bolita menos”

“¡Mejor! ¡Un bolita menos!” largó el pibe del Nahuel Hue cuando comentábamos unos meses atrás que un hombre boliviano había muerto en el Alto en un enfrentamiento. Después de eso, como suele pasar en la dinámica del San José Obrero, vino una charla sobre la xenofobia, la discriminación, la patria grande latinoamericana…

Esta escena me volvió a la memoria al leer la terrible noticia del hombre boliviano muerto al incendiarse su casa unos días atrás en el barrio 29 de Septiembre, “la toma del Diarco”. Rápidamente las noticias nuevas taparon a las viejas, tristemente mucho más rápido que si el muerto fuera argentino y el incendio hubiera sido en Melipal –en ese caso la noticia hubiera sido principal por varios días–.

Somos todos iguales, pero algunos son más iguales que otros.

Las crónicas son conmocionantes: “Un nene de 9 años con los pies ensangrentados y la espalda quemada, pidiendo a los gritos que no dejaran morir a su papá, y que si se moría prefería morirse con él”. El contexto simple al relatar es el que siempre ignoramos como comunidad. “Una casilla de madera y cartón en una toma, quemada en pocos minutos, tan pocos que Mario de 35 años no logró escapar de las llamas”. La tragedia grande del pibito que también gritaba porque “su papá es lo único que tenía” y porque “se le quemaban los cuadernos de la escuela”. Un pibito de 9 años, quemado, sin madre, quemado su papá hasta morir, quemada su ropa, quemadas sus cosas, quemada su precaria vivienda en una toma, en una de las ciudades más lindas del mundo…

Pregunté al cura Miguel de la parroquia San Cayetano, que suele trabajar en la toma acercando a las familias y ayudando a construir un salón comunitario, si conocía a Mario, pero no, son muchas personas en la toma me contestó. “Y te digo una cosa más –me dijo– es un milagro que no haya más muertos, hay cables por el piso que atraviesan zanjas de agua y muchos pibitos jugando en patas por ahí”. Una toma precaria de tierras en una de las regiones más despobladas del planeta. El lucro, la especulación inmobiliaria, el abandono del campo, el fracaso del Estado y la búsqueda de futuro de los desheredados así lo mandan.

Es necesario aprovechar cada oportunidad para concientizar a muchos barilochenses que todavía lo ignoran. En nuestra ciudad hay mucha gente que vive en casillas de chapas y cartón, a veces de nylon, con piso de tierra, sin agua ni gas, con un tacho en el que queman leña, colgados de la luz, sin baño, con una letrina a pocos metros. En estas casas viven adultos que la pelean para sobrevivir, y pibitos que así arrancan sus vidas. A veces van a buscar comida al basurero y así tratan de sostener la escuela, esa que después habla de la prueba PISA para la excelencia educativa.

Mario era boliviano, dignísimo pueblo trabajador de antiguas culturas, milenarios constructores y sembradores incansables, tareas que hoy siguen honrando.

Hay mucha discriminación en nuestra sociedad, de ricos contra pobres y de pobres contra pobres. Hay un formato de persona que recibimos por los medios que es el que encaja, el que debemos ser, el que debemos parecer; al resto lo condenamos por inadecuado. Y si es latinoamericano con rasgos originarios, peor… si encima es boliviano o paraguayo, peor.

¡Qué distinto capital social tienen los pibitos de la toma respecto de los que provocan que todos los días se corte el tránsito en la Av. Pioneros para que puedan ingresar a su escuela de 10.000 por mes! Todos son pibitos, ni unos ni otros son culpables, pero ¡unos la tienen tan cuesta arriba y otros tan fácil!

Años después algunos dirán “un bolita menos”, “garralapala”, “los pobres son pobres porque quieren”, “choriplanero”…

Los valores que les transmitimos hoy son los que están formando la sociedad de mañana. Estamos jodidos.

Fernando Fernández

Herrero, taller San José Obrero

DNI 21.954.549

Fernando Fernández

Herrero, taller San José Obrero

DNI 21.954.549


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