El voto en la
economía y política

El 31 de marzo de 1991 se publicó en este diario mi colaboración titulada: “Conductas económicas y políticas ante las próximas elecciones”. Dada la próxima votación de octubre el tema vuelve a ser relevante.

Recordemos que en 1991 se efectuaban las elecciones de medio mandato del gobierno de Menem. En febrero del mencionado año subía de ministro de Economía Domingo Cavallo, quien impulsaría la “convertibilidad”, resumida en un peso = un dólar. En septiembre siguiente, el permanente problema de nuestra economía, la inflación, marcaría un 1%, la más baja en 18 años. Como era de esperar, el peronismo ganaría las elecciones y posteriormente su reelección. La alta inflación, esa que tiene dos o más dígitos, parecía cosa del pasado.

Un capítulo previo al plan Cavallo fue sin duda el interesante plan Austral de 1985, en ambos casos la subida de precios, descontrolada, minaba la gobernabilidad. La herencia del desorden de las cuentas públicas que había recibido Raúl Alfonsín por parte de los gobiernos militares lo tenía acorralado. Es entonces que el ministro Juan Sourrouille lanza un programa antiinflacionario con una propuesta heterodoxa y de “shock”. Se cambió nuestro signo monetario por el nuevo austral, se quitaron ceros a los antiguos billetes y se reordenó la economía evitando medidas recesivas. Lamentablemente duró poco la experiencia. En 1988 se trata de dominar la renacida inflación con el llamado plan Primavera; no se logra y un año más tarde la brutal hiperinflación fuerza la entrega del poder adelantada de Alfonsín. Una vez más la inflación marcaba su importancia para la sociedad.

Otro claro ejemplo de política y economía lo tenemos en los comienzos del siglo XXI. La marcha de una economía entre la expansión o la contracción puede producirse por fenómenos internos y/o externos. En el 2005 la espectacular suba de los valores de la soja y otras materias primas llevó la tasa de crecimiento al 9,2%, que se tradujo en un contundente triunfo electoral para el presidente Néstor Kirchner. En estos tiempos se afirmaba que teníamos tasas similares a las de China y un doble superávit en nuestro comercio internacional y en las cuentas internas.

El analista político Rosendo Fraga señaló recientemente que en 14 de las 18 elecciones nacionales a partir de la instauración de la democracia, cuando disminuye el desempleo, crece la economía y se percibe un ambiente de prosperidad, gana quien está en el gobierno.

Si bien el llamado “hombre económico” ha sido descripto hace dos siglos por los primeros economistas ingleses, fue el pensamiento moderno con sus estudios de los mercados y los precios quien lo caracterizó. Simplificando podemos afirmar que cada día, cuando decidimos qué y cuánto comprar de bienes y servicios, estamos “votando” en el mercado. Dadas las diferencias de ingreso, cada uno tiene distintas cantidades de dinero para gastar –lo que nos marca nuestro límite– y un sistema de necesidades y preferencias, donde todo tiene precio. Lo que disponemos gratuitamente no forma parte del mundo económico. Nuestro objetivo es lograr el mejor equilibrio, o en otros términos efectuar el mejor cálculo de costo-beneficio posible. Se supone, además, que tenemos conductas racionales y estamos informados de todo lo disponible para ser adquirido.

Pasando el mundo de las elecciones, se puede hacer una hipótesis del comportamiento del denominado “hombre político” en su vinculación con lo económico, éste que racionalmente y en función de ciertos valores deposita su voto hacia uno u otro candidato. El tema es más complejo que las simplificaciones precedentes. Primero, no se vota todas las mañanas y todos tienen una igual participación. Segundo, que el sistema social en el que está inmerso el individuo, sea su clase, sus vinculaciones laborales, su tradición familiar, su experiencia pasada, etcétera, pesan en el momento de decidir.

Un esquemático modelo puede resumir nuestro tema: R= pB – C + D. Donde R es la decisión del elector, p la probabilidad de que su voto sea determinante del triunfo de su opción, B los beneficios que espera obtener en la mejora o continuidad de su situación social y económica, C el costo de su experiencia pasado con lo que no estaría conforme y finalmente D, satisfacción de participar de la vida política y ser parte de su mundo.

Lo que condiciona a B son en nuestro caso valores económicos tales como: inflación, desocupación, ingresos personales, crecimiento o estancamiento económico. En términos teóricos, son la prosperidad o depresión como etapas de un ciclo económico los grandes condicionantes. En nuestro país, por razones de su historia reciente, otras cuestiones entran en la consideración del elector, entre otras mencionables tenemos el fastidio y hastío con la corrupción, donde se percibe que para algunos sectores políticos la más fácil manera de enriquecerse es utilizando cargos o favores del Estado, así como la inseguridad, que es otro elemento importante en la demanda de soluciones que la sociedad pide a sus gobernantes.

Por otra parte los empleados del Estado en todos sus niveles representan una parte considerable de la población ocupada, hacen perder algo de la importancia al ciclo económico ya que la seguridad laboral, la cobertura médica, vacaciones, etcétera, quitan incertidumbre al votante.

La compleja realidad aporta otros datos como, por ejemplo, las variaciones entre los candidatos presentados. Por otra parte, algunos temas se debaten durante las campañas, pero hay una cantidad de cuestiones que no se definen con claridad, entonces el votante debe arriesgar. La oferta electoral no es constante y hay volatilidad en los electores.

Hay participantes que quizás simpaticen con grupos minoritarios, pero dejan de lado preferencias y buscan el denominado voto útil al elegir entre los probables ganadores. Hace algunas décadas la división del electorado entre izquierdas y derechas tenía significación, pero desde la caída del muro de Berlín, y su impacto sobre las ideologías, esta tradicional dicotomía ha perdido fuerza. Para Rodolfo Terragno la oposición está ahora en los que promueven el gasto público sin demasiadas consideraciones sobre su financiación y los partidarios del control del déficit y de los diferentes tipos de ajustes como pasos previos al crecimiento.

De la historia de nuestra democracia surge con claridad el vínculo entre economía y elecciones, o quizás más específicamente entre inflación y voto. La suba y descontrol de los precios afecta a los más débiles y a todos aquellos que deben negociar sus salarios, que obviamente son la mayoría. Para regularla se suele operar sobre los tipos de interés que fija el Banco Central, esto repercute en todo el proceso económico, generalmente frenando la marcha.

Por otra parte, la inflación está directamente vinculada al valor del dólar o el tipo de cambio de una economía. Si suben los precios y se atrasa el dólar, sufrirán las exportaciones, como ocurre con nuestras economías regionales. Por otra parte se abaratan las importaciones que competirán con producción interna. Por lo tanto la cuantía inflacionaria, la economía en su conjunto y la política suelen marchar por el mismo camino.

*Economista

De la historia de nuestra democracia surge con

claridad el vínculo entre economía y elecciones, o quizás más específicamente entre inflación y voto.

Algunos temas se debaten durante las campañas,

pero hay una cantidad de cuestiones que no se definen con claridad, entonces el votante debe arriesgar.

Datos

De la historia de nuestra democracia surge con
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Algunos temas se debaten durante las campañas,
pero hay una cantidad de cuestiones que no se definen con claridad, entonces el votante debe arriesgar.

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