Gente lenta

Redacción

Por Redacción

Debo de haber rozado involuntariamente una tecla de mi teléfono celular. Fue un error lamentable. Desde entonces esa entidad multimillonaria, en varios de los sentidos, llamada Facebook, no ha dejado de requerirme con admirable tenacidad.

“Vuelve a Facebook con un clic”, me invita en español peninsular. E insiste: “Parece que tienes problemas para iniciar sesión en Facebook. Tan sólo haz clic en el siguiente botón e iniciaremos sesión por ti”.

Quiero decirle a Facebook, allí donde esté y si me lee, que no tengo problemas para iniciar sesión sino que simplemente no pienso volver a él o ella. Estoy bien aprovisionada de noticias por los medios con los que cuento y me gusta ver a mis amigos a los ojos, escucharlos y abrazarlos.

Es precisamente por redes corpóreas y no por las que se dicen sociales que recuperé algunos amigos perdidos en el tiempo. Nos hemos olfateado casi para detectar qué han hecho los años con nosotros, y con elegancia y cariño hemos callado comentario alguno sobre la impresión recibida. Ni ellos ni yo nos atrevimos a pronunciar un indefendible “estás igual”.

El banco que atesora mi cuenta de haberes (¿debería decir mi banco amigo?) deja un mensaje en el contestador. Asociado con Anses, me ofrece descuentos en medicamentos, óptica y ortopedia. Faltó una promo en servicios funerarios y me desplomo de emoción.

“Al llegar la edad”, dice Marc Augé, “conviene proclamar que es bienvenida y enumerar los regalos que nos trae: la sabiduría de la experiencia, la tranquilidad que sigue a los tormentos de la libido, la alegría de la lectura y de los pequeños placeres cotidianos”. De acuerdo, Marc. Lo tendré en cuenta.

Además conviene apropiarse del maravilloso hallazgo del budismo: “Si quieres conocer el pasado, entonces mira tu presente, que es el resultado. Si quieres conocer tu futuro mira tu presente, que es la causa”. Un presente; un regalo.

Mi madre, que murió joven a los setenta y poco, era de coquetear con la edad. “¿Cuántos me das?”, desafiaba cuando le preguntaban cuántos años tenía. Hay que tener coraje.

Hace poco, y para no perder tiempo, probé hacer la cola para clientes especiales –embarazadas, personas en sillas de ruedas y mayores de setenta– en un supermercado. Tenía la secreta ilusión de que, ni embarazada ni en silla de ruedas ni mayor de setenta, me derivarían a una caja común. Pues me atendieron sin preguntas y con solicitud, para mi alegre decepción. Qué ven cuando me ven. Nunca lo sabré, no tengo la audacia de mi madre. El tiempo, el inasible, viene y dice.

Frente a la velocidad voraz que impone el turbocapitalismo surge un movimiento global que valora los beneficios de la lentitud: ser sereno, receptivo, pausado, paciente, reflexivo, cuidadoso. ¿Ser como viejos? Alienta la lentitud en la alimentación (slow food), en el sexo, en el trabajo y hasta funda ciudades lentas para huir del vértigo citadino donde todo es carrera contra el tiempo. Una Sociedad por la Desaceleración del Tiempo se reúne cada octubre en la ciudad austríaca de Wagrain para poner en práctica una de sus premisas: “Cada miembro deberá desacelerar el tiempo allá donde actúe y cuando piense que tiene sentido”.

Simone de Beauvoir escribió “La plenitud de la vida” cuando tenía cincuenta años; a los setenta y siete, P. D. James empezó un diario para recoger “inevitablemente las hebras de la memoria”. Lo tituló “La edad de la franqueza”.

Marguerite Yourcenar, que escribía y cocinaba como las diosas a sus más de ochenta, dice en una carta a una amiga: “Me atreveré a decirle que no pienso tanto en la vejez; nunca creí que la edad fuera un criterio. No me sentía particularmente ‘joven’ hace cincuenta años (cuando tenía veinte, me gustaba la compañía de gente mayor), y no me siento ‘vieja’ hoy. Mi edad cambia (y siempre ha cambiado) de hora en hora. En los momentos de cansancio tengo diez siglos, en los momentos de trabajo, cuarenta años; en el jardín, con el perro, tengo la impresión de tener cuatro años”.

Una carrera contra el tiempo es una carrera perdida de antemano. Pero hay pequeños atajos. El subterráneo y el avión, el home banking y los controles remotos, la sopa y la mensajería instantáneas… la tecnología de mercado promete dotarnos de unas horas más, unos minutos más, unos añicos de tiempo para destinarlos a otros fines, placenteros quizás. Nada de andar matando el tiempo sino todo lo contrario: juntarlo miguita a miguita y seguir en camino sin perdernos, como Hansel y Gretel. Y soplar con suavidad y persistencia sobre las ascuas donde la vida entibia todavía.

Es precisamente por redes corpóreas y no por las que se dicen sociales que recuperé amigos perdidos en el tiempo. Con elegancia y cariño callamos sobre la impresión recibida.

Frente a la velocidad voraz que impone el turbocapitalismo surge un movimiento global que valora la lentitud: ser sereno, receptivo, pausado, paciente, reflexivo, cuidadoso.

Datos

Es precisamente por redes corpóreas y no por las que se dicen sociales que recuperé amigos perdidos en el tiempo. Con elegancia y cariño callamos sobre la impresión recibida.
Frente a la velocidad voraz que impone el turbocapitalismo surge un movimiento global que valora la lentitud: ser sereno, receptivo, pausado, paciente, reflexivo, cuidadoso.

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios