Canibalismo, guerra, revolución…

El estallido de la Gran Guerra en 1914 sorprendió al antropólogo Bronislaw Malinowski (1884-1942) en Papua-Nueva Guinea mientras desarrollaba una investigación sobre las tribus locales. Algunos de esos grupos tribales comían carne humana. Sus rituales los hacían consumir los restos de los guerreros derrotados. Malinowski había nacido en Cracovia, entonces parte del Imperio Austrohúngaro, aliado del poderoso Imperio Alemán. En tanto Nueva Guinea era un dominio británico. Esas potencias, desde fines de julio de 1914 iniciaron un brutal enfrentamiento que duraría más de cuatro años y arrojaría diez millones de víctimas. Malinowski debió permanecer hasta el final del conflicto como “internado” en la gran isla del Pacífico. Terminada la conflagración se hizo ciudadano británico. Mientras desarrollaba su investigación un anciano, miembro de uno de los grupos caníbales, enterado de la guerra y de las matanzas en Europa, le preguntó qué hacían los blancos con tanta carne. El antropólogo le contestó que los europeos no comían carne humana. El anciano, perplejo, concluyó: ¿entonces matan por matar?

En 1922 Malinowski publica los resultados de su investigación en Los argonautas del Pacífico occidental, libro que revoluciona la antropología. La anécdota, rescatada por el antropólogo argentino Eduardo Menéndez, permite enlazar dos miradas culturales, sin duda muy diferentes a partir del desconocimiento del anciano de las ambiciones capitalistas que movieron ejércitos inmensos, fomentaron altísimos presupuestos y perfeccionan la ciencia para asesinar con mayor eficacia. A la vez que demostraba el alcance “mundial” de la Gran Guerra, a pesar de los escasos medios de comunicación de esos años.

Ciertamente, aquel diálogo contraponía dos culturas. Ambas referían a un lugar clásico del debate sobre la cultura. Barbarie o civilización. Transcurrieron cien años de aquellos eventos y la humanidad sigue interpelando aquel pasado planteando si la barbarie estuvo del lado de los generales y hombres políticos que condujeron las grandes batallas del Marne y Verdún o en la “cultura” de aquella tribu de caníbales de las islas del Pacífico.

El pasado 11 de noviembre se cumplieron noventa y nueve años de la firma del armisticio con que se puso fin a la Primera Guerra Mundial y de ese impulso de “matar por matar” según el anciano tribal. Una Guerra que trajo una Revolución. Rusia fue su escenario. Y el mes noviembre el punto de partida para construir una sociedad de nuevo tipo. Cien años han transcurrido de este otro magno acontecimiento.

Esa Revolución y la primera contienda abren el siglo XX. Y con ello el siglo corto que identificó el gran historiador británico Eric Hobsbawm para referirse al período que se cierra con el desmoronamiento de la Unión Soviética en 1991. Ciertamente, Guerra y Revolución constituyeron un momento compacto de la historia, y eventos extraordinarios por su alcance universal. También establecieron una frontera entre el viejo y el nuevo canibalismo con que se puso en tensión el ideal de civilización. Los muertos por guerras y revoluciones entonces empezaron a contarse por millones.

Mientras tanto, muchos morían de hambre por los descalabros económicos. De hecho, el armisticio de noviembre de 1917 ocurrió por esa combinación de desesperación y agotamiento por debilitamiento moral y hambre de muchos ejércitos. El ruso se desmoronó primero y de allí todo fue revolución. El ejército alemán y su pueblo también fueron presas del hambre, y con ello el llamado a poner fin al conflicto mundial.

La Revolución Rusa y el proceso contrarevolucionario que encendió, sumó otros millones de víctimas. Uno de los constructores de la nueva Unión Soviética, Joseph Stalin, agregó millones más. Y es conocido que las hambrunas de Ucrania y otras regiones llevaron a desenterrar muertos para que los vivos pudieran seguir con vida.

Cien años del inicio de aquel evento que relanzó el ideal de transformación radical de una sociedad. Y que canibalizó a decenas de hombres y mujeres dirigentes del movimiento revolucionario. También las ideologías fueron canibalizadas por aquella trágica dinámica. El conservadurismo y por sobre todo el liberalismo resultaron deglutidas por los resultados de aquella historia.

Nacieron entonces un tipo nacionalismo y otro sentido de democracia. Reconstituidos ambos a partir de fórmulas unanimistas, ya sea de un solo partido, raza o clase. Desde entonces, con la trágica parada de la segunda Guerra Mundial y la inmediata posguerra se continuó con el camino de la igualdad frente a la muerte. De un mundo que canibalizó la condición humana. El orden antiguo se había superado, pero con ello asomó una modernidad que interpeló lo viejo sin ofrecerle mejores certidumbres que el hombre lobo del hombre. Mucho del nuevo siglo XXI tiene este sello.

* Profesor de Historia y Derecho Político, UNC

La Revolución Rusa, que cumple cien años este mes, relanzó el ideal de transformación radical de una sociedad. Y canibalizó a decenas de revolucionarios, al igual que algunas ideologías.

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La Revolución Rusa, que cumple cien años este mes, relanzó el ideal de transformación radical de una sociedad. Y canibalizó a decenas de revolucionarios, al igual que algunas ideologías.

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