La indigencia desborda Río

Una noche de hace alrededor un año, Leandro Mota Generoso estaba durmiendo en una calle del centro de Río de Janeiro cuando sintió que algo le golpeaba la cara.

Alguien a quien no vio pero que cree que era un residente del vecindario le había rajado la nariz con cristales rotos de una botella de vodka. Se despertó en un charco de sangre.

“Ya no puedo dormir por la noche”, dijo Generoso, de 23 años, que vive en la calle desde que el abuelo que lo criaba falleció hace cinco años. “Para muchas personas, nosotros somos ratas, basura o cualquier cosa”. “Esa es la realidad, y ahora hay muchos más indigentes en la calle”, agregó.

Un año después de que Río de Janeiro acogió los Juegos Olímpicos, una demoledora crisis económica ha llevado a miles de personas a la calle, creando un clima de tensión que los responsables de la ciudad están intentando resolver.

El clima cálido y los kilómetros (millas) de playas han convertido a la ciudad la más famosa de Brasil en un lugar con una gran población sin techo.

Pero las autoridades municipales dicen que se ha más que triplicado en los últimos años, hasta unas 15.000 personas.

Mientras muchas ciudades de Estados Unidos han experimentado un fuerte incremento en el número de personas que viven en la indigencia por el aumento del precio de la vivienda en una economía en recuperación, los factores que llevan a la gente a la calle en Río se derivan de la peor recesión del país en décadas y de las arraigadas desigualdades.

Entre los sin techo de Río hay miles de personas que llegaron de otros estados para trabajar antes del Mundial de 2014 y de los Juegos Olímpicos de 2016 y que después perdieron sus empleos.

“Río de Janeiro enfrenta el peor escenario posible en lo que se refiere a la indigencia”, dijo Pedro Fernandes, secretario de Asistencia Social y Derechos Humanos de la ciudad. “Nunca habíamos tenido a tanta gente en las calles”.

Las tensiones han aumentado de forma constante, especialmente en los vecindarios adinerados y turísticos donde residentes y empresarios están frustrados por la enorme cantidad de gente que duerme en la calle. En agosto, un edificio residencial en el icónico barrio de Copacabana instaló dispositivos de riego debajo de sus toldos para remojar a los campistas no deseados. La ciudad le obligó a retirar el riego.

Residentes de varios vecindarios acomodados publicaron mensajes en grupos de Facebook pidiendo a la policía que actúe y pidiendo a los vecinos que no den comida a los sin techo.

En algunos casos ha llegado a registrarse violencia. Fernanda Rodrigues dos Santos, de 40 años, recibió un disparo letal en el pecho mientras dormía en la calle en Copacabana en octubre. “¿Cuántas Fernandas siguen en las calles?”, dijo Wilham Rodrigues dos Santos, hermano de la mujer fallecida. “No podemos aceptar que estas agresiones se conviertan en habituales”.

Carla Beatriz Nunes Maia, de la oficina del fiscal, ha estado visitando a los indigentes por la noche para hacerse una idea de su situación. Las quejas sobre la mano dura de la policía han dado paso a aún más quejas sobre las fricciones con residentes de vecindarios adinerados, explicó.

“Hay un movimiento represivo para evitar que la gente ayude a los sin techo”, dijo Maia, refiriéndose a los llamados en medios sociales a no darles comida o dinero.

La ciudad ha lanzado una iniciativa para aumentar el número de albergues y convencer a más indigentes para que los usen. Muchos rechazan este tipo de alojamientos porque suelen tener normas muy estrictas, y según reconoce el gobierno local están en mal estado, con plagas de insectos y baños sucios.

“Puedes entrar a un albergue sano, pero ¿cómo saldrás?”, dijo Nancy Gouveia, de 49 años, que vive en la calle desde hace tres.

Aunque algunas de las casi 2.200 camas de los albergues municipales se quedan vacías cada noche, convencer a más sin techo para que las ocupen podría crear otros problemas: hay muchos más usuarios potenciales que espacio disponible. Ante esta situación, la ciudad está trabajando para ayudar a los inmigrantes a que retornen a sus estados e incluso a sus países de origen. (AP)


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