“El colo”

Redacción

Por Redacción

Mirando al sur

La última columna aparecida el 18 de octubre y titulada “La profesora y la madre” tuvo alta repercusión en las redes. En ese artículo contaba el diálogo que una profesora de secundario había mantenido en Facebook con la mamá de un adolescente, no necesariamente su alumno, a quien bautizaron como el Colo. Este Colo se convirtió, sin quererlo, en representante de todos los y las jóvenes (tengan el pelo del color que fuera) etiquetados de difíciles, molestos, rebeldes, desinteresados de todo. Chicos frente a quienes los profesores se preguntan qué hacer, cómo llegar a ellos, o ya no se preguntan nada, y que en sus hogares también mantienen comportamientos extremos.

Una vez aparecida la columna, entonces, en las redes numerosos docentes de distintos niveles compartieron sus propias historias con sus propios “colos”. Alumnos que recuerdan con mucho o poco cariño y que los llevaron a replantearse accionar y saberes. Alumnos que los pusieron a prueba tanto en lo personal como en lo profesional. Alumnos a los que pudieron acompañar, ayudar, empujar, o no. Alumnos que se quedaron en el camino.

Hay algo muy bueno en hacer públicas estas historias: que más gente quiere contar. De pronto descubrimos que lo que pasa puertas adentro del hogar le pasa a muchos otros, que los padeceres de nuestros adolescentes son el sufrimiento de tantos, que eso que queremos ocultar para protegerlos, y a veces por vergüenza aunque cueste decirlo, es lo mismo que están ocultando otras familias. Hasta que alguien le pone palabras a lo que sucede y estas encuentran eco, sirven a otros como nosotros a quienes ni siquiera conocemos, se multiplican, se hacen necesarias.

Así es como me llegó la historia del Colo de hoy, que tampoco es colorado (ni significa prejuicio contra la belleza del pelo rojo, pero así empezó esta columna y así quedó): porque alguien leyó y necesitó contar.

Familia de clase media, la madre es diseñadora gráfica y trabaja en forma independiente desde su hogar. El padre es empleado bancario. Hay otros dos hermanos, una mujer más grande estudiando en la universidad y otro varón, más chico, promediando el secundario. Nuestro Colo de hoy es el del medio y tiene 18 años.

El Colo fue un niño deseado, amado y feliz. Pasó su infancia jugando con sus hermanos. Su madre se dedicó a ellos en forma casi absoluta los primeros años. Todos iniciaron su educación en sala de tres años y cursaron la primaria en escuelas públicas. El Colo era inteligente, rápido para los números y más rápido aún para hablar y razonar. Algunos maestros opinaban que estaba adelantado para su edad y eso parecía: aprendía rápido y se aburría más rápido aún. Pero, además, todo quería hacerlo a su ritmo y a su modo y tenía una idea de justicia algo exagerada. Cuando algo le parecía que no era correcto, la forma en que le había hablado un adulto, la nota que le habían puesto, si le habían permitido ir o no ir a algún sitio, se plantaba sin ningún problema frente a quien fuera y daba vuelta los argumentos de tal modo que terminaba ganando por razón o por cansancio.

A medida que crecía provocaba fuertes sentimientos en los adultos que lo tenían a cargo. Había maestros que lo querían, y mucho (nunca pasaba desapercibido), y en cambio a otros los molestaba, los enfrentaba. Todo aquello se disparó al iniciar la pubertad e ingresar al secundario. Pronto fue más que obvio que era un chico brillante y difícil a la vez. Que no aceptaba las reglas sin fundamento, que no respetaba a sus docentes si, decía, no merecían respeto. Los padres iniciaron un largo camino para acompañarlo y contenerlo que incluyó psicólogos, psiquiatras, neurólogos, psicopedagogos. Allí descubrieron otro mundo: cada profesional tenía su librito y despreciaba todo lo dicho por los demás. Tuvieron que elegir en quién confiar y a quién seguir, y mientras el Colo iba sumando aplazos en las materias (ya no le interesaba estudiar porque lo que él necesitara saber lo podía averiguar por su cuenta) y sanciones por conducta.

El Colo no acepta, por ejemplo, que haya un horario estricto para entrar al aula y cada año colecciona llegadas tarde que lo dejan al borde de quedar libre. No acepta que todos tengan que hacer lo mismo al mismo ritmo. No acepta estar sentado y quieto en cada materia, opina que muy bien puede prestar atención parado o haciendo otra cosa. No acepta que el profesor es el que tiene la verdad y casi el único que habla durante la clase. No acepta muchas de las reglas de vestimenta, considera que no hace daño a nadie poniéndose sandalias en vez de zapatillas, por ejemplo. En definitiva, a todo lo que suena a regla, a imposición, a “esto es así”, él presenta su batalla. Y aunque lo hace de forma equivocada, no está tan equivocado. Gran parte de los especialistas en educación opinan lo mismo que el Colo: la educación secundaria actual es la que está al límite, la que no aguanta más ni se aguanta, la que quedó anclada en un pasado remoto, la que no tiene en cuenta adolescencias actuales.

El problema, entonces, radica en que sí, claro, mucho especialista, mucho estudio crítico, pero nada cambia y son los Colo los que deben soportar (aunque ya no lo hacen) este sistema que termina expulsando a quienes más debería contener. Porque los Colo, nuestro Colo, terminan siendo chicos agotadores, llevan a cualquiera al límite, la mayoría de sus profesores no los soportan (¿cuántos Colo por año se pueden aguantar?), quieren sacárselos de encima, que sean el problema de otro, que los padres hallen soluciones mágicas. Y así es como los Colo van rebotando por el sistema escolar. Cuando tienen profesores como el de la nota “La profesora y la madre” cambian, se serenan, sonríen, confían, aprenden, se sienten respetados y útiles, pasan de año. Cuando no, desafían, enfrentan, se rebelan, fracasan.

El final de esta columna no es alentador. El Colo dejó los estudios hace apenas un par de semanas. A punto de quedar libre en cuarto año y con dos materias previas y nueve actuales bajas, dijo basta. Quiere trabajar, sentirse útil, dejar de rebotar. Quiere hacer algo donde pueda ser él mismo, crecer a su modo. A sus padres prometió que obtendría el título secundario por su cuenta y a su ritmo. Dice que entiende la importancia del mismo aunque duda de si una vez terminado el secundario le interesará cursar estudios superiores.

No alcanzaron los buenos profesores para mantener al Colo dentro del sistema escolar. No alcanzaron los deseos, preocupaciones y acciones de los padres ni las intervenciones profesionales. Ya está, pocos supieron cómo estimularlo, acompañarlo, cómo aprovechar sus enormes capacidades. Otros ni lo intentaron.

En general, cuando sucede algo así, cuando un joven abandona los estudios, más que buscar respuestas comienza el reparto de culpas. Que si el Estado, que si los docentes, que si los padres. Vaya uno a saber si así se llega a algún lado. Eso sí, la única certeza que queda es que la culpa nunca fue del Colo.

Hay algo muy bueno en hacer públicas estas historias: que más gente quiere contar. De pronto descubrimos que lo que pasa puertas adentro del hogar le pasa a muchos otros.

Todo aquello se disparó al iniciar la pubertad e ingresar al secundario. Pronto fue más que obvio que era un chico brillante y difícil a la vez. Que no aceptaba las reglas sin fundamento.

Datos

Hay algo muy bueno en hacer públicas estas historias: que más gente quiere contar. De pronto descubrimos que lo que pasa puertas adentro del hogar le pasa a muchos otros.
Todo aquello se disparó al iniciar la pubertad e ingresar al secundario. Pronto fue más que obvio que era un chico brillante y difícil a la vez. Que no aceptaba las reglas sin fundamento.

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios