China: el pasado es la base del futuro

Mirando al sur

China es no sólo una de las más antiguas civilizaciones que permanecen en pie, sino que es el país del futuro. Desde hace al menos 5.000 años, China no ha dejado de renovarse, transformarse, fingir someterse y finalmente seducir (o dominar por medios menos pacíficos) a todos los que se atrevieron a enfrentarla. Hace apenas medio siglo, la población china se encontraba entre los países más miserables del planeta y hoy tiene el mayor PBI del mundo (si se lo mide en PPA, es decir en paridad de poder adquisitivo, alcanzando la escalofriante cifra de 21 billones de dólares) o el segundo (si se lo mide en dólares, quedando entonces en la nada despreciable cantidad de 12 billones de dólares, apenas superado por los Estados Unidos).

Todas las cifras chinas son apabullantes. Hay más ciegos o sordos en China que en la suma de las tres América más toda Europa (y también más habitantes que en la suma de ambos continentes). Desde el 2200 antes de nuestra era hasta comienzos del siglo XX, China fue gobernada por una serie de dinastías que fueron ampliando las fronteras, desde el valle del río Amarillo y la costa del mar de China hasta el Tíbet, Mongolia y las selvas del Sur, haciendo que la superficie de ese país hoy sea la tercera más extensa del planeta (unos 9.500.000 kilómetros cuadrados con 14.500 kilómetros de costa sobre el mar).

En el siglo XX, China encaró una serie de profundas transformaciones políticas y económicas que convirtieron a uno de los países más pobres en el gigante económico, político y militar de la actualidad. El principio fue la revolución china. En 1949, los comunistas instauraron un régimen de partido único y nulas libertades civiles que aún continúa casi inalterado.

Durante los primeros 30 años de la revolución china, Mao fue el gran conductor: logró mantener a China unida, y reinsertarla en el mundo, pero para eso el país pagó un alto precio. La colectivización forzada destruyó la economía y varias decenas de millones de personas murieron de hambre en los años más terribles de la primera etapa revolucionaria.

Tras la muerte de Mao, en 1978 el Partido Comunista, bajo la conducción de Deng Xiaoping, apostó por una reforma radical (que mezcló capitalismo liberal con autoritarismo político).

Esa fórmula convirtió a China en una de las grandes potencias. En estos 40 años el PBI chino se multiplicó por 28 (y el PBI industrial se multiplicó por 150). No hay ningún otro país (menos aún con una población de alrededor de 1.500.000.000 de habitantes) que haya crecido de manera parecida en toda la historia.

De cada 10 juguetes que se producen en el mundo, 7 se fabrican en China. De cada 10 electrodomésticos, casi 4 son chinos. China es hoy la fábrica del planeta. Pero se equivocan los que creen que China no desarrolla tecnología ni diseños propios y piensan que lo único que hace es tomar las ideas de Occidente (en especial de EE. UU.) y reproducirlas de manera más barata.

En 1978, muy cerca de Hong Kong, en una zona casi despoblada, el gobierno chino tomó la decisión de fundar la ciudad de Shenzhen, que hoy cuenta con casi 15 millones de habitantes, y es la réplica oriental del Silicon Valley californiano. Es la zona económica más dinámica de China, basada en el emprendedorismo, y donde se crean todos los nuevos prototipos que meses o años más tarde inundan las góndolas de todos los negocios del planeta.

En Shenzhen se lleva al paroxismo la idea de la reforma económica china: copiar, mejorar, inventar. En los 50 y 60, Japón y Corea del Sur apostaron por ese modelo: tomaban los productos estadounidenses o alemanes y los hacían más baratos (a veces, sacrificando calidad) hasta que en los 70 ya pudieron competir de igual a igual e, incluso, estar un paso adelante en muchos aspectos.

Lo que China está haciendo hoy tiene un parecido con lo que hicieron Japón y Corea, pero en una escala gigantesca. Por eso, en apenas 30 años logró sacar de la miseria a más de 600.000.000 de personas –unas 15 veces toda la Argentina–.

Esta semana estuvo en Buenos Aires Jack Ma, el empresario innovador más conspicuo de la nueva China (es el fundador del grupo Alibaba, uno de los gigantes de los negocios on-line).

En su conferencia en el Centro Cultural de la Ciencia Jack Ma deslumbró al público repitiendo la fórmula que China viene aplicando desde la Reforma Económica: “En lugar de aprender del éxito de los demás, aprendan de sus errores. La mayoría fracasa por las mismas razones; en cambio, el éxito tiene motivos muy diferentes”.

“En el fracaso está la oportunidad de mejorar. Los que tienen éxito no escuchan, por lo tanto no aprenden ni mejoran”; “Nadie es experto en el futuro, sólo hay expertos en el pasado”; “Hay que estar todo el tiempo dispuesto a cambiar, a aprender y a mejorar. Nunca hay que darse por vencido ni por satisfecho”.

Napoleón predijo hace 200 años que el siglo XXI sería el del dominio de China. Él sostenía que desde el origen de la historia de la humanidad China había sido la cultura más avanzada, salvo durante los 4 siglos del Imperio Romano y los (por entonces) tres siglos de la Modernidad, en los que Europa había logrado la primacía, tras el viaje de Colón y la conquista de América. Pero que esa ventaja europea se perdería en los próximos dos siglos porque China aprendería de Europa y la superaría nuevamente. Parece ser que lo que predijo Napoleón es lo que hoy está pasando.

China aprende y aprende muy rápido.

En el siglo XX, China hizo profundas reformas políticas y económicas que convirtieron a uno de los países más pobres en el gigante económico, político y militar de la actualidad.

En Shenzhen se lleva al paroxismo la idea de la reforma económica china: copiar, mejorar, inventar. Tiene parecido con lo que ya hicieron Japón y Corea, pero a escala gigantesca.

Datos

En el siglo XX, China hizo profundas reformas políticas y económicas que convirtieron a uno de los países más pobres en el gigante económico, político y militar de la actualidad.
En Shenzhen se lleva al paroxismo la idea de la reforma económica china: copiar, mejorar, inventar. Tiene parecido con lo que ya hicieron Japón y Corea, pero a escala gigantesca.

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