Neuquén y París, “Pechi” y Napoleón

LEANDRO LÓPEZ (*)

Quienes hayan visitado alguna vez París (yo tuve la oportunidad de hacerlo) seguramente se habrán maravillado por su geometría arquitectónica, sus grandes avenidas, sus vastos parques y jardines, su sentido de la estética y su urbanismo que invita a disfrutar en todo momento y durante todo el año de los espacios públicos. Pero la capital francesa no siempre fue así. Hasta mediados del siglo XIX París tenía la misma estructura de la Edad Media, con calles angostas y serpenteantes, construcciones antiguas, gente hacinada, espacios públicos degradados, ya que había crecido sin planificación y sin sentido estético durante casi dos mil años desde su fundación. En 1853, Napoleón Bonaparte nombró prefecto de París al barón Jorge Eugenio Haussmann, quien fue el artífice de la transformación de París en una de las ciudades más modernas y hermosas del mundo, y quien duró en su cargo hasta 1870. Obviamente, Haussmann tuvo que usar la “topadora” para transformar París de una aldea medieval en la ciudad de las luces y demoler miles de construcciones antiguas para dar lugar a los nuevos parques, jardines, avenidas, bulevares y veredas. Durante los últimos meses se ha discutido en la ciudad de Neuquén sobre el valor histórico del anfiteatro del Parque Central, se han presentado proyectos declarando su intangibilidad, se ha descalificado y denostado a quienes osaron intentar modificar el espacio público y se han manifestado sectores políticos que se niegan caprichosamente a cualquier cambio. En Neuquén, cualquier intento modernizador o tentativa de cambio es visto por los sectores conservadores y nostálgicos como una amenaza, como una ofrenda a la “Neuquinidad”, que prefiere las calles de tierra a las asfaltadas, las covachas a los edificios modernos, la oscuridad antes que la luz, el localismo en lugar de la cosmovisión, la mediocridad cultural antes que la excelencia. Estos planteos conservadores los hemos escuchado cuando se construyó la nueva terminal de ómnibus y se demolió la vieja, cuando se hizo el Museo Nacional de Bellas Artes, cuando se transformó la isla 132 de basural en espacio de jerarquía, cuando se modernizó la plaza de las banderas y cuando se abrieron nuevas calles en el Parque Central. Todas estas obras trajeron belleza a la ciudad. Y todas sufrieron la resistencia de los mismos sectores. La palabra demolición se ha demonizado y para algunos tiene connotaciones negativas. Por el contrario, creo que deberíamos demoler varios edificios en Neuquén, como por ejemplo los galpones de chapa de las ferias de las pulgas, para construir algo más lindo que atraiga al público. También creo que deberíamos eliminar los canteros de ladrillo a la vista del Parque Central, sobre la calle Sarmiento, para hacer sendas que inviten al paseo y modernizar la estética de todo el sector oeste de dicho espacio para el disfrute de los vecinos. Quizás los neuquinos debiéramos preguntarnos por qué no podemos darnos el lujo de tener espacios públicos de primer mundo, por qué no podemos modernizarnos y avanzar en modificaciones urbanísticas. ¿Por qué Napoleón pudo y “Pechi” no? Dichas estas preguntas, me atrevo a aventurar algunas respuestas: 1) París no tenía representantes políticos mediocres, conservadores y temerosos al cambio. 2) Los artistas parisinos buscaban la excelencia y la vanguardia, no se anclaban al pasado y a la nostalgia. 3) Los gatos negros en París habitan los tejados, en Neuquén se arrastran demasiado a ras del suelo. (*) Presidente del bloque de concejales de NCN. Neuquén


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