El crimen de Carlos Soria

Leí el primero de año una reseña periodística que, bajo ese título, recordaba el luctuoso suceso que conmovió a toda la ciudadanía hace un lustro, consignando una descripción del hecho que ya había llamado mi atención cuando pude conocer las pruebas y la sentencia. Yo no tuve la inmediatez del tribunal que intervino, pero aunque respeto la opinión de los colegas que conocieron en la causa, jueces con experiencia y reconocida honradez intelectual, ante la evocación periodística me permito exponer otra visión del caso que coincide en parte con el planteo de la defensa.

Como se pudo establecer, cuando Susana Freydoz fue esa madrugada a la habitación en la que ya estaba Carlos Soria, comenzó una nueva discusión entre ambos. María Emilia dijo que escuchó a su madre expresar “por tu culpa me voy a matar” e instantes después escuchó la detonación. Según dicha crónica, Carlos Soria ya habría estado dormido cuando la esposa tomó el revólver de la mesa de luz y le disparó al rostro, lo cual se dedujo de su aparente pasividad.

Sin embargo, si esa noche ya habían discutido, si la discusión en el dormitorio era la secuela de un enfrentamiento verbal que naturalmente debió haber exacerbado los ánimos de los protagonistas, y si el disparo se produjo con escasa diferencia temporal, es muy difícil pensar que una persona temperamental como Soria ya se había dormido tan rápido. Salvo claros elementos que permitieran sostener lo contrario, es muy improbable que pasara de la discusión al sueño casi sin solución de continuidad. En todo caso, sobre ese aspecto del sueño inmediato existiría una seria duda.

Si Soria estaba discutiendo acostado boca arriba al momento del disparo, y no estaba dormido cuando éste se produjo, debería haberla visto cuando ella le apuntó el revólver, y ensayado alguna defensa, por lo que la explicación más lógica de la pasividad del temperamental marido, es que la ignoró con indiferencia, pues como escuchó la hija, ella le anunciaba que se iba a suicidar, no a atacarlo. Es muy posible que él no creyera que ella fuera capaz de esa acción suicida, al menos en ese momento. Ni se debe haber imaginado que le iba a disparar a él y quizás hasta cerró los ojos, lo cual bien podía ser interpretado como una señal más de desinterés ante el profundo drama que planteaba su compañera de años. La indiferencia ante el anuncio de la intención suicida, dramatizado revólver en mano, bien pudo ser la gota que rebalsó el vaso.

Hay que agregar que según la hija, Soria le había anunciado en ese dormitorio que al día siguiente tomaba sus cosas y se iba. Tenían muchos años de casados y Freydoz era una mujer sexagenaria sin antecedentes penales, resultando difícil concebir dada su historia de vida, que diera muerte a su marido con fría determinación homicida, sabiendo que afectaba además a toda su familia. Más lógico es suponer que, para llegar a ese extremo, ella debió sufrir una mutación biopsíquica en su organismo. Hace muchos años la Corte Suprema de la Nación definió la emoción violenta como un estado psicopatológico de duración breve, de producción generalmente instantánea, que anubla la clara conciencia y perturba la voluntad normal.

Es cierto que la posible indiferencia de Soria es una conjetura, pero no es menos cierto que la hipótesis encuentra apoyatura en antecedentes que surgen de la misma causa. En una ocasión anterior, cuando ella había formulado una amenaza suicida, él la descartó de plano, al punto que, seguramente con fastidio, le dijo que se tirara del balcón. En esta última oportunidad la discusión transitó por carriles más serios, en vista de que empuñó el arma y de lo que escuchó la hija instantes antes del disparo fatal, circunstancias que impiden descartar la posibilidad de que ella se descontrolara cuando él anunció el abandono del hogar y ninguneó la dramatización de la escena. Con la escasa prueba disponible (en el dormitorio estaban solos, únicamente la hija pudo escuchar algo de lo ocurrido, Soria no llegó a decir nada y Freydoz no dio su versión ante los jueces) es más fácil creer que ella amenazó con el suicidio y enseguida realizó una acción impulsiva y repentina que su cónyuge no esperaba, que pensar que tomó el revólver ya con intención de dispararle.

De por sí, quien amenaza suicidarse empuñando un revólver, seguramente está muy alterado. Si esta situación no puede descartarse, la lógica y el sentido común autorizan a pensar que Freydoz tomó el arma y la exhibió anunciando su propósito suicida con la finalidad de alarmar a su esposo, para torcer su determinación de excluirla o para vencer su indiferencia, ejecutando de inmediato la acción homicida en un súbito arrebato de emoción violenta que las circunstancias vertidas en el juicio tornaban excusable (la reacción, no el crimen). Esa fue la conclusión del experto en salud mental nacional, basado en varios indicadores firmes. Aunque dicha conclusión, que el consultor de la defensa llevó aún más lejos al señalar la inimputabilidad de la acusada, pueda no compartirse, tampoco parece que pueda ser rebatida con absoluta certeza. Y si no hay certeza para afirmar o descartar hipótesis alternativas, el beneficio de la duda conduce a aceptar que ella pudo obrar en estado de emoción violenta, lo cual no la exime necesariamente de responsabilidad penal, pero atempera en gran medida el reproche punitivo.

En mi opinión, que hoy expongo porque la trascendencia histórica del caso lo amerita y porque tuve relación de trato infrecuente pero amistoso con ambos protagonistas, la explicación más probable de la conducta de Freydoz es que, alterada por la acumulación de desacuerdos que fue cimentando una relación matrimonial con armonía menguada, tras la amenaza suicida y con la conciencia obnubilada, tomó la repentina decisión de efectuar el disparo en dirección a su marido, quizás bruscamente hasta sin siquiera tomar puntería. Cabe agregar que nada indica que le haya disparado porque era el gobernador, no habría magnicidio, pero, aunque se tuvo en cuenta la escala penal que correspondía para salvar así una incongruencia del Código Penal, que prevé un mínimo dos años más elevado para sancionar una conducta menos reprochable, el sistema penal fue muy severo porque, probablemente, pesó mucho en la ponderación la prestigiosa imagen popular de la víctima, con quien se sepultaba la confianza que poco antes le había otorgado una notable mayoría de los rionegrinos.

Freydoz tomó el arma y la exhibió anunciando su propósito suicida con la finalidad de alarmar a su esposo, para torcer su determinación de excluirla o para vencer su indiferencia.

Nada indica que le haya disparado porque era el gobernador, pero el sistema penal fue muy severo porque, probablemente, pesó mucho la prestigiosa imagen de la víctima.

Datos

Freydoz tomó el arma y la exhibió anunciando su propósito suicida con la finalidad de alarmar a su esposo, para torcer su determinación de excluirla o para vencer su indiferencia.
Nada indica que le haya disparado porque era el gobernador, pero el sistema penal fue muy severo porque, probablemente, pesó mucho la prestigiosa imagen de la víctima.

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