Amor y odio

Redacción

Por Redacción

Luego de un año en el que el odio fue noticia en forma constante, expresado masivamente e individualmente a través de manifestaciones violentas, inexplicables desde la razón, con motivos espurios y a veces exagerados, que comienzan sin motivos y terminan con destrucción, heridos y muerte, lleva a pensar si el odio en los seres humanos es innato o bien se genera y crea en el transcurrir de la vida.

La literatura ha tratado de responder esa pregunta, y sin desmerecer a tantas teorías y a modo ilustrativo se tomará el pensamiento de Juan David Nasio, psiquiatra y psicoanalista argentino.

Nasio sostiene que el ser humano contiene fuerzas de destrucción y de creación. Ambas interactúan y se confunden. Son las dos grandes tendencias antinómicas e indisociables, constitutivas de la naturaleza humana. El lector dirá: “Entonces no podemos esperar que la humanidad erradique definitivamente la violencia”. Nasio responde que es imposible: “Las fuerzas antagónicas que gobiernan nuestro psiquismo y condicionan nuestros comportamientos se expresan a través de dos sentimientos: el amor y el odio”.

La vida se manifiesta a través del amor y la fuerza de la muerte a través del odio. El amor y el odio traducen el choque de pulsiones en nuestro inconsciente.

Dejar actuar estas fuerzas libremente, es decir sin ningún tipo de control, resulta caótico: un amor y un odio incontrolable, inagotable, serían incompatibles con una vida en paz. Es por ello que el autor citado plantea otra teoría interesante para dominar esta situación: “Así como las fieras dejan de ser peligrosas cuando son adiestradas cotidianamente, el amor y el odio y las pulsiones que ellos generan deberán ser adiestrados en forma permanente. Nadie duda que ejercitar el amor cotidianamente resulta agradable y tiene buenos frutos, pero ¿ejercitar el odio en forma cotidiana? No sólo asusta, sino que además parece ser peligroso y justificaría, al menos psicoanalíticamente, la violencia. Es aquí donde se necesita profundizar el tema. Desde Freud se entiende que toda energía viviente en cuanto es encerrada se vuelve explosiva. Pero si esta energía se descarga progresivamente se vuelve creativa. Las pulsiones hierven cuando se reprimen y se les niega una salida en forma intempestiva, y se apaciguan al exteriorizarse con medida. Amor y odio deberán practicarse en forma cotidiana y mesurada, exteriorizando esas pulsiones con la idea de que se convertirán en energías creadoras. Este entrenamiento evitaría esa furia devastadora observada en cada acto de violencia.

Tanto el odio y el amor están presentes en las discusiones (sin violencia física) de las parejas. La ira de una discusión, amortiguada por el amor, se transforma en energía elaborada, que cumple con la función de consolidar la relación. La disputa en una pareja estable se convierte en una función económica: ser el amortiguador que permite evacuar el exceso pulsional. El odio amansado sirve como complemento del amor, lo nutre y lo fortalece.

Para Nasio, el odio tiene varias caras: se presenta como la expresión inmediata de la pulsión de muerte, el odio-pulsión, fuerza bruta y destructiva que es posible domesticar; el odio-reacción, el que se dispara como respuesta inmediata a un daño de la imagen de sí, imagen nutrida en la relación con el otro.

Este último odio se concentra con la finalidad de destruir al otro, quien me hizo sentir la fragilidad de lo que yo creía ser. Ese que nos señala que estamos equivocados, que rompió la ilusión que tenía de mí, de lo que yo creía ser, hay que eliminarlo. La intensidad del odio es proporcional al daño a mi imagen creída. “Prefiero odiar a sentirme triste, porque en el odio me concentro mientras que en la tristeza me disuelvo”.

Nasio concentra uno de los motivos del odio que se vive en nuestros días. Es el otro quien por su actitud hiere la imagen creada en mí. Creía ser algo distinto a lo que soy realmente, y ese que me señala lo que soy y me entristece: acciono mi odio y lo destruyo, de esa manera persisto.

Domeñar esta pulsión amortiguaría el efecto destructor que vemos cotidianamente en la sociedad. Es responsabilidad de cada uno abordar este tema, de un modo creativo, creando espacios para educar y adiestrar la manera de canalizar algo que se encuentra dentro de nosotros.


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