Hillary Clinton y el techo de cristal

Mirando al sur

Ocho años después de haber resquebrajado el “techo de cristal” en dieciocho millones de trozos, Hillary Clinton acaba de golpearlo con un nuevo martillazo. Aquella vez, en el National Building Museum de Washington DC claudicó a su carrera presidencial ante el indiscutible avance de Barack Obama. Esta vez, el 7 de junio en el Brooklyn Navy Yard, en Nueva York, celebró su triunfo en las primarias demócratas.

Que haya golpeado ese techo de cristal, que marca una limitación invisible en la trayectoria política o laboral de la mujer, no significa que las puertas de la Casa Blanca ya estén abiertas para ella.

En el 2008 Barack Obama quebró todas las barreras raciales. Hillary Clinton aspira a hacer lo mismo con las de género. Un objetivo que, de conseguir los delegados necesarios para ser nominada en julio por la Convención Nacional del Partido Demócrata, está cada vez más cercano. Existe ahora una probabilidad cierta de que, por primera vez en la historia, una mujer alcance la Presidencia de Estados Unidos.

En el trayecto democrático del país las perspectivas de que una mujer ocupe la Oficina Oval se ubicaron más bien en el plano de la ficción especulativa o en alguna lejana película de Hollywood. Casi como una ironía, en los años sesenta, la comedia “Besos para mi presidente” fue portavoz de una sociedad en la que más del 40% no hubiera votado a una mujer, aun cuando estuviera calificada para el cargo. Y en la ficción, se planteaba un nuevo prejuicio que no estaba lejos de la realidad, cuando la protagonista queda embarazada y se ve obligada a dejar el cargo para retomar sus tareas de ama de casa. Una metáfora que deja traslucir un concepto un tanto estereotipado de la mujer.

Esa percepción de la sociedad estadounidense cambió radicalmente en los años siguientes, pero no se tradujo del mismo modo en la vida política. El promedio de mujeres en los cargos electivos es singularmente bajo si se lo compara con el de otros países y también con otras actividades laborales. Según los relevamientos de la Unión Interparlamentaria Mundial, Estados Unidos se ubica en el puesto 97 entre casi 190 países en las mediciones relacionadas con la presencia femenina en los parlamentos nacionales.

Las mujeres están subrepresentadas en la política estadounidense. De acuerdo con el Center for American Women and Politics, sólo integran el 20% del Senado, el 19% de la Cámara de Representantes, menos de un cuarto en las legislaturas estaduales y el 12% de las gobernaciones, a pesar de configurar la mitad de la población. Pero esa circunstancia pronto podría cambiar si Hillary Clinton alcanza la presidencia.

A pesar de que su consagración como figura política se produjo cuando fue electa senadora por Nueva York (2000) y cuando estuvo a punto de ganar las primarias del 2008, fueron sus cuatro años como jefa de la diplomacia los que le permitieron cimentar su imagen de estadista. Pero no fue fácil, porque con frecuencia ha sido noticia más por su apariencia, su bolso, si prefiere el pantalón a la pollera, o por las innumerables veces que se ocuparon de su peinado. Ella misma ha bromeado con el tema, como lo relata en su último libro “Decisiones difíciles” (“Hard choices”), que trata sobre su gestión en el Departamento de Estado. Entre todas las sugerencias que los lectores del “Washington Post” le ofrecieron como título, escogió: “Crónicas de una diadema: 112 países y lo importante sigue siendo mi peinado”.

El voto femenino fue uno de los factores que determinaron el resultado de cinco de las últimas seis elecciones presidenciales, tanto por el nivel de participación –en un sistema donde el voto es facultativo– como por la inclinación del electorado femenino al candidato demócrata. Un fenómeno frecuentemente denominado como la “brecha de género” (“gender gap”).

Desde 1984 el nivel de participación de las mujeres ha ido en aumento. En las últimas cinco elecciones fue entre un 6 y un 10% mayor que el de los hombres. Y desde 1992 la preferencia del electorado femenino se ha inclinado invariablemente al candidato demócrata. Por eso, el desafío para el nominado republicano será alcanzar alrededor del 48% del voto femenino, como lo logró George W. Bush en el 2004. Claro que en mayo de ese año contaba con una imagen favorable del 54% de las mujeres. En mayo del 2016 la misma medición indicó que apenas un 29% de las mujeres ve con buenos ojos a Donald Trump. Pero la balanza se inclinará definitivamente en noviembre.

* Abogado y diplomático

En Estados Unidos, el promedio de mujeres en los cargos electivos es singularmente bajo si se lo compara con el de otros países y también con otras actividades laborales.

Desde 1992, la preferencia del electorado femenino se ha inclinado al candidato demócrata. El desafío para Trump será alcanzar el 48% del voto femenino.

Datos

En Estados Unidos, el promedio de mujeres en los cargos electivos es singularmente bajo si se lo compara con el de otros países y también con otras actividades laborales.
Desde 1992, la preferencia del electorado femenino se ha inclinado al candidato demócrata. El desafío para Trump será alcanzar el 48% del voto femenino.

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