Inconsciencia digital

Cuando Vladimir Nabokov llegó a los Estados Unidos, huyendo de la Europa en guerra, varios escritores intercedieron para conseguirle un puesto de profesor en una universidad. Los amigos de Nabokov argumentaron que el autor de “Lolita” (que nunca había dictado una clase) podría ser un gran profesor de literatura porque era un gran escritor. A lo que Roman Jakobson, jefe del Departamento de Humanidades, también exiliado ruso y famoso lingüista, replicó: “Un elefante es un gran animal, pero nadie lo pondría a cargo de la cátedra de Biología”. Al final, Nabokov logró el puesto de profesor y escribió dos muy buenos libros sobre la literatura europea y la rusa, pero Jakobson tenía razón: hacer algo no significa ser capaz de pensar sobre lo que se hace.

El 90% de la gente de clase media en todo el mundo usa dispositivos que la tienen conectada a internet. Sin embargo, son muy pocos los individuos capaces de comprender lo que están haciendo al usar una pantalla y vivir en el mundo virtual. Casi ninguno de ellos puede teorizar sobre su vida digital, esa que ocupa entre el 60 y 80% del tiempo que están despiertos.

Incluso la mayoría ni siquiera reconoce que tiene una vida digital. Ya es un ser anfibio, con un pie en el mundo de los átomos y otro pie en el mundo de los bits, y no lo sabe.

Nunca antes las personas fueron más inconscientes de las prácticas que realizan. El uso de los aparatos tecnológicos es masivo, pero la conciencia sobre lo que produce o significa usarlos es muy minoritaria. Todos los años se hace una encuesta sobre uso de pantallas (celulares, tablets, computadoras, televisores inteligentes) a ciudadanos de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que reúne a varios de los países más desarrollados, y se comprueba que cada vez más los individuos viven en el mundo virtual pero no son conscientes de que hacen eso.

Toda discusión en Twitter incluye al menos un tuit en el que uno de los que debate quiere rebajar la importancia de la discusión diciendo “pero esto es Twitter, acá no está la vida real”. No hay cifras actualizadas sobre la proporción de tuits descalificativos de Twitter como vida real que hay hoy, pero en el 2011 eran aproximadamente el 3%, lo que es una cantidad enorme.

El que dice en Twitter que “Twitter no importa” no es consciente de que está usando esa red social para comunicar eso. No es consciente de que si estuviera aislado, sin redes sociales, no podría compartir nada con nadie. No comprende que justamente opina en público, que opinar en público no es lo importante porque puede hablar en público gracias a ese mundo virtual que no considera “la vida real”.

Vivimos en el final de la segunda década del siglo XXI. Sabemos usar los aparatos que nos mantienen conectados todo el tiempo y nos facilitan la vida, pero no nos damos cuenta de que hacemos eso. Salvo si se corta la luz y no tenemos internet a nuestro alcance. Ahí comprendemos que todo lo que hacemos necesita energía eléctrica y conexión a internet.

Hace 25 años, en pleno estallido de la hiperinflación, la clase media porteña gastaba un promedio de tres horas semanales en hacer colas en los bancos para renovar plazos fijos con intereses de 90% cada siete días, para que el sueldo tuviera algún valor y poder llegar a fin de mes.

Cientos de miles de personas invertían en la ciudad de Buenos Aires un mínimo de 12 horas mensuales en las colas de los bancos. Hoy en menos de un minuto la misma persona puede hacer varias operaciones en el home banking. Y si la web de su banco anda un poco lenta o tiene problemas de comunicación (que, por lo general, se resuelven en pocos minutos) siente que el mundo se viene abajo.

Hemos incorporado la aceleración absoluta de la vida y la ausencia de tiempo muerto que presupone la vida en internet. Nos hemos vuelto más ansiosos e intolerantes con la mínima falla del sistema, pero seguimos pensando que la vida digital, la del celular, la de la computadora, la de la pantalla (a las que miramos al menos unas 200 veces por día) no es importante. Hasta que nos falta y nos parece un drama.

Vivimos conectados. Los menores de 35 se despiertan varias veces por noche para chequear si recibieron mensajes en Whatsapp.

Las notificaciones permanentes interrumpen los diálogos en todo el planeta. Pero seguimos creyendo que vivimos en un mundo desconectado y analógico, en el que lo fundamental son las relaciones físicas.

Tenemos un cuerpo que está inserto en el siglo XXI e interactúa con lo virtual y una mente que todavía no pudo despegarse de las representaciones míticas del siglo XX. Vivimos en dos épocas a la vez.

El uso de los aparatos tecnológicos es masivo, pero la conciencia sobre lo que significa usarlos es minoritaria. Seguimos pensando que la vida digital, del celular u otra pantalla, no es relevante.

Datos

El uso de los aparatos tecnológicos es masivo, pero la conciencia sobre lo que significa usarlos es minoritaria. Seguimos pensando que la vida digital, del celular u otra pantalla, no es relevante.

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