La elección y la tragedia

La política ha comprobado una vez más que todo plan se rinde ante los hechos. La aparición del cadáver de Santiago Maldonado modificó el clima político en la semana previa a las elecciones hasta un punto que no ha sido detectado por ninguna encuesta. Las campañas se interrumpieron abruptamente y no fue posible ni siquiera hacer un cierre formal. Los discursos giraron del entusiasmo y el desafío al silencio y el duelo. Otra muerte trágica privó esta vez a la política de su principal herramienta: la palabra. Cualquiera sea el resultado de hoy, puede afirmarse que la tragedia de Maldonado ya es inseparable de esta elección.

¿El caso Maldonado podría alterar el resultado pronosticado por las encuestas? Nadie puede afirmarlo. Los analistas sostienen de manera unánime que la sociedad argentina ha fijado posición respecto de Maldonado según su lugar de pertenencia política. Hasta donde se pudo ver, es la grieta la que divide las opiniones. Como en todas las cuestiones de dominio público desde hace bastante tiempo se advierte un escaso interés por conocer la verdad si la verdad contradice el propio sistema individual de creencias. Convivimos con eso.

Este comportamiento ya fue observado en los días previos a las PASO del 13 de agosto. Una multitud se movilizó el viernes previo a la elección a la Plaza Mayo en lo que fue la primera marcha masiva a diez días de la desaparición del artesano en Chubut. Maldonado era un fantasma que recorría la política. El caso ya tenía dimensión nacional, pero parecía interesar a sólo una parte de la sociedad, referenciada sobre todo en la oposición más refractaria al gobierno. Los que acompañan al oficialismo, a su vez, parecieron seguir el ritmo del gobierno: predominaron la negación y la indiferencia.

La suerte de aquella elección sin embargo se jugaba lejos de la tragedia. El gobierno consiguió en las PASO un triunfo incuestionable y quedó a décimas de la victoria en Buenos Aires y Santa Fe, con chances de obtener los cinco principales distritos del país. El triunfo persuadió al gobierno de que se encaminaba a un cómodo pasaje por las elecciones de octubre. Todos los actores, incluida la oposición, parecían hasta hace unas horas convencidos de lo mismo. Y tal vez así sea hoy.

Como era de esperar, aquel espaldarazo ratificó el rumbo del gobierno. Y reafirmó el abordaje del caso Maldonado, cuyo propósito central era despejar cualquier sospecha sobre la actuación de las fuerzas de seguridad.

Nada justifica la presunción delirante acerca de la existencia de un plan criminal del Estado para desaparecer personas. Pero es incuestionable que la muerte de Maldonado se produjo en el contexto de un operativo de desalojo de ruta ordenado por la justicia y ejecutado por fuerzas de seguridad que desnudó innumerables irregularidades. Está probado que el 1º de agosto la Gendarmería fue más allá de esa orden judicial y persiguió a los manifestantes hasta la vera del río Chubut. Un día antes del operativo, el jefe de Gabinete del ministerio de Seguridad de la Nación, Pablo Nocetti, había llegado a la región con instrucciones sobre cómo proceder ante el caso de un delito en flagrancia como el corte de rutas. El mensaje de Nocetti fue actuar. Resulta difícil desvincular esas instrucciones de aquel procedimiento en Chubut. Es inconcebible que la respuesta inmediata a esas instrucciones se haya cobrado una vida.

La falta de respuestas se transformó con el correr de las semanas en un motivo de sospecha sobre las fuerzas represivas en un país con el pasado trágico de la Argentina. La conocida debilidad del Estado para la investigación de hechos complejos sumó mayor escepticismo sobre el esclarecimiento del caso. Hubo (hay) zonas vedadas al poder público donde finalmente se halló el cadáver después de una “negociación” con los individuos que las controlan. Se escucharon declaraciones de dirigentes políticos que revelaron desinterés y desprecio por el dolor de la familia. La circulación de fotos del cuerpo de Santiago Maldonado mostró la indiferencia del Estado incluso en el manejo de información sensible . Y s u costado macabro.

El desafío que enfrenta el Estado a partir de ahora es el más complejo de todos: debe ofrecer una respuesta convincente a la muerte de Santiago Maldonado. Los últimos pasos de la justicia parecen ir en esa dirección. En una sociedad que ha perdido la confianza en las instituciones públicas es difícil esperar que la respuesta conforme a todos.

Toda esta información descansa sobre los hombros del gobierno el mismo día que buscará consolidar un proyecto de largo plazo para avanzar en su todavía impreciso programa de reformas. Es un peso enorme. No puede decirse que fuera inesperado.

El gobierno se ha impuesto en estos dos años una meta por sobre cualquier otra: llegar en condiciones competitivas a las elecciones de medio término. Toda su política giró en torno a este momento. Ganar hoy es un imperativo para el plan con el que llegó Mauricio Macri al poder.

Otra muerte trágica privó esta vez a la política de su principal herramienta: la palabra. El caso Maldonado ya es inseparable de esta elección.

Macri busca consolidar un proyecto de largo plazo para avanzar en su programa de reformas. Ganar es un imperativo para el plan con el que llegó al poder.

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Otra muerte trágica privó esta vez a la política de su principal herramienta: la palabra. El caso Maldonado ya es inseparable de esta elección.
Macri busca consolidar un proyecto de largo plazo para avanzar en su programa de reformas. Ganar es un imperativo para el plan con el que llegó al poder.

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