Los hermanos dictadura

Mirando al sur

En la columna de la pasada quincena reflexionábamos acerca del irremediable territorio donde se habían establecido las negociaciones para el armisticio entre los narcoterroristas de las FARC y la República de Colombia presidida por Juan Manuel Santos: la isla sometida por los hermanos Castro, Cuba. Resulta curioso que mientras buena parte de Latinoamérica, tanto su clase dirigente como la opinión pública en general, manifiesta su preocupación por la situación de Venezuela, desmanejada por el inefable Nicolás Maduro, poco se escucha respecto de la más larga dictadura del continente: la Cuba castrista.

¿Cómo hemos permitido, los demócratas latinoamericanos, que semejante despotismo y ahora también nepotismo haya durado más de medio siglo? Sesenta años se cumplirán en el 2019. Una de las razones de la durabilidad extraordinaria de la tiranía castrista es la simpatía de las izquierdas del mundo, y muy especialmente de las socialdemocracias. Es cierto que diversos dirigentes socialdemócratas europeos han expresado su rechazo a la dinastía bipersonal de los Castro, pero siempre en un tono condescendiente, tolerante, apagado; sin la menor sombra de relación con los verdaderos esfuerzos solidarios que esos mismos políticos aplicaron contra las dictaduras de Videla y Pinochet.

Los mandatarios latinoamericanos, que a menudo se comprometen a defender la hegemonía democrática de la región, advirtiendo su rechazo a cualquier forma de transición del poder que no sea legal o electoral, no reparan en la anomalía interminable que representa la dictadura castrista. Disidentes encarcelados, persecución constante, inexistente libertad de expresión, prohibición de salir y entrar libremente del país y nula capacidad de elegir a sus propios líderes es el ominoso destino de los cubanos desde el triunfo armado de Castro en 1959.

Llamar Revolución a su golpe contra otra dictadura –la de Batista– es un pleonasmo. Casi todas las dictaduras latinoamericanas enfrentaron algún tipo de conmoción dentro de sus propias filas, no para ser reemplazadas por una democracia sino para cambiar de dictador. Eso es exactamente lo que ha ocurrido con Fidel Castro. Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay, abandonaron sus pasados dictatoriales por medios políticos y aún continúan construyendo democracias, si no siempre exitosas, al menos ya con décadas de antigüedad y sin que se postule ninguna forma de gobierno que pueda conculcarle al pueblo su derecho a decidir. El único resultado de la lucha armada castro guevarista ha sido esa dictadura ya anacrónica y el desastre político de los 70 en el resto de Latinoamérica.

¿Qué podríamos hacer el resto de los latinoamericanos para solidarizarnos con los cubanos cautivos de los Castro? Lo mismo que hicimos durante las sanguinarias dictaduras de Videla, Pinochet y Stroessner: que nuestros líderes reclamen en la ONU, promover visitas de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, escribir libros, artículos, obras de teatro, filmar películas, documentales y de ficción, contra la dictadura castrista, llamando al inmediato relevo por medios democráticos de los dos patéticos reyes del mambo: Fidel y Raúl. En el prólogo del libro “Otra grieta en la pared”, sobre la persecución a la incipiente prensa disidente cubana, publicado en el 2003, Robert Cox, el corajudo redactor del “Buenos Aires Herald” que denunció a la dictadura de Videla en vivo y en directo, escribía: “Muchas veces me he preguntado por qué Castro no es abominado como lo es Pinochet, teniendo, en mi opinión, muchísimo en común”.

Otro de los articulistas del libro anticipa la clásica pregunta, como ha ocurrido tantas veces bajo dictaduras: qué has hecho tú bajo la dictadura de Castro, papá. Pero como bien señalan los pensadores chilenos Roberto Ampuero y Mauricio Rojas en su recién publicado libro “Diálogo de conversos”: no podemos exigirles heroísmo a los cautivos. Pero siempre podemos exigir a quienes gozan de la protección de las libertades públicas en las democracias linderas que hablen a favor de los cautivos y, especialmente, que no sean cómplices silenciosos de la desgracia cotidiana de los cubanos.

El único resultado de la lucha armada castro guevarista ha sido esa dictadura ya anacrónica y el desastre político de los 70 en el resto de Latinoamérica.

Dice el periodista Robert Cox: “Muchas veces me he preguntado por qué Castro no es abominado como lo es Pinochet, teniendo, en mi opinión, muchísimo en común”.

Datos

El único resultado de la lucha armada castro guevarista ha sido esa dictadura ya anacrónica y el desastre político de los 70 en el resto de Latinoamérica.
Dice el periodista Robert Cox: “Muchas veces me he preguntado por qué Castro no es abominado como lo es Pinochet, teniendo, en mi opinión, muchísimo en común”.

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios