Lo que aprendí de mi hijo adolescente

Mirando al sur

Se ha escrito mucho sobre lo que los adultos pueden aprender de los niños más pequeños. Como si todas las verdades ocuparan ese espacio de inocencia y dulzura que se supone es la infancia (infancia soñada pero no siempre real), y a la adolescencia sólo le quedara un hartazgo de cosa difícil, de momento a superar, de conflicto interminable en donde el adulto tiene que andar poniendo límites y evitando desbordes. Pero si uno respira hondo y observa y escucha, hay tanto que podemos aprender de nuestros hijos adolescentes…

Mis hijos me enseñaron a vivir el momento

Mis hijos viven el hoy, el ahora –cuenta N–. Lo que sucedió ayer ya es pasado remoto para ellos. Lo que suceda mañana está muy lejano. Ahora es lo único que importa, lo que estoy haciendo, lo que está pasando, con quién estoy. Cada vez que yo comienzo a hacer planes, mañana tenemos que ir a tal lugar, hacer tal cosa, ellos me frenan: “Pará vieja, me lo decís mañana, ahora estamos haciendo otra cosa”. Y aunque por supuesto no se puede vivir sin algo de organización, ellos me ayudan a ubicarme: hoy, ahora, acá. Aprovechar el momento. Carpe diem.

Mis hijos me enseñaron que fracasar no es el fin del mundo

La liviandad con que mis hijos se toman un aplazo escolar al comienzo me ponía absolutamente loca –dice J–. Yo intentaba hacerles entender que era un problema serio, que podía afectar toda su educación, que con las notas no se juega. Y eso lo sigo pensando, por supuesto, pero el hecho de que yo me muriera de ansiedad y angustia por sus notas y ellos anduvieran lo más panchos me puso a pensar. Es su vida, su decisión, sus estudios, su responsabilidad. Porque lo increíble es que en algún momento levantan las notas y de pronto terminan el año sin problemas. Mi hija me lo explicó con palabras sencillas, como se explica algo a un niño: “Mamá, cada nota no es el fin del mundo. Yo sé lo que hago, si me saco un aplazo, mala suerte, no estudié, punto. Recuperaré en otro momento, aflojá”. Y juro que algo de eso se me quedó. Cuando tengo un problema en el trabajo me digo: no es el fin, aflojá.

Mis hijos me enseñaron que uno no puede hacerse cargo del mundo

Las chicas me enseñaron a soltar –dice F–. Hay momentos en que noto que están sobrepasadas y yo quiero que me hablen, las persigo un poco para ayudarlas, que sepan que pueden contar conmigo. Pero todo lo que hacen ellas es apartarme, cerrar la puerta de su habitación y desaparecer del mundo por el tiempo que precisen. Y esto que al comienzo me pareció una afrenta, casi; eso de sacarme de sus vidas, de impedir que me acerque, de pronto se transformó en otra cosa. Me dije: ok, no puedo estar a cargo de todo, no puedo cambiar las vidas de los demás. Y ahora yo también me permito cerrar la puerta, apagar el celular y alejarme de todo por un rato, incluso de ellas.

Mis hijos me enseñaron que el amor tiene muchas formas

Sé perfectamente que mis hijos me odian –dice G–, y a la vez sé sin ninguna duda que me quieren. Supongo que a la mayoría de los padres de adolescentes les sucede esto, y ha sido un duro trabajo aprender a convivir con esa dualidad de sentimientos sin sentir que ese odio es verdadero y es lo único que hay. A la vez veo cómo cambian y se transforman los sentimientos de ellos por sus pares. Una novia pasa a ser mejor amiga. Un amigo se convierte en casi un hermano. Y si alguien se aleja lo toman con naturalidad, así es la vida. Los chicos me parecen mucho menos dramáticos que los adultos en estas cuestiones, a pesar de que son ellos los que adolecen.

Mis hijos me enseñaron a vivir sin resentimientos

A veces me pregunto cómo pueden los chicos pelearse con alguien en forma horrorosa un día –dice N– y al día siguiente invitar a esa persona a casa a jugar a la play, y resulta que son íntimos amigos. Tal vez a las chicas los enojos les duren un poco más, pero lo cierto es que parecería que esta generación de adolescentes olvida rápidamente lo que pasó ayer. Lo que pasó, pasó, ya fue. Perdonan con facilidad, o tal vez no perdonan pero dejan pasar, dan oportunidades al que se mandó una macana, porque saben que en otro momento les puede pasar a ellos. Les envidio eso, que puedan dejar su pequeño pasado atrás.

Mis hijos me enseñaron que no hay edad para jugar

Mis padres eran serios, no los recuerdo jugando salvo al ajedrez, no los recuerdo bailando o cantando a los gritos por la casa –cuenta C–. Eran padres como debían ser los padres. Y yo también seguí ese camino. A cierta edad algunas cosas no estaban bien vistas, había que ponerse serio. Pero mis hijos de casi veinte siguen jugando, con la compu, con las consolas, con el celular. Salen a cazar Pokémons o lo que esté de moda y yo me engancho. Ponemos la música a todo lo que da y cantamos. O cada uno va por la casa cantando lo suyo, lo cual es un griterío importante pero a mí me encanta. En casa jugamos todos, y yo juego con ellos.

Mis hijos me enseñaron que no vale la pena estar con quien no querés estar

El cambio empezó cuando ellos eran pequeños –dice C–, y yo lo inicié. Si no querían ir a los brazos de alguien, que no fueran. Si no querían saludar con un beso, que no saludaran. Si se aburrían en un lugar, para qué llevarlos. Eso de los chicos callados y en un rincón en casa de adultos desconocidos ya no va. Cuando hay reuniones con familiares que casi ni vemos los chicos se plantan: “No los conozco, no me conocen, no son parte de mi vida, no me siento cómodo con ellos, no voy”. Y la verdad es que tienen toda la razón. ¿Por qué perdemos tiempo en reunirnos con gente que no nos interesa y a quienes no les interesamos? Esa hipocresía de hace años, de poner la cara frente a quien nunca levantó el teléfono para preguntarte cómo estás no va. Los chicos saben quiénes son su verdadera familia.

Y en definitiva…

Mis hijos me enseñaron a amar. “Nada me dio esta fórmula de amar sin otro anhelo que amar. Sólo los hijos” (Miguel Otero Silva).

Mi hija me dijo: “Mamá, cada nota no es el fin del mundo. Yo sé lo que hago, si me saco un aplazo, mala suerte, no estudié, punto. Recuperaré en otro momento, aflojá”.

Dije “Ok, no puedo estar a cargo de todo, no puedo cambiar las vidas de los demás”. Y ahora yo también me permito apagar el celular y alejarme de todo por un rato, incluso de ellas.

Datos

Mi hija me dijo: “Mamá, cada nota no es el fin del mundo. Yo sé lo que hago, si me saco un aplazo, mala suerte, no estudié, punto. Recuperaré en otro momento, aflojá”.
Dije “Ok, no puedo estar a cargo de todo, no puedo cambiar las vidas de los demás”. Y ahora yo también me permito apagar el celular y alejarme de todo por un rato, incluso de ellas.

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