En el nombre del padre

Mirando al sur

Hace poco un libro llamó mi atención y aquí estoy, leyéndolo no sin cierto esfuerzo (no es un texto fácil ni se puede decir que del todo entretenido). El título es “El complejo de Telémaco” y el autor es un psicoanalista italiano, Massimo Recalcati. Fue el subtítulo el que me llevó a comprarlo: “Padres e hijos tras el ocaso del progenitor”, porque justo de ese tema venimos, muchos, hablando largo. De cómo tantas veces nuestros hijos adolescentes rechazan y niegan nuestra autoridad. De cómo tantas veces nos sentimos perdidos porque no queremos repetir el ejemplo de nuestros propios padres, y menos el de nuestros abuelos, y entonces nos faltan espejos donde reflejarnos y aprender. Y lo que sabemos, que queremos ser padres presentes, que contienen, guían, comprenden, escuchan, y nunca padres represivos, no termina de resultar como lo imaginamos.

Justamente por ser estos padres que somos es que se escriben estos libros que dicen que nuestro modelo no funciona: “La autoridad simbólica del padre ha perdido peso, se ha eclipsado, ha llegado irremisiblemente a su ocaso”. Y avisa, como si fuera poco y al mismo precio, que no hay vuelta atrás. Aunque el panorama no es tan desolador. “El padre que es invocado hoy no puede ser ya el padre poseedor de la última palabra sobre la vida y la muerte, sobre el sentido del bien y del mal, sino sólo un padre radicalmente humanizado, vulnerable, incapaz de decir cuál es el sentido último de la vida, aunque sí capaz de mostrar, a través del testimonio de su propia vida, que la vida puede tener sentido”.

Y esto cobra sentido cuando entendemos que nuestros hijos, a pesar de parecer sin control, tampoco llevan la de ganar. “Nuestros hijos no heredan el reino, sino un cuerpo muerto, una tierra agotada, una economía enloquecida, un endeudamiento ilimitado, la falta de trabajo y de horizontes vitales. Nuestros hijos están exhaustos”.

¿A dónde nos lleva todo esto? ¿Qué saldrá de esta mezcla de padres sin autoridad e hijos sin padres en tiempos sin sentido? Si repasamos la historia, este cambio en los paradigmas familiares parece inevitable, casi necesario.

Nuestros abuelos fueron la ley. Padres represivos (pido disculpas por la generalidad) que ordenaban la vida de todos los que estaban bajo su techo.

Nuestros padres intentaron separarse un poco de eso, estuvieron más presentes, pero seguía existiendo la idea de que la crianza de los hijos pertenecía a la mujer y el hombre era el dador, el que salía a trabajar (aun cuando ya tantas mujeres trabajaban) y levantaba los cimientos del hogar. Todo eso se desdibujó, los cimientos no aguantaron cambios ni revoluciones y de aquello aún no terminan de surgir nuestras construcciones, nada parece haber encontrado aún su lugar. Somos padres de transición esperando por un nuevo modelo paterno.

Queremos ser la ley pero no nos animamos a hacerla cumplir hasta las últimas consecuencias. Queremos ser obedecidos pero damos tantas opciones a nuestros hijos, tanto poder de opinión, que las cosas no resultan como esperábamos. Y queremos ser padres, pero muchas veces preferimos seguir siendo hijos.

Escribiendo esta columna me surge una nueva pregunta: ¿nuestros hijos ya no son los hijos respetuosos y obedientes de antes porque nosotros nos quitamos la autoridad de encima o, por lo contrario, han sido (hemos sido) los jóvenes los que empujaron la crisis de los adultos? ¿El huevo o la gallina? Esta idea surge con más fuerza al leer cómo el autor clasifica la figura del hijo.

Recalco tres de las cuatro clasificaciones: primero fue el hijo-Edipo, el de Freud, el que matará al padre y se casará con la madre. “Edipo no sabe ser hijo”, dice Recalcati, “pretende negar toda forma de dependencia y de deuda simbólica en relación con el otro”.

Pasadas las revoluciones y apertura de los 60 y 70, vino el hijo-Narciso. “Los hijos han ocupado el lugar de los padres. (…) El niño ha sometido el orden familiar a sus necesidades narcisistas; en vez de adaptarse a las leyes simbólicas y a los tiempos de la familia, el ídolo-niño impone el amoldamiento de la familia en torno a la arbitraria ley de su capricho”.

Y sigue lo más interesante y con lo que muchos se sentirán identificados: “Si un padre adopta la felicidad despreocupada de sus hijos como parámetros de su acción educativa, dejando a un lado el de la transmisión del deseo y el compromiso subjetivo que esta transmisión implica, su acción se evapora fatalmente en apoyo de los caprichos de sus hijos. De este modo se ve aliviado de la angustia de tener que encarnar el límite, pero sus hijos se ven potenciados en su narcisismo intolerante a toda experiencia del límite”.

Y por fin está el nuevo hijo, el que viene, el hijo-Telémaco. Telémaco, hijo de Ulises y de Penélope en “La Odisea” es el hijo que espera el regreso del padre para que restaure la ley, el que lucha por mantener el lugar del progenitor porque lo necesita. Dice el autor sobre los hijos-Telémaco: “Exigen que algo les haga de padre, que algo vuelva del mar. Exigen una ley que pueda devolver un nuevo orden y un nuevo horizonte al mundo”.

Por supuesto, los cambios suceden, las costumbres y las formas cambian, cambian los padres y los hijos y no es nuestra función tomar distancia y analizarlo todo sino vivirlo. Otros vendrán, como este Recalcati, a contarnos qué está sucediendo.

En tanto a nosotros hoy, como padres, sólo nos queda hacer lo mejor posible, con todo nuestro amor y con honestidad. Y cuando estos hijos se conviertan en padres veremos cómo resultó nuestra parte de la historia.

El libro “El complejo de Telémaco” del psicoanalista italiano Massimo Recalcati dice que la figura simbólica paterna se acerca “irreversiblemente
a su ocaso”

Tras el hijo-Edipo, que niega toda dependencia, y el hijo-Narciso, que somete el orden familiar a sus necesidades, está el hijo-Telémaco, que espera el regreso del padre que restaure la ley

Datos

El libro “El complejo de Telémaco” del psicoanalista italiano Massimo Recalcati dice que la figura simbólica paterna se acerca “irreversiblemente
a su ocaso”
Tras el hijo-Edipo, que niega toda dependencia, y el hijo-Narciso, que somete el orden familiar a sus necesidades, está el hijo-Telémaco, que espera el regreso del padre que restaure la ley

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios