El Brexit por una banana

Sólo por la forma de la banana? Si es más o menos curva, si es más o menos grande, si es más o menos pequeña; si es verde o amarilla… Cuestiones tan prosaicas como esas integran la serie de reglamentaciones que han avivado el debate sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea (UE). Todo parece convertirse en un dilema insoslayable, al punto que ha puesto en terapia intensiva la estabilidad de la construcción de un Estado europeo.

Faltan pocas semanas para que los británicos decidan, en un referéndum, si se quedan o se van de la UE. Y los euroescépticos, como se conoce a los partidarios del Brexit (una contracción coloquial del inglés: Britain y exit), han vuelto al ataque con un asunto tradicionalmente polémico: las directivas europeas para la venta de bananas.

A lo largo de los años, las frondosas y detalladas regulaciones sobre los estándares de calidad a los que deben ajustarse los productos para ser comercializados en el mercado único comunitario han sido un símbolo frecuente para ridiculizar a la burocracia de la Comisión Europea.

El ejemplo más famoso es la regulación Nº 2257/94, también conocida como la “ley de la curvatura de la banana”. En ese sinfín de normas, la musa paradisíaca debe ser poco menos que perfecta, no debe presentar “malformaciones” ni una “curvatura anormal”, debe tener un “largo de 14 cm y un grosor de 2,7 cm”, encontrarse libre de cualquier “olor o sabor extraño”, y la verde debe ser “verde”.

La obsesión regulatoria acumula más ejemplos. Aunque la propia Comisión los ha descalificado y argumenta que son “euromitos” alejados de la realidad. Sea como fuere, el torbellino de normas permite a los partidarios del Brexit sumar argumentos para sostener que la vieja Gran Bretaña ha perdido su soberanía y ha quedado sujeta a los designios del paternalismo de Bruselas en varias de sus políticas nacionales y en la vida cotidiana. Los británicos ya no se sienten dueños de su propio destino.

¿Acaso sea ese el quid de la cuestión? Desde que en 1973 el país se convirtió en miembro de la entonces Comunidad Económica Europea, quedó sometido en prácticamente todos los ámbitos. No sólo las leyes hechas por las instituciones europeas tienen preeminencia sobre las nacionales, sino que incluso aquellas que parecen ser puramente británicas están influenciadas o dictadas casi en un 80% por la UE.

La economía británica está estrechamente ligada a la europea y no puede separarse fácilmente. La UE es su principal socio comercial y las exportaciones de bienes y servicios ascienden casi al 50%. Además, la mayor parte de su inversión en el exterior va a la UE. La gente hace sus negocios con Europa como si fuera parte del mismo país.

A pesar de todo, el Reino Unido ha mantenido una actitud ambivalente hacia sus socios comunitarios y siempre ha marcado distancia respecto del proyecto de integración. También se las ingenió para mantenerse al margen de algunas políticas europeas.

En 1995 el Reino Unido fue, junto con Irlanda, el único país que no suscribió el Acuerdo de Schengen, lo que le permite mantener la supervisión de sus fronteras. Y en 1998, Londres decidió no adherir a la Unión Económica y Monetaria, que llevó a la adopción del euro como moneda.

En febrero dieron un paso más en esa dirección. Lograron un número de privilegios que serán aplicables si deciden quedarse en la Unión: no tendrán que financiar a los países de la Eurozona que atraviesen problemas; sus empresas no serán discriminadas por no usar el euro; podrán adoptar restricciones migratorias, y limitar algunas ayudas sociales. Pero la clave es que no se van a plegar al compromiso de avanzar hacia una “unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa”. Algo que puede dar a entender que no cederán más soberanía a la Unión.

Habrá que ver si ese “estatus especial” conforma a los partidarios del Brexit. Lo cierto es que el referéndum británico del 23 de junio hoy se ha convertido en un dolor de cabeza para los defensores de la integración europea. De la misma forma que en el 2005 los franceses y holandeses jaquearon la estabilidad cuando pusieron punto final al proyecto de Constitución europea. O cuando en el 2008, los irlandeses hicieron tambalear al Tratado de Lisboa. ¿Será que sólo se trata de la forma de una banana?

Abogado y diplomático (*)

El Reino Unido ha mantenido una actitud ambivalente hacia sus socios comunitarios y siempre ha marcado distancia respecto del proyecto de integración.

Datos

El Reino Unido ha mantenido una actitud ambivalente hacia sus socios comunitarios y siempre ha marcado distancia respecto del proyecto de integración.

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios