La bola de cristal

Los amigos del club, para quienes ser periodista implica saber cuánto valdrá el dólar en el 2043, preguntan con insistencia: ¿arranca o no arranca el fútbol? Mucho mejor hubiera sido contar con una bola de cristal, pero a dos semanas de la programada reanudación algunos elementos permiten imaginar líneas de acción…

Como están las cosas, hoy por hoy el fútbol es inviable. La mayoría de los clubes precisa del aporte de la TV como del agua, aunque sea para sostener una estructura atada con alambre en la que el mantenimiento del plantel y los costos del funcionamiento institucional superan con amplitud los ingresos, aun contando con el de la tele. La ilusión es concretar alguna venta salvadora, pero cuando llegue la oferta por el pibe que pinta para crack se descubrirá que buena parte de su pase ya fue cedida a empresarios que lo acercaron o a mecenas que adelantaron plata cuando la soga llegaba al cuello. Filántropos que a veces suelen ser también dirigentes del mismo club, creadores de la necesidad que dará paso a la única solución posible.

Los otros clubes, los menos, tienen armada una estructura en la que los ingresos por cuota social, la venta de abonos y camisetas y el ingenio del departamento de marketing generan dinero fresco que permite disimular el atraso de la cuota de la TV. Pero unos y otros, chicos y grandes, contaron siempre con el salvavidas de la calle Viamonte para completar la ecuación. Si el dinero de la TV no llegaba o no alcanzaba, salía el cheque o el préstamo a tasa cero para hacer girar la rueda sin rendición de cuentas. Un favor, un voto. Una ayuda, un silencio cómplice. “Sijulismo”. Se sabía que el salvavidas era de plomo, pero peor que su peso es su ausencia, según se ve ahora. El gobierno, tan necesitado de dinero como afecto a las encuestas de opinión, decidió terminar con el Fútbol Para Todos. Sin dinero de la tele no hay AFA que auxilie ni torneo que arranque.

Pero el asunto es que sin partidos, sin actividad que vender, la estructura decididamente se desmorona. Los clubes tienen que seguir pagando la luz, el agua, el gas, los sueldos del personal. Hay que abrir el jardín de infantes. La barra presiona para sostener su negocio los días de partido: el bar, la venta de camisetas truchas, el estacionamiento cerca de la cancha. Y hay que hacer frente a los contratos de jugadores y entrenadores, que siguen ensayando aun cuando la obra no sale a escena por razones ajenas a su voluntad. Ningún pibe querrá ponerse la camiseta de un ídolo que no juega. Más a mano quedarán Messi, el Kun o hasta Cristiano Ronaldo, que son los mismos de la play y además hacen goles de verdad.

¿Y entonces? La dirigencia advierte que sus disputas, ya de por sí chiquitas, son ahora por porciones de un poder en decadencia. Y empiezan a ponerse de acuerdo porque la corren dos relojes: el del tiempo, que se escurre entre los dedos como su propia credibilidad, y el de la economía. Las cadenas televisivas saben que el producto tan deseado ya no vale lo que antes, por esas urgencias de sus propietarios y porque un torneo de 30 equipos, votado por esta misma gente, garantiza siete u ocho bodrios por fin de semana.

La certeza de que el Estado ya no pondrá dinero genera el exabrupto de un Raúl Gámez desesperado que no atina ni a pedir disculpas sin balbucear. La FIFA agita el fantasma de las sanciones por desobediencia o rebeldía y exige aprobar nuevos estatutos que les quiten poder a los clubes chicos. Los del Ascenso se ponen firmes para exigir el dinero que les deben, pero obviando que no tendrán forma de generar ingresos semejantes siendo tantos y en general tan mal administrados. Y los grandes empiezan a pensar que para armar su propia (Super)Liga, bien vale la pena entregar la conducción de la AFA, cada vez más parecida a un sello sin un ferretero que, aun plagado de defectos, la haga valer hacia adentro y hacia afuera.

Por estas horas se huele algún tipo de armisticio, producto menos de la madurez que de la urgencia.

Podrán respirar aliviados los amigos del club: lo más probable, con todo el cuidado del caso, es que el fútbol arranque, más temprano que tarde. Acaso una semana después de lo anunciado y con el bosquejo de un modelo a la española, con la Liga escindida de la AFA y economías paralelas. Sin avanzar en uno solo de los problemas de fondo del fútbol argentino: los barras, la corrupción, la desidia, la irresponsabilidad. Un fútbol de corto plazo y de presiones. Pero todo indica que la pelota seguirá rodando.

Del precio del dólar en el 2043 ni noticias.

Sin dinero de la tele no hay AFA que auxilie ni torneo que arranque. Pero el punto es que sin partidos, sin actividad que vender, la estructura se cae.

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Sin dinero de la tele no hay AFA que auxilie ni torneo que arranque. Pero el punto es que sin partidos, sin actividad que vender, la estructura se cae.

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