Los iraníes rechazan la teocracia que los oprime

Los iraníes salieron a las calles de las ciudades de su país, inesperadamente. Lo hicieron al finalizar el 2017. Y allí están todavía, protestando a cada rato. A los gritos. Cansados de la teocracia en la que viven, al compás de las pautas sociales medioevales que les impone la oligarquía clerical que los conduce, tanto ideológica como económicamente.

Esta vez, a diferencia de lo sucedido en el 2009 -cuando las protestas por el fraude masivo electoral con el que entonces se “confirmara” en la presidencia de Irán a Mahmoud Ahmadinejad- no hay líderes identificables detrás de los reclamos. Ni lugares en los que la protesta se concentre y sea especialmente preocupante.

Esa es, precisamente, la gran sorpresa. Las protestas abarcan a todo el país, pero muy especialmente al interior conservador de Irán, que hasta ahora había sido el principal respaldo de los clérigos y el centro de fácil reclutamiento de las principales fuerzas de seguridad. Fundamentalmente en torno a la deliciosa ciudad de Isfahan, la cuna del polo, emplazada a unos trescientos kilómetros al sur de Teherán.

Los insultos y quejas de la gente apuntan tanto al presidente reformista, Hassan Rouhani, como al hasta ahora intocable “Líder Supremo” religioso shiita, el Ayatollah Ali Khamenei.

Quienes se han apoderado de la calle actúan, a veces, con gran violencia, en clara expresión de hartazgo. Los dos líderes antes nombrados, pase lo que pase, han quedado heridos en su presunta legitimidad para conducir a Irán.

Lo que inicialmente comenzara como una protesta por el bajo nivel de vida al que los iraníes están sometidos y contra las subas de precios de los alimentos, especialmente de los huevos, degeneró enseguida en una suerte de desafiante y sonora rebelión. Contra el actual estado de cosas, en general.

Incluyendo la enorme corrupción que afecta a todo el opaco andar del régimen y ha infectado profundamente a la sociedad.

Las autoridades inmediatamente apuntaron a los enemigos “externos” como los presuntos responsables de haber promovido las protestas. Pero las propias calles y ciudades del país, abarrotadas de gente, los desmintieron muy fácilmente.

La explosión, una mezcla de rabia y desencanto, es notoriamente doméstica. Y no es exclusiva de la “clase media”. Por ende, los airados reclamos tienen esta vez una gran peligrosidad política.

Quienes protestan saben el riesgo que corren es inmenso. Puesto que incluye la pena de muerte, frente a la que los clérigos no vacilan. Como quedara claro en el 2009, conmoción que fuera sofocada con un saldo terrible, de unos 30.000 muertos. De los que hasta ahora “no se hablaba”.

Ocurre que en Irán rebelarse contra los clérigos supone revelarse contra Dios. Un crimen que, para los gobernantes, es imperdonable y al que se denomina “Moharebeh” (alzarse en guerra contra Dios) que se paga con la pena capital.

Irán, por esto, es uno de los países del mundo en el que más personas mueren anualmente ejecutadas, con frecuencia en la horca y públicamente.

Una tormenta parce cernirse sobre Irán. No necesariamente derribará pronto al régimen que se ha apoderado férreamente del milenario país de los persas. Pero la dictadura religiosa ha comenzado a temblar. Y es visible.

(*) Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.


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