La corrupción tiene sus encantos

Mirando al sur

E l estratega macrista Jaime Durán Barba molestó a muchos cuando dijo que “más de la mitad de quienes son fanáticos de Cristina creen que era corrupta. Y les parece muy bien”. Lo tomaron por un insulto, una manifestación más del desprecio que en su opinión siente el ecuatoriano hacia “los humildes” del conurbano bonaerense que, para frustración de la buena gente, siguen fieles a la expresidenta, pero no cabe duda de que estaba en lo cierto. Es tan contundente, y tan abundante, la evidencia en contra de los miembros del clan familiar K que ha sido difundida por los medios que muy pocos ignorarán que sus integrantes principales, Néstor Kirchner, Cristina y su primogénito Máximo, aprovecharon el poder político que el electorado les dio para apropiarse de una cantidad fenomenal de dinero público. Así y todo, a juzgar por los sondeos, aproximadamente la cuarta parte de la población del país está convencida de que lo que representa la señora es mejor que las alternativas ofrecidas por personas como Mauricio Macri, Sergio Massa o Florencio Randazzo.

¿A qué se debe la adhesión de tantos al kirchnerismo ya residual? Los motivos son varios. Algunos “fanáticos” son cómplices que, a diferencia del recién fallecido Aldo Ducler, son reacios a intentar negociar un arreglo salvador con la Justicia que, con su lentitud habitual, está pisándoles los talones. Ya se han jugado y les parece demasiado tarde para intentar reinventarse. Tienen forzosamente que descalificar las denuncias como mentiras viles o tratar la corrupción como algo meramente anecdótico.

Otros han logrado convencerse de que los kirchneristas hicieron tantas buenas cosas en el transcurso de su prolongada gestión que sería poco razonable prestar atención a las fechorías que perpetraban.

Tales “realistas” a más no poder dicen creer que en el fondo todos los políticos son iguales y por lo tanto en este valle de lágrimas es permisible aferrarse al principio resumido por la consigna “roban pero hacen”.

Asimismo, aunque son reacios a decirlo, algunos atribuirán la codicia K al presunto deseo de la familia de recaudar fondos para financiar sus actividades políticas mientras esté en el llano, lo que a su entender es perfectamente legítimo. Por lo demás, sucede que, para quienes se resisten a abandonar el kirchnerismo, se trata de la alternativa más nítida, acaso la única, al terrorífico “neoliberalismo” macrista aliado con el imperialismo foráneo que creen está depauperando aún más a los ya paupérrimos, lo que a su juicio es motivo suficiente como para continuar apoyándolo. Y los habrá que suponen que en el misterioso mundillo político es normal el intercambio de acusaciones tremendas de suerte que es mejor pasar por alto las dirigidas contra su propia jefa.

A pesar de la prédica apasionada de personajes como Elisa Carrió, Margarita Stolbizer y otros que dan a entender que lo que la Argentina necesita para prosperar es una revolución moralizadora, muchos ven en los populistas que roban rebeldes contra un mundo injusto dominado por hipócritas. Los creen vengadores y aplauden sus hazañas. Se trata de una actitud que está compartida por delincuentes que atribuyen su condición a la crueldad de la sociedad en que les tocó vivir y que, en distintas partes de Europa, sirve para explicar la popularidad entre los pobres de bandidos legendarios.

Puesto que una proporción sustancial de la población argentina tiene motivos de sobra para sentirse víctima de un orden socioeconómico perverso, no es del todo sorprendente que muchos simpaticen con políticos acusados de violar sistemáticamente las reglas supuestamente vigentes. Ellos sí miran con benevolencia la capacidad de los miembros de la familia K y sus dependientes para enriquecerse a costillas de los demás, de tener la oportunidad no vacilarían en emularlos.

Para que la mayoría hiciera suyo el código de ética propuesto por los moralistas, sería necesario convencerla de que la Argentina es un país equitativo en que todos son iguales ante la ley sin que nadie disfrute de privilegios indebidos. Huelga decir que aún dista de serlo.

La conciencia de que hay muchos jueces venales, comisarios policiales que en sus horas libres administran organizaciones delictivas vinculadas con la droga o la prostitución, políticos bien remunerados que están claramente más interesados en los fueros que los protegen que en el destino del grueso de sus compatriotas y otros de la misma calaña, está detrás de la actitud de los millones de hombres y mujeres que confían más en las redes clientelares que en las instituciones.

La demora en enjuiciar a los acusados de cometer actos gravísimos de corrupción, comenzando con la mismísima Cristina que se ve denunciada por armar con su cónyuge una “banda” o “asociación ilícita” para saquear el país, estimula el escepticismo radical que tantos sienten. Saben muy bien que el porvenir de la señora no se verá determinado por su situación jurídica sino por el poder político relativo de la facción que lidera.

Si lo que queda del Frente para la Victoria cosecha muchísimos votos en las elecciones de octubre, permanecerá impune, pero si los resultados no lo favorecen no tardará en encontrarse frente a un juez nada amable resuelto a enviarla a la cárcel.

En otras palabras, lo que más importa no son los hechos presuntamente comprobados que, a esta altura, parecen muy negativos desde el punto de vista de Cristina y sus compañeros, sino el nivel de apoyo popular que todavía conservan. Por cierto, virtualmente todos los interesados en el drama dan por descontado que el gobierno macrista, implícita o explícitamente, presiona a la Justicia para que el ritmo de la investigación de la corrupción K refleje la evolución política del electorado. Puede que los macristas no tengan más alternativa que la de pensar en la posible reacción de los partidarios de Cristina ante un eventual fallo en su contra, pero el que todos entiendan que, cuando de poderosos se trata, la política pesa mucho más que la ley hace comprensible la voluntad de los “fanáticos” de festejar la corrupción denunciada por el gurú ecuatoriano de Macri.

Es tan contundente la evidencia en contra del clan familiar K que pocos ignoran que usaron el poder para apropiarse de dinero público. Pero un cuarto de la población aún los votaría.

Muchos ven en los populistas que roban a rebeldes contra un mundo injusto dominado por hipócritas. Los creen vengadores y aplauden sus hazañas. Si pudieran, no vacilarían en emularlos.

Datos

Es tan contundente la evidencia en contra del clan familiar K que pocos ignoran que usaron el poder para apropiarse de dinero público. Pero un cuarto de la población aún los votaría.
Muchos ven en los populistas que roban a rebeldes contra un mundo injusto dominado por hipócritas. Los creen vengadores y aplauden sus hazañas. Si pudieran, no vacilarían en emularlos.

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