El trimestre ha terminado, que viva el trimestre

Mirando al sur

En las escuelas secundarias del país ha terminado el primer trimestre. Hayan tenido clases o no, con paros o instalaciones tomadas, en edificios con techos y paredes cayéndose a pedazos, aquello no cambia. El calendario no sabe de días hábiles ni horas cátedra, sólo marca que es hora de las evaluaciones y de ponerle un número engañoso al desempeño de cada alumno. Y como ha terminado el primer trimestre, se multiplican las historias de enormes fracasos, de injusticias dignas de película y de finales (trimestrales) felices.

No es éste el espacio ni yo tengo los conocimientos necesarios para analizar si la forma de evaluar a los chicos a través de exámenes y un vistazo a su rendimiento y comportamiento (la famosa nota de concepto), y que ello determine un número del 1 al 10, cumple su cometido (tengo mis dudas), pero es lo que hay. Y para seguir hablando del tema, va el relato de D., alumno de cuarto año, y de su profesora de Matemática. Una historia distinta y sumamente original sobre la decisión que tomó un chico y la respuesta de su docente.

D. dice que en su escuela todos opinan que cuarto año es el peor, el más difícil. Que tercero fue el fin de una era y quinto será pura diversión, pero que con cuarto no se jode. Así que de entrada se pone las pilas, pone primera en materias nuevas como Derecho y Química, pero pronto se da cuenta de que Matemática es su talón de Aquiles y que habrá que tomar decisiones duras. Además, comenta como adolescente que es, la profesora es una (va aquí insulto común) que no explica o que explica mal, que al comienzo del año pidió que no dejaran de preguntar si no entendían y que cuando D. no entendió le dijo que ese tema ya lo había explicado, y que si a toda la división le va mal el problema no puede ser de los chicos sino del docente.

Pasado el descargo, D. organiza su agenda: entre las doce materias, el doble turno, un par de actividades extraescolares y su vida de adolescente de 16 que implica, por ejemplo, que se duerma pasada la medianoche aunque tenga que despertarse 6:30 todos los días, algo tendrá que quedar afuera. Y ese algo resulta ser Matemática. A dos meses de empezadas las clases D. informa a sus padres que la materia maldita quedará para diciembre. D. es inteligente y responsable y ésa le parece la mejor opción. Estudiar el resto de las materias, no llevarse ninguna y en diciembre preparar y rendir sólo Matemática. De una vez y completa. Los padres ofrecen apoyo particular pero D., justamente, no cuenta con ese tiempo extra. Y en definitiva, dicen sus padres, es su decisión, y si debe darse contra una pared, que así sea.

Poco antes de cerrar el trimestre la profesora de Matemática cita a los padres de D. Es obvio que todos ya saben de qué se trata. La mamá de D., a quien llamaremos G., tiene otros tres hijos y amplia experiencia en reuniones escolares tanto de un lado como del otro, ya que también fue, por unos años, profesora en un colegio secundario.

“Los padres te ruegan por la nota de los hijos o te atacan”, dice G., aunque admite que esos son los extremos, que está simplificando, “pero la mayoría justifica a los chicos”, agrega y ríe, “y yo no soy la excepción. Sin embargo, creo que lo que mejor funciona es la verdad, y con esa idea fui a reunirme con la bendita profesora de Matemática”.

La profesora informa a G. que la nota del trimestre será un digno 5, que D. no participa de las clases, que al comenzar el año parecía más dispuesto pero que luego se perdió y que a ese ritmo va por mal camino.

G. dice entonces su parte: que D. vuelve fundido de la escuela, que con todo no puede, que el colegio actual blablablá, que ha quedado tan alejado de la adolescencia y más blablablá, y cuenta la decisión de su hijo de tomar la materia con calma, como le salga y definir en diciembre, por penales.

La profesora (que a G. le parece una mujer simpática y para nada –va aquí insulto común–) medita el tema unos segundos y por fin dice que le parece muy bien. Que es una decisión sensata y razonable, que la cantidad de materias y la carga horaria que tienen los chicos es excesiva y que a pesar de que lo conoce poco a D. piensa que podrá muy bien rendir la materia en diciembre (después de todo cierra el trimestre con 5, no con 1) y que ella estará para asesorarlo.

G. no se esperaba tal apoyo. La profesora, seguramente, nunca había escuchado decisión tan consciente por parte de un alumno. Y D. menos que menos esperaba que su madre le contara aquello a su profesora. Pero todo encajó.

D. dice que ahora la profesora lo trata mejor, con respeto. Y que tal vez vuelva a preguntar cuando no entienda algo, aunque la opción de rendir en diciembre sigue en pie, con más fuerza aún luego de haber aprobado todas las demás materias. Y G. siente como si le hubieran sacado un peso de encima. No tendrá que pelear con D. para que estudie ni volver a reunirse con la profesora, por lo menos hasta diciembre. Y los aplazos que vengan no serán sorpresa. Yo le digo a G. que lo que hizo D. fue gerenciar sus estudios: tomó decisiones, involucró al equipo, priorizó, administró su tiempo. ¿Y si se pudiera hacer eso en cada materia? ¿Y si los chicos, junto a los adultos responsables, padres y docentes, pudieran elegir qué estudiar, en qué tiempo y de qué modo? ¿No sería ése el camino hacia el secundario que todos deseamos? Tal vez el cambio comience así: con un alumno y una profesora, y luego a más chicos y más adultos les parezca bien, una buena idea. En tanto esperamos y soñamos, lo del título: el trimestre ha terminado, que viva el trimestre.

A dos meses de empezadas las clases
D. informa a sus padres

que Matemática, la materia maldita, quedará para diciembre.

¿Y si los chicos, junto a los adultos responsables, padres y docentes, pudieran elegir qué estudiar,

en qué tiempo y de qué modo?

Datos

A dos meses de empezadas las clases
D. informa a sus padres
que Matemática, la materia maldita, quedará para diciembre.
¿Y si los chicos, junto a los adultos responsables, padres y docentes, pudieran elegir qué estudiar,
en qué tiempo y de qué modo?

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