El dinero… ¿sirve para algo?

La carta destacada

Desde que el hombre cubrió su necesidad de un instrumento para el “intercambio” (comercios, pagos, etc.) utilizando la sal común como “moneda de cambio” (de ahí el término “salario”), el “dinero”, en sus diversas formas (monedas, billetes, etc.), es un instrumento indispensable.

Yo voy a referirme a una idea que me surgió al ver una estadística: “El 5% de la población mundial tiene acumuladas más reservas monetarias inmóviles que el resto de la humanidad”. Pensé en las fastuosas sumas que se acumulan, improductivas, en los “paraísos fiscales”: islas Caimán, Panamá, Suiza y mucho más. ¿Quién no sabe de los billones de dólares que tiene China en sus reservas? Súmele, imagine, las reservas de cada país, los enormes capitales que respaldan a las bancas internacionales, las inversiones ociosas de las compañías multinacionales, etc.; representan una suma incalculable. Y me pregunto: ¿brindan a la humanidad algún beneficio, solucionan algunos de sus muchos problemas? Ninguno. Pero sí podrían crearlos: concentración de poder, financiación de guerras, etc. Y me dije: ¿qué destino benefactor podría dárseles? Sólo un porcentaje de estas montañas de dinero podría salvar a la humanidad del flagelo que más nos angustia hoy: la posibilidad de la extinción de la especie humana a causa del “cambio climático” (efecto invernadero) y de la contaminación de continentes
y mares.

El mundo científico no tiene ya la misma duda sobre esta posibilidad. Sólo no puede determinar cuánto tiempo nos queda y si aún estaremos a tiempo. También está seguro de que el único camino es el reemplazo de combustibles fósiles en la producción de energía, por las ya conocidas y desarrolladas fuentes “limpias” (eólicas, solares, biológicas, etc.). Pero para este objetivo es angustiosamente estrecho el tiempo del que disponemos y hacen falta enormes capitales para lograrlo. ¿Y qué se hizo, desde 1997, año del Tratado de Tokio, que comprometía a todos los países a un 5% de reducción de las emisiones de CO2 (anhídrido carbónico) para el 2012? Muy poco, casi nada. Estados Unidos no adhirió, pese (y por mucho) a ser el mayor contaminante.

Aquí es donde pensé: si un porcentaje de los enormes capitales ociosos (algunos europeos) se destinara a financiar la reconversión propuesta ese dinero tendría un sentido: estaría salvando la existencia de nuestra especie.

“¡Qué utopía!”, estarán pensando algunos. Yo les recuerdo la reflexión de mi admirado Eduardo Galeano: el horizonte se aleja, yo camino y se aleja más. Así es la utopía… ¿Y para qué sirve la utopía? Para seguir andando.

Aunque sea una utopía la difundo, como hace el cardo con su volátil semilla. Podrá o no germinar, pero sin semilla no habría nueva planta.

Carlos H. López

DNI 4.820.317

Carlos H. López

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