Conversaciones con el terapeuta (parte 2)

Mirando al sur

Continúa aquí el diálogo con el psicoanalista Pablo Melicchio, autor del libro “GPS para orientarnos por el mundo adolescente”, también escritor de ficción y padre de tres varones de entre 12 y 18 años. No hay duda de que entre lo privado y lo profesional Melicchio vive inmerso en esto de pensar la adolescencia, y de vivirla y disfrutarla, y sufrirla también.

P- Hay un par de ideas en tu libro, y en la vida, que parecen chocar. Por un lado el tema de la autoridad paterna. Vos planteás la no validez de la famosa frase “Es así porque lo digo yo”, sin embargo hay quienes opinan que un padre no debe dar explicaciones cuando pone un límite. Y a la vez hablás de desarrollar el pensamiento crítico en los jóvenes, que aprendan a decidir por sí mismos, a saber qué les conviene. Lo cual no puede ser de otra manera, claro, pero… cuando ese pensamiento crítico se enfrenta al límite es que chocan los planetas y estalla el universo. ¿Qué hacer ahí?

R- La frase “Es así porque lo digo yo” cierra el diálogo. El pensamiento crítico, en cambio, se construye desde la reflexión. Está bien poner un límite pero también explicar a qué se debe esa norma. El choque entre generaciones es natural y necesario. La puesta de límites es un ordenador. Los jóvenes pueden decidir por sí mismos cuando se van sintiendo seguros y esa seguridad se construye con el adulto. Cierto miedo a los padres, y enojo, es necesario para constituir una buena exogamia. Luego vendrá la reconciliación.

P- Insisto. Cuando uno pone un límite, por poner un ejemplo, un horario de llegada, y no se cumple… y se da otra oportunidad… y tampoco… y entonces se le dice “La próxima no salís” y salen igual… Uno adulto llega a un momento en que siente que ya no hay otro límite posible –o sea, no lo vas a encerrar–, ¿entonces…?

R- Ese caso es el de la provocación, si se pone un límite luego de una transgresión y el hijo vuelve a infringirlo la cosa se complica. Es el caso por caso, siempre, pero allí hay un adolescente bastante enojado. El límite muchas veces es exagerado o muy blando, estamos invitados siempre a la búsqueda del equilibrio, ni sargento ni amigo.

P- O sea que se puede negociar. Pero si se pone un límite, hay provocación y luego se negocia, ¿eso no mostraría falta de autoridad por parte de los padres?

R- No, la negociación, si no es todo el tiempo, descomprime. El adolescente muchas veces no cuenta con los recursos simbólicos, con las palabras, para explicar que le sucede algo, entonces actúa, se enoja, transgrede, se encierra. Allí es la figura adulta la que debe abrir el juego, como sea. Negociar es descomprimir. Si se negocia, siempre es un vínculo “comercial” y no el ejercicio de la paternidad.

P- Bien por esa diferencia. Cambiando de tema, cuando escribís: “Sólo puede salvarte la conexión con vos mismo, con tus deseos”, ¿dónde quedan los amigos? ¿No hay un camino que pasa por lo grupal?

R- Hay una subjetividad que se va creando a partir de separarse de los otros. Desde el principio somos efecto de lo que los otros “hacen de nosotros”, la cultura, las imposiciones propias de la época. En la adolescencia el par es un refugio. Siempre es importante el otro, pero muchas veces es un modo de que quedemos alienados a lo que no somos.

P- Cambio de tema. ¿Cómo reconocer un comportamiento sano de otro patológico? Por ejemplo: ¿cuándo un insulto, un lanzar algo, es un llamado de auxilio y cuándo una agresión?

R- Lo patológico no es un acto aislado. Un acto aislado puede estar indicando algo puntual que le está pasando al adolescente en ese momento. Lo patológico tiene varias aristas. La repetición indica que algo no está elaborado, trabajado. Un estallido puede ser un grito de auxilio, sólo eso, o el inicio de un brote psicótico.

P- ¿No te parece que los chicos usan el “Mis papás no me escuchan” un poco como excusa de todo? Parecería una manera también de sacarnos de encima.

R- Lo más importante es registrar al hijo en toda su dimensión, en sus actividades, creando espacios de encuentro y no sólo cuando está mal. Todos necesitamos del deseo propio y que nos deseen. Nunca alcanza lo que damos, por buenos que seamos el desajuste es inherente a la vida misma. Si los padres fueran perfectos los hijos no se irían de la casa… la imperfección es humana y necesaria para crecer.

P- Me asusta pensar que nunca se irán.

R- Por eso es mejor no ser perfectos (risas).

P- Última pregunta: ¿cómo propiciar el encuentro entre padres e hijos?

R- El encuentro es en la mesa familiar, es yendo juntos a hacer alguna compra. Muchas veces los hijos se abren mientras los trasladamos hacia algún sitio, cuando les pedimos ayuda y hacemos juntos una actividad doméstica. Para que nos presten atención primero tenemos que prestarles atención nosotros.

Al terminar esta conversación me quedé pensando que estaría fantástico que existiera un terapeuta de bolsillo al que uno pudiera consultar a cada paso, en relación a nuestros adolescentes: negociar ahora, ¿sí o no? ¿Le pego un par de gritos o me voy? ¿Lo dejo solo o lo acompaño? Los libros tienen un poco de eso, claro, y el resto será mantenerse abierto, atento, curioso. Como dice Melicchio al final de su obra: “La vida es andar. No hay caminos sin sobresaltos y siempre rectos, ni certezas que nos garanticen llegar a buen puerto”. Andemos.

El adolescente muchas veces no cuenta con los recursos simbólicos, con las palabras, para explicar que le sucede algo, entonces actúa, se enoja, transgrede, se encierra.

Muchas veces los hijos se abren mientras los trasladamos hacia algún sitio,

cuando les pedimos ayuda y hacemos juntos una actividad doméstica.

Datos

El adolescente muchas veces no cuenta con los recursos simbólicos, con las palabras, para explicar que le sucede algo, entonces actúa, se enoja, transgrede, se encierra.
Muchas veces los hijos se abren mientras los trasladamos hacia algún sitio,
cuando les pedimos ayuda y hacemos juntos una actividad doméstica.

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