Cisnes blancos en el horizonte

Según lo veo

Puede que estemos por asistir a una nueva convulsión financiera atribuible a la resistencia de los políticos y tecnócratas presuntamente mejor capacitados del mundo a aprender de la anterior. Hace ocho años, el desplome de un banco de inversiones norteamericano llamado Lehman Brothers desató una crisis tremenda que, además de depauperar a decenas de millones de personas y provocar estragos en la economía real de todos los países desarrollados, puso fin a un período de optimismo generalizado que, días antes, parecía destinado a perpetuarse. Sorprendidos por la magnitud de un desastre que muy pocos habían previsto, los gobiernos de los países más importantes se comprometieron a reformar el sistema para asegurar que nada parecido sucediera en el futuro.

Parecería que algunos gobiernos, comenzando con el alemán, decidieron que no les sería necesario hacer los deberes. Es por tal motivo que, para inquietud no sólo de los interesados en las vicisitudes del poco transparente mundillo financiero internacional en que a diario se mueven trillones de dólares, euros y yuanes, sino también de muchos otros, en cualquier momento podrían estallar algunas instituciones que son decididamente mayores que la juzgada culpable de la “gran recesión” que se originó en Estados Unidos y que aún persiste en el sur de Europa, donde una tasa de desempleo por encima del 20% ya es normal.

En esta oportunidad, no se trataría de la llegada imprevista de algunos “cisnes negros”, o sea de sucesos que virtualmente nadie creía posibles hasta que un buen día se concretaron, sino de aves blancas de una especie bien conocida. Aunque las dificultades enfrentadas por las entidades financieras más vulnerables han sido notorias desde hace varios años, los políticos, economistas y comentaristas más influyentes han preferido minimizar los riesgos que plantean, en parte porque no les gusta ser acusados de sembrar alarma, y en parte por sentir que el universo financiero es tan misterioso que sería inútil intentar formular pronósticos. Sea como fuere, es de esperar que todos los gobiernos, incluyendo al macrista, hayan preparado un plan B por si acaso.

Encabeza la lista de instituciones precarias el Deutsche Bank alemán, cuyo valor de mercado ha caído precipitadamente en las semanas últimas al amenazar las autoridades financieras norteamericanas con sancionarlo con una multa de 14.000 millones de dólares por su aporte a la crisis del 2008. En opinión de algunos, la nave insignia de la banca alemana no tardará en hundirse, lo que sí desencadenaría un maremoto de grandes proporciones. Además de hacerle la vida todavía más difícil a Angela Merkel, la “mujer más poderosa del mundo” que ya está en apuros debido a la decisión de abrir las puertas de su país para que entraran más de un millón de refugiados e inmigrantes económicos procedentes de Asia y África, la implosión bancaria que algunos suponen inevitable asestaría un golpe muy fuerte a la ya atribulada Unión Europea.

Merkel, apoyada por aquel severo paladín de la rectitud fiscal y flagelo de los griegos, italianos y otros sureños que a su juicio son congénitamente irresponsables, el ministro de Finanzas teutón, Wolfgang Schäuble, dice que no se le ocurriría tratar de rescatar el banco más importante de su país. Hombre de principios firmes, Schäuble no cree en subsidios.

Sin embargo, de caer el Deutsche Bank, sería más que probable que lo siguiera al abismo el sistema bancario italiano en su conjunto; abrumado como está por deudas incobrables, ya parece moribundo. Y lo que es más peligroso aún, es tan caótico el estado de las finanzas chinas que son cada vez más los agoreros que dicen que dentro de poco tiempo podrían depararnos una catástrofe “sub-prime” que sería peor que la que se inició en el 2008.

Con la presunta excepción de los financistas mismos, a nadie le gusta el poder que han adquirido los bancos e instituciones afines. Por cierto, los congénitamente envidiosos no son los únicos que creen que es obsceno que, luego de trabajar un par de horas, operadores astutos puedan ingeniárselas para embolsar fortunas fabulosas a costa de los ahorros de ciudadanos honestos. Así y todo, los resueltos a disciplinarlos, privándolos de algunos millones presuntamente mal habidos según las normas éticas que casi todos suelen reivindicar, pronto se enteran de que sus esfuerzos podrían resultar contraproducentes, ya que ninguna economía puede funcionar bien sin un sector financiero flexible. Asimismo, los financistas mismos no vacilan en advertir que estarían dispuestos a abandonar Nueva York, Londres o su ciudad suiza favorita y llevar su negocio a Hong Kong o Shanghai si un gobierno tratara de apropiarse de una parte a su entender excesiva de sus ingresos.

Huelga decir que tales personajes no son los únicos que rezan para que el Deutsche Bank logre mantenerse a flote, que de un modo u otro la banca italiana consiga sobrevivir por algunos años más y que resulte que China se ha liberado de las leyes matemáticas que países de dimensiones más modestas se ven constreñidos a respetar. También lo están haciendo miles de políticos y empresarios conscientes de que una reedición del crac del 2008 tendría un impacto muy fuerte en sus países respectivos.

Los más preocupados por lo que vislumbran en la turbulenta nebulosa financiera son los defensores del proyecto europeo; entienden que una gran crisis financiera en Alemania, la que con toda seguridad se vería seguida por otra en Italia, un país que en las décadas últimas ha crecido a una tasa “vegetativa”, podría significar la desintegración de la Eurozona. Sería cuestión de un revés muchísimo más grave que los ocasionados por el desbarajuste griego y el Brexit que, desde luego, tuvo repercusiones muy negativas. Al fin y al cabo, la Alemania de Merkel es no sólo la locomotora principal de la Unión Europea sino también el guardián de la dura lógica económica, el país que a su modo simboliza la estabilidad, lo que haría aún más desconcertante el eventual colapso de su banco emblemático.

No se trataría esta vez de la llegada imprevista de algunos “cisnes negros”, de sucesos que virtualmente nadie creía posibles hasta
que un buen día se concretaron.

Aunque las dificultades han sido notorias desde hace varios años, los políticos, economistas y comentaristas más influyentes han preferido minimizar los riesgos que plantean.

Datos

No se trataría esta vez de la llegada imprevista de algunos “cisnes negros”, de sucesos que virtualmente nadie creía posibles hasta
que un buen día se concretaron.
Aunque las dificultades han sido notorias desde hace varios años, los políticos, economistas y comentaristas más influyentes han preferido minimizar los riesgos que plantean.

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios