El último océano

Sísifo, el astuto rey de Corinto, debió cumplir el castigo de los dioses empujando una enorme piedra cuesta arriba por una ladera empinada. Cuando estaba a punto de llegar a la cima, la piedra volvía a rodar hacia abajo, y debía empezar desde el principio una y otra vez. Así lo cuenta la “Odisea”, aunque Homero no menciona el motivo de esa condena. Casi un símbolo que hoy, el drama de Sísifo, podría compararse con los esfuerzos por la conservación de las aguas marinas antárticas.

Durante más de una década, cientos de científicos y de conservacionistas de varios lugares del mundo han luchado para la creación de áreas protegidas en las aguas australes que rodean al continente antártico. Y, como Sísifo, han debido repetir su reclamo una y otra vez, y cuando parecían estar llegando a la meta la roca volvía a caer cuesta abajo.

Al final, luego de cinco años de negociaciones, fue necesaria la voluntad política de 24 países, entre ellos la Argentina, y los que integran la Unión Europea que, reunidos en la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (Ccrvma), un convenio de 1982 para conservar la flora y la fauna marina de la Antártida, crearán la primera zona marina protegida en el mar de Ross, llamado también “el último océano”. Se anunció hace algunas semanas en Hobart (Tasmania, Australia) y se trata de un reconocimiento del valor científico y de la diversidad biológica del área.

El mar de Ross ocupa una inmensa bahía, a 3.000 kilómetros al sur de Nueva Zelanda. La mayor parte del año está protegido por un denso anillo de hielo, pero cuando el verano se acerca se derrite y expande, permitiendo por algunas semanas el ingreso de los barcos. Su distante ubicación geográfica, en el extremo sur del planeta, lo ha mantenido como uno de los ecosistemas naturales menos alterados. Casi intacto.

La mayoría de los mares del mundo sufren una severa sobrepesca y contaminación. Alrededor del 88% de los stocks de los recursos pesqueros mundiales se encuentran sobreexplotados o al límite de su sustentabilidad. Proteger ese “último océano” fue, por ello, una decisión histórica por parte de la Ccrvma pero tuvieron que confluir un conjunto de factores ecológicos, comerciales y políticos para lograrlo.

David Ainley, un reconocido ecologista antártico, propuso en el 2002 la creación de un área protegida en el mar de Ross, al que calificó como una suerte de laboratorio natural que permitiría comprender cómo funciona un ecosistema íntegro, y también observar su evolución ante los efectos del cambio climático. Pero para preservarlo había que aislarlo de toda influencia humana y de las presiones de la pesca comercial que, ya desde principios de los 90, se abalanzaban sobre ese magnificente espacio marino.

Los intereses del mercado, los crecientes precios internacionales y los bajos costos de los combustibles empujaron la atención de la industria pesquera para abrir nuevos destinos en busca de la codiciada merluza negra. Una especie de tesoro marino, de carne blanca y aterciopelada, escamosa y de alto contenido de aceite. La especie –en riesgo de extinción– es altamente cotizada en restaurantes y cadenas de alimentación, donde alcanza precios exuberantes, gracias a su delicado sabor. Poderoso incentivo para las operaciones de la pesca ilegal, no regulada y no reportada.

El área protegida cubrirá más de 1,55 millones de kilómetros cuadrados, de ellos 1,12 millones serán zonas de exclusión pesquera. Pero esa restricción no será definitiva. Apenas perdurará durante 35 años, y su prórroga deberá ser acordada nuevamente. Algo curioso cuando se trata de áreas protegidas que, en general, son indefinidas. Para muchos ecologistas, si bien esas medidas son importantes, no serán suficientes.

Por más de cincuenta años, los países han cooperado exitosamente bajo el Tratado Antártico a fin de mantener al continente blanco como un área de paz, destinada a la investigación científica y a la preservación ambiental. Sin embargo, hasta ahora, las aguas que lo circundan no han tenido el mismo nivel de protección.

La política internacional antártica es tan frágil como lo es su ecosistema. Es el único continente en el que no existe una población humana nativa, no hay un gobierno local que salga en su defensa, nadie ejerce soberanía, sólo está regulada por “tratados y convenciones”. La decisión de la comisión fue el resultado posible pero abre la puerta a la protección de otras áreas antárticas, tan amenazadas como la del mar de Ross. Quizás esta vez la roca de Sísifo logre llegar a la cima y desde allí se puedan ver preservadas las aguas del mar de Weddell, o de la Antártida oriental, o los alrededores de la península antártica como lo promueven Argentina y Chile. Y algún día, tal vez, la totalidad de las aguas australes se conviertan en zonas protegidas.

*Abogado y diplomático

La mayoría de los mares del mundo sufren una severa sobrepesca y contaminación. Alrededor del 88% de los stocks de los recursos pesqueros mundiales están sobreexplotados.

La política internacional antártica es tan frágil como lo es su ecosistema. Es el único continente en el que no hay un gobierno local que salga en su defensa, nadie ejerce soberanía.

Datos

La mayoría de los mares del mundo sufren una severa sobrepesca y contaminación. Alrededor del 88% de los stocks de los recursos pesqueros mundiales están sobreexplotados.
La política internacional antártica es tan frágil como lo es su ecosistema. Es el único continente en el que no hay un gobierno local que salga en su defensa, nadie ejerce soberanía.

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