El deporte como salvación

Corro y luego existo” es el lema con el que se nace y se vive en Kenia y Etiopía. La frase es categórica e inapelable. No admite disquisición filosófica alguna en países donde el running es más importante que cualquier otro deporte.

En días de competencia los bares abren a las cinco de la mañana, a la espera de ávidos parroquianos que carecen de televisores en sus casas.

En la aldea de Iten, en los bosques de Kaptagat, en las zonas rurales de Kapsabet, los caminos de tierra están repletos de hombres y mujeres corriendo en grupos. Entrenan dos o tres veces al día. Casi nadie va al trote. No se corre por correr.

Ser corredor no es una cuestión de placer, sino una salida laboral con un horizonte lejano. Los jóvenes entrenan entre 100 y 200 kilómetros. Semanales. Para esquivar autos y evitar tumultos muchos salen a practicar en la oscuridad, antes de que salga el sol.

En Iten, Kenia, la pista suele estar colmada de cien atletas haciendo pasadas y otros tantos esperando turno con el mismo fin.

Según afirma el periodista Ed Caesar en su libro “Dos horas”, para la ciencia deportiva los corredores keniatas son el ejemplo de predominio geográfico más concentrado del mundo.

De las cuarenta y dos tribus existentes en Kenia, la más destacada es la de los Kalenjins.

Ello obedece a varias razones:

1) La gran cantidad de tiempo que los corredores pasan descalzos en su infancia y adolescencia.

2) El haber nacido en parcelas cultivables de superficies irregulares, sobre las sierras del valle del Rift.

3) La dieta prácticamente perfecta consistente principalmente en ugali, un carbohidrato rico en almidón, verduras y, ocasionalmente, carne, acompañado de litros y litros de té azucarado con leche. Todo en pequeñas cantidades.

4) Son delgados y con tobillos finos, es decir con menor peso distal en las piernas.

5) La mayor parte de la región se ubica a más de 2.000 metros de altitud, lo que permite una mayor capacidad de absorción de oxígeno en los pulmones.

6) Al ser las pistas de tierra y tener menor tracción, permite luego mayor velocidad en asfalto o sintético.

Serás maratonista o no serás nada

Sin embargo, el correr para estas tribus africanas se transformó en una escapatoria a la pobreza rural y al inexorable destino de picar piedra o cultivar la tierra.

Es el único modo posible de salir de la aldea, acceder a una educación, conocer el mundo, ganar dinero y hasta incluso de calzar un par de zapatillas.

En ello influyó significativamente la decisión de universidades estadounidenses de otorgar becas de atletismo a una selección de los mejores corredores keniatas.

A partir de los años noventa, empezaron a entender que sus vidas podían cambiar con una sola gran carrera. Joseph Nzau fue el primer keniata en ganar una gran maratón en Estados Unidos, la de Chicago en 1993, pero tenía su base allí, en la Universidad de Wyoming.

Las verdaderas primeras estrellas keniatas del circuito internacional de maratones fueron Ibrahim Hussein, quien ganó en tres ocasiones la maratón de Honolulu, otra tres veces la de Boston y una la de Nueva York, y Douglas Wakiihuri, medallista de plata olímpico que logró una victoria en Londres y otra en Nueva York.

Luego vinieron atletas célebres como Geoffrey Mutai, Wilson Kipsang o Dennis Kimetto, quienes unos a otros se fueron quebrando el récord mundial de la maratón.

Comedia o drama

La realidad descripta puede dar lugar a lecturas contrapuestas. La primera, virtuosa, consistente en que a través del deporte alguien pueda desarrollarse y crecer tanto cultural como económicamente.

Más no todo es color de rosa en el mundo de las carreras de resistencia.

En Kenia o Etiopía un niño se prepara desde que tiene uso de razón para consumar una ilusión que muy pocos concretan.

Muchos agentes gozan de mala reputación y reclutan a atletas juniors incitándolos a correr hasta cinco carreras de 10 kilómetros o medias maratones en un mes, provocándoles serias lesiones que muchas veces terminan con sus sueños.

Así se trata a la persona, como una mercancía susceptible de ser valorada en tanto y en cuanto pueda concretar resultados.

Lo más criticable es que desde su niñez una persona carezca de elección. Que deba correr tan sólo para abrazar una oportunidad. Una suerte de trabajo infantil, forzado por las circunstancias.

Algo que merecería los más abiertos reproches en cualquier lugar civilizado del planeta. Menos, claro está, en África, donde la persona puede ser asimilable a las bestias que corretean por sus selvas y sabanas.

Entender el deporte como tabla de salvación es un claro reflejo de la pobreza. Desde el punto de vista de quien se aprovecha de tal contexto, es una perversa manera de lucrar con la necesidad ajena.

Desde hace años el mundo de la maratón sueña con recorrer los 42 kilómetros y 195 metros en menos de dos horas. Es muy probable que tal proeza sólo pueda ser alcanzada por un hombre africano de color, muy flaco y con miles y miles de kilómetros bajo sus pies.

Aquel día muchos celebrarán alborozados la superación en los límites del esfuerzo. Para otros, será un simple estiramiento de la involución humana.

*Abogado, profesor nacional de Educación Física y docente universitario

Kenia se ha destacado por ser el país de los mejores corredores de larga distancia. Pero allí hacer running no es una cuestión de placer, sino una salida laboral con un horizonte lejano.

Entender al deporte como tabla de salvación es un claro reflejo de la pobreza. Quien se sirve de ese contexto ejerce una perversa manera de lucrar con la necesidad ajena.

Datos

Kenia se ha destacado por ser el país de los mejores corredores de larga distancia. Pero allí hacer running no es una cuestión de placer, sino una salida laboral con un horizonte lejano.
Entender al deporte como tabla de salvación es un claro reflejo de la pobreza. Quien se sirve de ese contexto ejerce una perversa manera de lucrar con la necesidad ajena.

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