El difícil arte de escribir en las redes

La era informática nos obligó a volver a la escritura y la lectura como medio principal de comunicación. Aunque decir volver no es del todo correcto. Antes de la informática y las redes escribíamos en la escuela, la universidad; escribíamos cartas a seres queridos y por motivos formales pero no todo el tiempo, les escribíamos notitas a amigos. Pero la comunicación más importante era oral: nos hablábamos por teléfono, conversábamos con amigos, resolvíamos los problemas laborales cara a cara.

La oralidad tiene varias cosas a su favor (y otras en contra, como lo tiene todo): el tono de voz demuestra intencionalidad, se puede corregir lo dicho sobre la marcha, se puede hacer una pausa, pensar, seguir hablando; se es espontáneo. La escritura funciona de otro modo: lo que queda en el papel no habla, no responde. Es el mismo mensaje para cualquiera, y será el lector el que deba decodificar intención y sentido. Lo escrito y publicado ya no se puede corregir y quien lo hizo no está presente para explicar qué quiso decir.

Antes de la era informática los que escribían en los medios eran profesionales (buenos, malos, pero profesionales). Y los textos personales (cartas, ensayos, notitas, felicitaciones, etc.) tenían, por lo general, un único o pocos destinatarios. Ahora ya no sucede así. Ahora escribimos, todos, en todas las redes. Escribimos en Whatsapp a conocidos y desconocidos, a una persona o a decenas al mismo tiempo. Escribimos en blogs, opinamos en los diarios. Escribimos sobre todo y todo el tiempo.

Y escriben los adolescentes. La comprensión lectora (entender lo que se lee, poder extraer ideas principales, hacer inferencias, expresar lo mismo con palabras propias) es el gran cuco de la educación argentina. Hay que decirlo del modo más directo posible: la gran mayoría de los chicos de ahora no saben leer, aunque estén alfabetizados. Terminan el secundario e ingresan a los estudios superiores sin poder comprender textos básicos. Pero escriben, como dijimos, todo el tiempo y en todas las redes. Lo hacen como pueden, como aprendieron, como les sale, como quieren. Y no hay modo de que entiendan que la lengua es una herramienta, una de las más poderosas que tenemos, y que hay que cuidar lo que se dice y cómo se lo dice, porque luego vienen los malentendidos y las peleas y la mar en coche. Y de todo eso está lleno nuestro mundo virtual –y el real– de hoy en día.

L., una joven de 20 años, estudiante universitaria, escribe mensajes en Facebook que, en general, comienzan así: “No puedo creer que ustedes piensen que…”, “Están todos equivocados porque…”. Quienes comparten amistad con ella les responden ofendidos, hay alguna agresión, ella se victimiza y borra el mensaje que dio origen a todo el problema. Si L. al querer dar una opinión escribiera, en cambio: “Yo pienso tal cosa, a mí me parece, mi opinión es…”, dejando en claro que así piensa ella y aceptando que los demás opinen otra cosa, otra sería la historia.

Pero cuando alguien se lo indica, cuando le dicen que en sus textos adopta una mirada pretensiosa, que lo que hace es juzgar de antemano a quienes piensan diferente, ella dice que es su muro y que tiene derecho a expresarse como desee. Como si libertad de expresión y mensaje confuso o mal redactado fueran lo mismo.

De L. pasamos a un grupito de adolescentes de entre 13 y 16 años que comparten una de esas redes que los adultos en general desconocemos: Kiwi. Es una red con un funcionamiento sencillo: uno hace una pregunta y otros responden. Entonces sucede esto: los chicos se hacen preguntas “en broma” que incluyen insultos, discriminación, sexualidad, etc., y el resto responde como si se tratara de una competencia por ver quién es el más vivo (el que insulta más, el más zarpado).

En esta red gran parte de los chicos usan sus nombres y apellidos reales, y no se dan cuenta de que lo que escriben queda para siempre (a menos que ellos mismos se tomen el trabajo de borrarlo).

Esos insultos racistas por ejemplo, esas frases escatológicas, tal vez serán vistas el día de mañana por un posible empleador, por quien debe otorgarles una beca o una visa.

¿Cómo hacerles entender, a esa edad, que a través de esas escrituras que creen inocentes están dejando una huella perdurable en la web, que los puede perseguir durante un gran tiempo?

Son apenas dos ejemplos, hay muchos más, que llevan a las siguientes preguntas: ¿qué tal, entonces, si en la escuela se enseñara a escribir en las redes, si las clases de comprensión lectora también tuvieran en cuenta estas producciones rápidas, personales, que no han sido debidamente planificadas pero son sin embargo tan públicas?

En la red la mayoría usa nombres y apellidos reales. No se dan cuenta de que lo que escriben
(a veces insultos racistas, frases escatológicas) queda y será visto por otro en distinto contexto.

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En la red la mayoría usa nombres y apellidos reales. No se dan cuenta de que lo que escriben
(a veces insultos racistas, frases escatológicas) queda y será visto por otro en distinto contexto.

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