Despertar con las bombas

Mirando al sur

La sensación de pequeñez y finitud ataca a las personas de diferentes maneras. A algunos los abruma frente al macizo de los Andes, o calados por una tormenta del Atlántico. Otros pueden conmocionarse frente a las descomunales fachadas acristaladas de una megalópolis. El dolor en las articulaciones, la falta de aire, nos pueden decir también que ya no estamos para algunos trotes. Supongo que el problema es el momento en el que la grandilocuente frase de que no nos va a alcanzar la vida para algo se hace real. Conlleva no solo la frustración por una tarea inconclusa, sino la constatación de nuestra propia finitud.

A mí esa bestia melancólica me ataca por el lado de los libros. De un tiempo a esta parte, cada vez pienso con más frecuencia que hay algunas lecturas que ya no podré hacer. Por suerte, no dura mucho: los libros que por leídos ya son nuestros nos compensan de esa frustración. Dormidos, despiertan ante un cambio en nuestra realidad. Latentes, los párrafos subrayados regresan para traernos la fuerza de una idea, la potencia de una imagen. Aunque suene infantil: no podremos leer todo lo que queramos, pero ser lectores nos ha incluido para siempre en el mundo. Evocamos como propias las ideas que otro volcó en una novela, en un ensayo. Reavivamos el fuego vital. No porque la “historia se repite” o “es siempre la misma”, sino porque somos parte de un juego mayor.

Estos días, las noticias de los atentados terroristas en Europa me hicieron volver a un fragmento de una belleza sombría. Está en “Homenaje a Cataluña”, de George Orwell. El autor de 1984 combatió como voluntario del lado republicano. Fue un momento de gran conmoción mundial: “Es difícil recordar ahora lo que significaba España para los liberales y para los hombres de izquierda de los años treinta, aunque para muchos de los que hemos sobrevivido es la única causa política que, incluso retrospectivamente, nos parece tan pura y convincente como en 1936”, escribió Eric Hobsbawm. “Para conocimiento de los lectores que han crecido en la atmósfera moral de finales del siglo XX, hay que añadir que no eran mercenarios ni, salvo en casos contados, aventureros. Fueron a luchar por una causa”, advierte también.

George Orwell fue uno de esos voluntarios. Pero como miliciano del POUM, una agrupación trotskista, tuvo que regresar a Inglaterra huyendo de las purgas dentro del bando republicano impulsadas por el Partido Comunista. Era una época extrema: estaban en disputa visiones antagónicas del mundo. España fue el campo de batalla de un conflicto vivido como mundial. La desilusión de Orwell a partir de su experiencia española fue la matriz desde la que pensó una de las distopías más célebres del siglo XX.

Las noticias recientes me recordaron las líneas en las que narra el regreso a su país: “Inglaterra, el sur de Inglaterra, probablemente el paisaje mejor cuidado del mundo. Cuando uno pasa por allí, sobre todo si se está recuperando del mareo del viaje, cómodamente recostado en los mullidos cojines del vagón, cuesta creer que en realidad está sucediendo algo en otra parte. ¿Terremotos en Japón, hambre en China, revoluciones en México? No hay que preocuparse, la leche estará en la puerta por la mañana y el viernes saldrá el “New Statesman”. Las ciudades industriales quedaban lejos, una mancha de humo y desdicha ocultas por la curvatura de la tierra. Ahí estaba todavía la Inglaterra que había conocido en la infancia, con las flores silvestres ahogando los pasos del ferrocarril, los hondos prados donde pastan y meditan los lustrosos caballos, los lentos arroyos bordeados de sauces, las verdes copas de los olmos (…) los jardines de las casas de campo, y luego el páramo inmenso y pacífico del extrarradio londinense, las barcazas en el río mugriento, las calles conocidas, los carteles que anunciaban los partidos de críquet y bodas reales, los hombres con sombrero de hongo, las palomas de Trafalgar Square, los autobuses rojos, los policías de uniforme azul, todo, todo sumido en el profundísimo sueño de Inglaterra, del que a veces creo que no despertaremos hasta que nos sobresalten las explosiones de las bombas”.

Las bombas alemanas cayeron sobre ese paisaje de postal. La imagen bucólica, destrozada por el futuro ominoso que avizoró Orwell, para nosotros es un pasado violento y concreto llamado Segunda Guerra Mundial. Esa atmósfera inmaculada vivía en paz porque daba la espalda a los campos de batalla donde Orwell había visto morir a sus camaradas. “El combate que se libra en España es tuyo también”, parece haber escrito entonces, recordarnos ahora. Alerta acerca de que cuando las fuerzas de la historia se desatan no es posible escapar a sus consecuencias. Pero también sobre de la necesidad de entender el porqué. Para Orwell, para millones, las explicaciones se llamaron “antifascismo” y “solidaridad de clase”.

Hoy el mundo (en realidad, lo que entendemos por éste, una porción tan pequeña) parece amenazado por el terrorismo. Los crímenes sobre los que nos enteramos cada vez con mayor frecuencia son aberrantes, pero no por eso dejan de ser explicables históricamente. Millones “despiertan”: un sacerdote degollado, una multitud atropellada, una discoteca ametrallada… Horas y horas de televisión y páginas y páginas en los medios gráficos, frente a escasos segundos cuando las matanzas son en otra parte, recalcan lo evidente: que bajo el impacto del horror de las muertes duerme un problema político: un mundo que ha crecido a espaldas de las crecientes desigualdades o, más bien, gracias a ellas. La conmoción emocional, satisfecha por la reacción indignada, soslaya la necesidad de la comprensión política. Nos permite volver a dormirnos hasta la próxima matanza. Volveremos entonces a indignarnos, en un mecanismo a repetición que no hará más que consolidar, por no atacadas, las causas estructurales de estas violencias.

Los libros leídos compensan por todo lo que ya no podremos hacer. Pero lo hacen desde la exigencia: nos preguntan qué haremos con nuestro presente. Nos alertan, como Orwell, acerca de la consecuencia de seguir dormidos.

*Director del Museo Malvinas

Orwell fue uno de esos voluntarios. Pero tuvo que regresar a Inglaterra huyendo de las purgas dentro del bando republicano impulsadas por el Partido Comunista.

Hoy el mundo parece amenazado por el terrorismo. Los crímenes son aberrantes, pero no por eso dejan de ser explicables históricamente.

Datos

Orwell fue uno de esos voluntarios. Pero tuvo que regresar a Inglaterra huyendo de las purgas dentro del bando republicano impulsadas por el Partido Comunista.
Hoy el mundo parece amenazado por el terrorismo. Los crímenes son aberrantes, pero no por eso dejan de ser explicables históricamente.

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