Curtidos

Redacción

Por Redacción

Mirando al sur

Todavía hoy, para muchas familias con hijas mujeres las fiestas de quince son un hito. Simbólicamente, es un rito de pasaje en el que una mujer deja de ser niña, y el momento de su presentación en sociedad. Originalmente una costumbre de clase media y alta, luego se fue extendiendo a sectores más amplios. Hoy por hoy quizás haya perdido algo de su solemnidad, y es cierto que muchas chicas (las que pueden hacerlo, claro) piden “hacer un viaje”, con alguno de sus familiares o con las amigas. En todo caso, continúa siendo un momento en el cual las niñas entran simbólicamente en el mundo adulto.

El domingo 20 de agosto, N., una adolescente que cumplía quince años, recibió de regalo un Mini Cooper, uno de esos autitos mononos y maniobrables que dan tan bien en las publicidades y connotan un alto poder adquisitivo (valen alrededor de treinta mil dólares). Era el regalo de sus padres. Hay fotos del acontecimiento, pero no vemos el rostro de la menor, pues aparece pixelado. Sin embargo, la podemos imaginar feliz, con un ramo de flores en la mano, apoyada sobre el capó de su auto rojo. Para festejar, decidió salir a manejarlo por las calles de Posadas, provincia de Misiones. Hay que suponer que a nadie le pareció que no podía hacerlo. La chica ni siquiera tenía la edad para poseer un carnet que la habilitara a manejar. Pero además, cuando la detuvieron después de atropellar y matar a Juan Francisco Giménez, de 22 años, los policías vieron que tampoco tenía cédula verde ni póliza de seguro del vehículo. Al momento de escribir estas líneas, sabemos que la joven se negó a hacerse las pruebas de alcoholemia. Varios testigos afirman que cruzó un semáforo en rojo antes de embestir de frente la moto de Giménez y arrastrarlo más de cien metros. El fallecido era padre de una niña de dos años.

N. es inimputable: no puede comprender la gravedad de lo que hizo, ni las consecuencias de sus actos; no es penalmente responsable. Pero esta nota no es un alegato a favor de la baja de edad de imputabilidad. Más bien, es la triste constatación de que hubo adultos que por acción u omisión contribuyeron a que esa noche la chica se sentara con naturalidad al volante de su regalo de cumpleaños y matara a una persona. La pusieron a hacer cosas de adultos cuando todavía tenía que aprender a serlo. El padre atestiguó que se lo compró para que lo usara dentro de dos años, cuando tuviera edad para manejar: una respuesta de manual. El accidente que derivó en homicidio es algo con lo que es probable que su hija cargará de por vida. Ni hablar de la familia del joven atropellado. La verdad es que lo que genera tristeza, por lo que significan, son las primeras reacciones públicas de la menor. Son un síntoma. La adolescente es inimputable, pero eso no le impidió, como es de estilo ahora, hacer comentarios por las redes sociales: “Que se sigan curtiendo y hablando, cuando sepan realmente cómo fueron las cosas ahí que opinen”. Los medios, por una cuestión legal, preservaron su identidad, pero allí salió ella, a dar su opinión en Instagram sobre algo tan terrible como un accidente en el que perdió la vida una persona. No es extraño: hemos recibido noticias de gravedad política y leído opiniones sobre cuestiones graves vía Twitter. Verdades crudas en pocos caracteres, no tanto para estimular la capacidad de síntesis como para acompañar el bombardeo cotidiano.

Siempre me impresionó la expresión “Es una persona curtida”, alguien hecho a las privaciones, a las situaciones extremas. Alguien con experiencia. Por ejemplo, un veterano “curtido en mil batallas”, un dirigente gremial “curtido en la lucha”. Obviamente, que “se sigan curtiendo”, el mensaje de la chica, quiere decir otra cosa. Pero la verdad es que no pude dejar de pensar que la idea tiene una doble acepción: que la experiencia puede ir asociada a la insensibilidad y el acostumbramiento. Somos una sociedad “curtida”, hecha a noticias como esta, que pone a una adolescente en un lugar en el que no debería estar, porque antes sus mayores no ocuparon el lugar que debían tener. Una chica que “deja de ser niña” recibe irresponsablemente como regalo un auto de alta gama, y en su recorrido inaugural mata a una persona que iba en moto a trabajar a una estación de servicio. Un joven también, no muchos años mayor que ella. Jóvenes que mueren con tanta facilidad, en accidentes, en robos, debido a que nos hemos corrido hace años de nuestro lugar, o sencillamente que no hemos vuelto a pensar cuál es. Jóvenes que predominan en las cifras de desempleo y pobreza, en la población carcelaria. Jóvenes desamparados, víctimas-victimarios sometidos a un bombardeo que diluye límites, que anula la palabra puesta aunque sea para llamar la atención sobre las consecuencias de los actos.

Jóvenes con vidas efímeras en la sociedad de lo instantáneo y virtual. El padre del muerto sacó fotos al accidente, sin saber que le había costado la vida a su hijo, y las subió a Facebook. Allí, en esa horrenda casualidad, apareció la muerte para recordarnos con qué estamos jugando, la materialidad detrás de lo ilusorio, la necesidad de ampararnos y, sobre todo, de cuidar a los que aún nos necesitan más allá de lo que la ley de la instantaneidad quiera decir.

Testigos afirman que cruzó un semáforo en rojo antes de embestir de frente la moto de Giménez y arrastrarlo más de cien metros. El fallecido era padre de una niña de dos años.

Somos una sociedad “curtida”, que pone a una adolescente en un lugar en el que no debería estar, porque antes sus mayores no ocuparon el lugar que debían tener.

Datos

Testigos afirman que cruzó un semáforo en rojo antes de embestir de frente la moto de Giménez y arrastrarlo más de cien metros. El fallecido era padre de una niña de dos años.
Somos una sociedad “curtida”, que pone a una adolescente en un lugar en el que no debería estar, porque antes sus mayores no ocuparon el lugar que debían tener.

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