Alerta: época de exámenes

Para cuando salga esta columna, miles de adolescentes estarán dándose cuenta de que ya casi finaliza el año escolar y que, como en un cuento de Dickens, los persiguen los fantasmas de las materias no aprobadas. Es época de desesperación y de agotamieto. Época de histerias y de urgencias académicas. De injusticias. Y es también alta temporada para los profesores particulares, nuestra última esperanza.

Ya hemos hablado aquí, y seguiremos haciéndolo, sobre el desastre gigante que es nuestra escuela secundaria, que mantiene un modelo de transmisión vertical de datos que ya debería estar muerto y enterrado y que es, justamente, el responsable de que los jóvenes que no han sabido o podido adecuarse al sistema (escribo esto y me viene a la cabeza la música de la canción “Another brick in the wall” de Pink Floyd) terminen en las mesas de exámenes con la amenaza de tener que repetir un año completo, ¡incluidas las materias en las que les fue bien!

Sí, es esa época del año y sí, tendemos a culpar a nuestros hijos por los fracasos escolares que pocas veces son solamente de ellos. Y más sí: hasta que no cierren todas las materias varios padres dejaremos de respirar. Por eso las historias que siguen, para sentirnos menos solos.

M., varón de 16 años, se llevará entre seis y ocho materias, y eso no le preocupa para nada. “Voy, las rindo y ya está”, dice M. y sus padres agregan que siempre termina aprobando, que no hace nada durante el año y luego, ¡milagro!, acomoda las calificaciones de manera que todos puedan continuar con sus vidas. A los padres de M. este escenario que se repite cada año los mantiene con la ansiedad alta pero a la vez se les nota cierto orgullo por el modo en que su hijo resuelve su situación. M. parece ser un buen ejemplo de supervivencia escolar: soporta el año sin luchar contra el sistema (va a la escuela, no tiene problemas de conducta, solo que no le interesa lo más mínimo lo que sucede en cada clase) y luego le gana al mismo. Es brillante, dice el padre. M. dice que es fácil: en los exámenes hay que saber copiarse y hay que conocer a los profesores. Dice que aunque no le interesó ninguna materia no pudo menos que oír, cada tanto, lo que se explicaba en clase, que con eso le alcanza a veces y que el resto es sentido común. Y mucha suerte, que a él parece no faltarle.

Distinto es el caso de J., mujer de 15 años. J. dice su madre, estudia, se preocupa y es responsable. Sin embargo eso parece no alcanzar y cada año se lleva un puñado de materias, hecho que va minando su autoestima. Como defensa, J. dice que no es inteligente, y eso parecería cerrar la discusión.

Inteligencias

Si las escuelas tuvieran en cuenta algunas de las tantas teorías sobre la inteligencia y los modos de aprender, y los avances en neurociencias, J. bien sabría que para nada es menos inteligente que los demás, que ni siquiera hay una inteligencia promedio. Entendería que su camino y sus tiempos no son los que dicta el colegio y que su ansiedad y preocupación constante le juegan en contra.

El sistema, y no ella, tendría que buscar otro modo de evaluar su ¿cantidad, calidad, nivel?, de conocimientos, porque eso es lo que la frena: el ser examinada. A esta altura del año, entonces, J. acude a un par de profesores particulares que la ayudan a preparar las materias y a enfrentar sus temores. Y luego todo dependerá de si se paraliza o no a la hora de rendir las materias adeudadas.

Las historias de M. y de J. son clásicas y conocidas para quienes trabajan con adolescentes, pero no son las únicas.

El fin del año escolar hace surgir cantidad de experiencias típicas y no tanto, y nos enfrenta a un sistema que no ayuda a nadie.

Está el chico que empezó bien el colegio pero cuya atención fue decreciendo porque nadie lo apuntaló en forma particular y a diario.

El caso de quien enfermó y perdió clases (y debe enfrentar ambos terrenos: curarse y ponerse al día, como si todo fuera su culpa). Está quien por problemas de conducta es castigado con bajas notas, aunque su rendimiento académico sea bueno. Está quien no estudió porque no quiso, rebelde hasta el fin. Y quien quiso estudiar y no pudo. Están los chicos que trabajan y los chicos cuyos profesores faltaron, hicieron paro, no estuvieron.

A todos ellos nosotros, los padres, los acompañaremos en diciembre, y otra vez en febrero y tal vez en marzo, deseando que cada profesor (que también está cansado, que también quiere terminar el año) vea lo que nosotros vemos: a chicas y chicos fabulosos y únicos que están creciendo y lo intentan. Que no son otro ladrillo en la pared. Y recién cuando nos traigan el bendito aprobado volveremos a respirar, por lo menos lo que resta del verano.

El fin del año escolar hace surgir cantidad de experiencias típicas y no tanto, y nos enfrenta a un sistema que no ayuda a nadie ni toma en cuenta todas las situaciones posibles.

Datos

El fin del año escolar hace surgir cantidad de experiencias típicas y no tanto, y nos enfrenta a un sistema que no ayuda a nadie ni toma en cuenta todas las situaciones posibles.

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