Hundido en un océano de petróleo

Mirando al sur

Se equivocan quienes nos aseguran que la implosión de Venezuela no tiene precedentes. Muchos pueblos se han sumido en la miseria merced a la voluntad de una pequeña elite de subordinar el bienestar de sus compatriotas a una ideología política o un culto religioso. Con todo, no cabe duda de que es insólito el espectáculo que nos está brindando un país con recursos naturales envidiables
–las mayores reservas petroleras probadas del planeta, nada menos–, que está depauperándose a un ritmo vertiginoso sin que un régimen autocrático sea capaz de impedirlo. El hambre que sufren los tres de cada cuatro venezolanos que, dicen, han perdido un promedio de casi nueve kilos de peso en los años últimos se asemeja a la registrada en países africanos gobernados por tiranías brutales.

El desastre que está diezmando Venezuela sería más comprensible si los sujetos responsables de jibarizar la economía, Nicolás Maduro y sus cómplices, estuvieran sinceramente convencidos de que les había tocado hacer un aporte a la construcción de un mundo mejor, pero cuesta creer que los chavistas sigan tomando tan en serio el “socialismo del siglo XXI” como, en su momento, hacían los nazis y los comunistas soviéticos con sus credos particulares.

A esta altura, no pueden sino haberse dado cuenta de que el proyecto improvisado por el extinto comandante sólo podrá producir más miseria, más hambre y más muerte.

A Maduro y compañía les hubiera convenido permitir que la oposición gobernara por un rato para entonces regresar después de acusarlos de aplicar una serie de ajustes inhumanos, pero dejaron pasar la oportunidad por temor a lo que les aguardaría si perdieran el poder.

Tal y como están las cosas, el aliado más valioso del régimen no es el mandatario boliviano Evo Morales, Cristina Kirchner o cualquier otro contestatario que sueña con una alternativa al odiado statu quo “neoliberal” y que, a pesar de todo lo ocurrido en los meses últimos, aún se niegan a criticar al a menudo bufonesco “hijo de Chávez”. Es Donald Trump que, con torpeza imperdonable, dio a entender que Estados Unidos podría intervenir militarmente en Venezuela.

Sin perder un solo minuto, los chavistas aprovecharon la imprevista oportunidad que les había suministrado el locuaz presidente norteamericano para preparar a la población para hacer frente a una hipotética invasión yanqui. De más está decir que, de producirse una, los más agradecidos serían los chavistas que, como han hecho sus amigos cubanos por motivos similares, atribuirían la situación catastrófica en que se encuentra el país que gobiernan a la malignidad del “imperio”.

Mirar la autodestrucción

La frustración que sienten no sólo los norteamericanos sino también muchos otros frente a lo que está sucediendo en Venezuela puede entenderse.

No es fácil mirar sin hacer nada la autodestrucción de una sociedad que antes era relativamente próspera según las modestas pautas regionales y que, a causa de la ineptitud de sus gobernantes, está protagonizando una crisis humanitaria alarmante.

Además de pasar hambre, los venezolanos no pueden conseguir los medicamentos que necesitan, mientras que aumenta día tras día la cantidad de muertes causadas por la represión y por la delincuencia que hace que las ciudades principales de su país sean casi tan peligrosas como las ocupadas por yihadistas.

Por quirúrgicas que resulten ser las sanciones financieras que Estados Unidos se ha propuesto poner en marcha con el propósito de castigar a los chavistas, los empresarios corruptos más notorios que los rodean y los narcotraficantes que, según se denuncia, desempeñan un papel clave en lo que se queda del Estado venezolano, harán aún más difícil la vida de millones de personas que ya se han caído en la indigencia.

La imposibilidad de prever el desenlace hace aún más angustiante la tragedia que está viviendo Venezuela. Lo único cierto es que todas las salidas concebibles –una guerra civil, un golpe militar, el colapso caótico de la dictadura, la permanencia en el poder de Maduro– parecen malas.

Por lo demás, nadie ignora que, en el caso de que una facción opositora consiguiera desplazar a los chavistas de manera más o menos pacífica, la tarea que le esperaría sería gigantesca. Necesitaría contar con muchísimo apoyo internacional pero, como tuvimos la ocasión de aprender, la ayuda financiera no suele ser gratuita, sobre todo cuando la pide un país cuyos problemas se deben exclusivamente a errores y crímenes perpetrados por sus propios gobernantes con la aprobación entusiasta de amplios sectores ciudadanos.

El aliado más valioso del régimen de Maduro es Donald Trump que, con torpeza imperdonable, dio a entender que Estados Unidos podría intervenir militarmente en Venezuela.

Datos

El aliado más valioso del régimen de Maduro es Donald Trump que, con torpeza imperdonable, dio a entender que Estados Unidos podría intervenir militarmente en Venezuela.

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