó veinte años atrás como una forma distinta, según explica, de publicitar su complejo emplazado justamente enfrente, en el kilómetro 1,9.

“Quise imitar el estilo del Centro Cívico para que llame la atención. Y lo terminé levantando en solo un mes con la ayuda de mi hijo, que en aquel tiempo trabajaba conmigo”, reconoció el ideólogo y autor material.

A pocos metros del mirador que alberga dos bancos de madera, descansa un cartel de madera que advierte sobre el establecimiento hotelero. Debajo de esta construcción, Callwood también se tomó el trabajo de levantar una defensa de cemento.

“Casi no había banquina. A un costado de la ruta había precipicio. Por eso presenté una nota escrita a mano a las autoridades del Municipio pidiendo permiso para rellenar el terreno para hacer una terraza, parquizar el lugar y hacer un espacio para los vehículos. Fueron medio desconfiados al principio”, dijo riéndose Callwood.

En varias ocasiones, vehículos impactaron contra el cartel del complejo y el mirador. “La última vez tumbaron por completo el mirador. Directamente lo corrieron, pero sirvió para amortiguar la caída del auto. Si no, se mataban”, remarcó el inglés.

marcelo martinez


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