La inteligencia emocional y el deporte

Si somos seres emocionales que razonan o seres racionales que se emocionan es en la actualidad uno de los debates que la ciencia enfrenta.

Ya en 1872 Charles Darwin escribió un libro titulado “La expresión de las emociones en los animales y en los hombres” que pasó algo inadvertido ante la trascendencia de su obra principal “El origen de las especies” de 1859, donde inmortalizó su teoría de la evolución. Desde aquel entonces la historia ha sido injusta en no reconocer al pionero inglés, sus avances obtenidos en materia psicológica.

Darwin clasificó seis emociones básicas en el hombre: el miedo, la alegría, la tristeza, la sorpresa, la ira y el asco. Las emociones producen en primer término una reacción física y luego una expresión facial común. A tal punto de llegar a sostenerse que las emociones tienen rostro (cualquier parecido con el estereotipado uso de emoticones en la actualidad es pura casualidad).

Cuando lo cognitivo procesa la emoción recién se habla de sentimiento. Hoy se sabe que las emociones son eventos de alta intensidad, de origen ancestral y respuesta automática. En tanto el sentimiento es algo procesado que se prolonga en el tiempo, por lo cual la emoción es la raíz de la cual nacen los sentimientos.

En nuestro medio doctores como Facundo Manes o Daniel López Rosetti, de fuerte exposición mediática, se inclinan por considerar que la emoción decide y la razón justifica, al extremo de señalar el segundo que padecemos de un “analfabetismo emocional”.

Lo cierto, y esto es fundamental en materia deportiva, es que se abandona definitivamente el dualismo cartesiano que pregonaba la división entre la res cogitans y la res extensa, separando el cuerpo de la mente. Hoy se coincide en señalar que el cerebro y el cuerpo se encuentran integrados en una misma realidad indisoluble, concluyéndose que un adecuado equilibrio entre la razón y la emoción es la única alternativa para alcanzar el bienestar personal.

Dicha postura se celebra porque trata al ser humano como una unidad, aunque humildemente tiendo a pensar que no todo el tiempo somos más emocionales que racionales o viceversa, sino que al igual que un río que en el camino encuentra remansos y correderas nuestra vida es una incesante puja entre la razón y la pasión. A veces predomina una sobre la otra, según las circunstancias o etapas de la vida. De dicha alquimia surge la mágica fórmula que distingue a cada ser humano.

Inteligencia emocional y deporte.

La inteligencia se define en la actualidad como la capacidad de resolver problemas. Más no puede ser analizada en forma estanca, como se hacía desde antaño. Antes era inteligente aquel que resolvía correctamente problemas de matemáticas en un breve lapso. Hoy se sabe que a ello debe sumarse la gestión emocional, entendida como el aporte que la emoción es capaz de dar a todo mecanismo de razonamiento. Dicha asimilación permite adoptar decisiones apropiadas ante cada situación. Así, las emociones cumplen tres funciones: adaptativa (busca la preservación), social (promueve relaciones interpersonales) y motivacional (fuerza dinámica que impulsa nuestras acciones).

En el mundo del deporte, donde existen tantas presiones, el manejo emocional adaptativo resulta trascendente ya sea para estar focalizado en el objetivo perseguido o para adoptar decisiones correctas a la hora de la ejecución.

Un deportista debe saber sortear las presiones externas a las que está sometido. Sobre todo si hablamos de deporte espectáculo, donde las sumas millonarias en juego y gloria suelen pender de un hilo.

En ello la formación del atleta, su contexto familiar, su contención, su historia y sus sentimientos serán determinantes a la hora de resolver en el momento de la acción (adaptación social). Cuando un jugador de cualquier deporte colectivo decide dentro de un campo de juego, por lo general elige entre tres o cuatro alternativas posibles (driblar, lanzar, fintar o pasar).

Determinar cuál es la indicada exige de una condición emocional estable. No ser contaminados por hechos ajenos al deporte, ni consumidos por el propio ego cuando se trata de un consagrado, es una delicada cornisa sobre la que el deportista debe hacer equilibrio.

En el deporte la emoción está a la orden del día, la sorpresa, el miedo, la alegría y la ira son circunstancias que se dan dentro del terreno de juego y se trasladan a las gradas. Precisamente, la búsqueda de estas emociones es lo que genera tanta convocatoria en la afición. Luego la reiteración de emociones tamizadas por la razón es lo que arraiga en el sentimiento. Cuando Lionel Messi define tras una gran jugada puede generar sorpresa y alegría, más luego cuando dedica su gol a su abuela Celia mirando al cielo lo que hace es evidenciar un sentimiento.

Al mismo tiempo en las tribunas se viven idénticas emociones, más el procesamiento continuo de las mismas por parte de las parcialidades no hace más que reforzar el sentimiento del hincha hacia el club.

Tanto es así que el hombre es el único ser capaz de prever las emociones y con ello retroalimentar un sentimiento. Recuerdo una anécdota personal sucedida en la final de Hockey Masculino de Río 2016, allí un marplatense que vivía en Oslo, quien no poseía entrada, se encerró en una cabina de transmisión durante horas a la espera de la reapertura del Estadio de Deodoro. Ese hombre seguramente atravesó distintas emociones como el miedo y posterior alegría, con el solo objeto de reflotar su sentimiento por la tierra que lo vio nacer.

En otro orden, los deportistas cuidan de no transmitir las emociones que evidencian debilidad. Particularmente en el deporte individual dicha información puede resultar letal. Allí se da un juego de comunicación no verbal en el cual los atletas de elite por experiencia propia son altamente perceptivos.

Así hemos visto finales kilométricas de tenis, convertidas desde lo emocional en un juego de póker, donde el cuerpo no puede ni debe delatar agotamiento alguno. Basta observar el rostro de Andy Murray, mezcla de extremado cansancio y liberación–luego de la apoteótica obtención del último oro olímpico frente a Juan Martín del Potro–, para comprender de qué estamos hablando.

Otras batallas memorables desde lo emocional, cercanas a nuestros afectos, fueron la final de Roland Garros 2004 entre Gastón Gaudio y Guillermo Coria y la épica remontada de Juan Martín Del Potro frente al local Marín Cilic, que puso a Argentina 2-2 en la final de la Copa Davis 2016. Verdaderas montañas rusas emocionales, difíciles de decodificar por el cambiante estado anímico de los contendientes.

La emoción y la motivación se relacionan fuertemente (función motivacional) ya que esta última motoriza nuestras acciones para concretar los objetivos propuestos. No en vano, muchos entrenadores recurren a charlas o videos motivacionales, cuando no a asistencia psicológica, para influir en el contagio positivo de sus jugadores.

La inteligencia emocional será entonces determinante a la hora de arribar al bienestar personal tanto en la vida como en el deporte, donde la dinámica de lo impensado –al decir de Dante Panzeri– nos demuestra que las piezas se mueven constantemente. El cerebro y el corazón, también.

Las emociones son eventos de alta intensidad, de origen ancestral y respuesta automática. En tanto el sentimiento es algo procesado que se prolonga en el tiempo.

En el deporte, donde hay presiones, el manejo emocional adaptativo resulta trascendente ya sea para focalizarse en el objetivo o para adoptar decisiones correctas a la hora de la ejecución.

Datos

Las emociones son eventos de alta intensidad, de origen ancestral y respuesta automática. En tanto el sentimiento es algo procesado que se prolonga en el tiempo.
En el deporte, donde hay presiones, el manejo emocional adaptativo resulta trascendente ya sea para focalizarse en el objetivo o para adoptar decisiones correctas a la hora de la ejecución.

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