Desmenuzar los mitos sobre la menstruación

Es probable que muy pocas mujeres sepan que las toallas femeninas (compresas) que usan cuando menstrúan no fueron diseñadas para ellas y que eran, en realidad, apósitos quirúrgicos para hospitales. Cuando finalizó la Primera Guerra Mundial, y ante la cancelación de varios contratos, la empresa estadounidense Kimberly Clark se encontró con un enorme excedente y decidió comercializarlo.

Sin embargo, no es esto lo único que ignoran la mayoría de las mujeres sobre la menstruación. Mucho más importante es que el “cuerpo menstrual”, como lo llama la investigadora argentina Eugenia Tarzibachi en su reciente libro “Cosa de mujeres – Menstruación, género y poder” (Editorial Sudamericana), sigue siendo un territorio en disputa en el que se reproducen marcas de género, algo a lo que ha contribuido en gran parte lo que se conoce hoy día como la industria del “Femcare”, el cuidado femenino.

En primer lugar, como destaca Tarzibachi en su exhaustivo estudio de más de 300 páginas que define como “historia cultural de la menstruación”, la industria de toallas femeninas y tampones reprodujo, sin cuestionarla, la idea de que la menarca fija el ingreso de toda mujer en la femineidad, colocando la maternidad como el horizonte lógico y natural de cualquier niña.

A su vez, ese cuerpo socialmente problemático, que impedía a las mujeres funcionar con normalidad una vez al mes, debía ser domesticado y allí estaban las toallas y tampones para ayudar a ocultar aquello que tanta vergüenza causaba, en un doble discurso en el que se combinaron el orgullo y la vergüenza por ese mismo cuerpo.

“Se propuso así un posicionamiento subjetivo de desmentida del cuerpo menstrual: para que sea considerado femenino, hay que ocultar eso mismo que se dice te hace mujer”, dijo Tarzibachi, que es psicóloga y doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, en entrevista con DPA. “Hay muchas prácticas de producción de feminidad que suponen ir contra el cuerpo, como la depilación, pero la relativa a la menstruación es destacable. Por eso hablo de ‘tecnologías de desmentida del cuerpo’”, apuntó.

Además, la menstruación fue presentada siempre como un rasgo de pertenencia de las mujeres. “La asociación mujer-menstruación es y fue poderosísima como un marcador de cierta exclusividad a la pertenencia de un grupo. Muchas mujeres trans sienten, porque la cultura se los hace sentir, que nunca serán ‘verdaderas’ mujeres porque no menstrúan. Por eso, hoy se propone hablar de personas que menstrúan”, completó.

En otras palabras: la menstruación define a las personas que menstrúan “dentro de las coordenadas de la heterosexualidad y el destino reproductivo”, como escribe la investigadora en su libro. Y a la menstruación como un incordio inhabilitante que había que aprender a gestionar de forma moderna, construcción que la industria del “Femcare” ayudó a difundir desde su nacimiento no sólo a través de la publicidad, sino también de los cursos que las principales empresas como Kimberley Clark y Johnson & Johnson impartieron en escuelas de EE.UU y también otros países, como Argentina.

Como apunta Tarzibachi en su investigación, la industria del cuidado femenino capitalizó el movimiento feminista y la liberación femenina con el correr del siglo XX para vender sus productos. Toallas y tampones aparecieron como una liberación que permitía a las mujeres modernas llevar una vida activa.

“Hay una paradoja allí”, dijo la investigadora. “Al ayudarnos a esconder más efectivamente el cuerpo menstrual, estos ‘protectores’ parecieron liberarnos porque incrementaron la disposición del cuerpo y su productividad todos los días del mes. Pero la idea de la vergüenza por menstruar y la necesidad de ocultarla muy bien siguió vigente”, añadió.

Para Tarzibachi, uno de los principales desafíos que quedan por delante es, justamente, producir nuevos discursos sobre la menstruación para las nuevas generaciones de mujeres y varones. En línea con ese objetivo, está trabajando en un nuevo proyecto, un libro para niños y niñas. “Me parece que es una gran responsabilidad que tenemos ante las nuevas generaciones: ofrecerles narrativas que abran posibilidades, que den herramientas para decidir más que brindar respuestas fijas que sutilmente reproducen posicionamientos subjetivos tradicionales en torno al género”, señaló.

Pero más allá de lo simbólico, hay muchas otras cuestiones pendientes en lo concreto, apunta: una mejor educación sobre la menstruación, desnaturalizar el dolor, brindar libre acceso a toallas, tampones y otras tecnologías de gestión menstrual a poblaciones vulnerables como mujeres privadas de libertad o mujeres de sectores populares y pedir investigaciones independientes sobre la seguridad de todos estos productos. “Y también quitarles el IVA, porque no son productos de lujo sino de primera necesidad”, señaló.

Entonces, ¿es posible pensar en un discurso sobre la menstruación que no esté mediado por el mercantilismo? O mejor dicho: ¿se puede menstruar por fuera de la industria? “Creo que lo único liberador es la consciencia más plena posible sobre lo que determina nuestras vidas, y lo que elegimos y no para vivirlas”, opinó Tarzibachi. “Para despertar ese poder de elegir, primero es necesario pensar, reflexionar sobre la vida que vivimos. El libro es una invitación a pensar y deconstruir lo que parece natural y simplemente ‘es así porque es así’”, concluyó.

(DPA)

La industria de toallas femeninas y tampones reprodujo la idea que fija el ingreso de toda mujer en la femineidad, poniendo a la maternidad como horizonte lógico y natural.

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La industria de toallas femeninas y tampones reprodujo la idea que fija el ingreso de toda mujer en la femineidad, poniendo a la maternidad como horizonte lógico y natural.

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