Ni siquiera clementes hemos sido

Frente a mi casa de infancia en Bariloche pasaba siempre una mujer cargada de ramas secas. Las llevaba con esfuerzo sobre la espalda encorvada o por los años o por el duro trabajo de ser pobre. Con esas ramas, suponíamos, atenuaba el frío en su casita allá arriba, en el Alto. Sería una casita como la de Rafael Nahuel, hecha de tablas y descartes. De la señora nunca supimos su edad ni su nombre ni dónde vivía. Creo que nos importaba poco saberlo. Para el barrio de modesta clase media pero con estufa en casa que la veía pasar, esa señora era “la vieja de las ramas”. Y era mapuche.

De los indios en la escuela me enseñaron que hacían cacharros de cerámica, andaban con taparrabos, arco y flecha y que recibieron absortos de admiración a Colón.

El 12 de octubre era el Día de la Raza. Según nuestros rasgos y color de piel, las maestras nos asignaban personajes para representar en los actos escolares en que se conmemoraba esa fecha. Podíamos ser conquistadores (nunca conquistadoras) o conquistados: un rutilante español de espada y cruz o un indio semidesnudo. Y cantábamos el himno provincial llenos de inocencia y fervor civilizatorio: “Ha dejado atrás el tiempo, ahora marcha rumbo al sol, sobre el alma (sic) del tehuelche puso el sello el español”. El autor de la letra era el cura Raúl Entraigas; un descendiente suyo, el también cura Oscar Pérez, modificó algunas líneas chirriantes a los oídos del 2011. Pero que en Río Negro se cantaron durante 36 años, se cantaron.

El 12 de octubre en España se festeja con el nombre de Día de la Fiesta Nacional o Día de la Hispanidad. Es comprensible. Pero en Venezuela y Nicaragua se recuerda como el Día de la Resistencia Indígena y en nuestro país está consagrado, desde el 2010, como un correcto Día del Respeto a la Diversidad Cultural, de acuerdo con tratados y declaraciones de derechos humanos referidos a “la diversidad étnica y cultural de todos los pueblos”.

De la Conquista de América pasamos a estudiar la Conquista del Desierto. Lucio V. Mansilla, un dandy de excursión por tierras de ranqueles, dejó testimonio del pensamiento de la época, un péndulo entre civilización y barbarie: “¡Ah! Esta civilización nuestra puede jactarse de todo, hasta de ser cruel y exterminadora consigo misma. Hay, sin embargo, un título modesto que no puede reivindicar todavía: es haber cumplido con los indígenas los deberes del más fuerte. Ni siquiera clementes hemos sido. Es el peor de los males”.

El más fuerte nombra. Así, por la confusión de Colón circuló la palabra “indios”, que vino a reemplazar a los “salvajes” del siglo del “descubrimiento”. Después “indígenas” y más tarde “aborígenes”, hasta hoy, cuando se habla de “pueblos originarios” para designar a compatriotas de quienes seguimos sabiendo poco y macaneando mucho. En operaciones verbales deplorables, el periodismo militante que desayuna odio y almuerza desprecio ha restaurado el guión pobre de las viejas películas del far west norteamericano: indios malos contra los cara pálida buenos.

¿Con qué atributos se reviste el nombre? Una operación de supremacía racial que parece ficción consta en la revista “Todo es Historia” de noviembre del 2010. Dice que el “cacique más temido de la pampa”, “el terrible Pincén”, fue derrotado por el general Conrado Villegas, el mismo con sala cultural en Neuquén. Vencidos por las armas, Pincén y su gente fueron apresados y llevados a Buenos Aires. En el estudio fotográfico de Antonio Pozzo, que acompañó la campaña militar de Julio Roca, la cámara impuso su sello en el alma de los derrotados. Quedó registrada la imagen de Pincén vestido de gaucho, solo y con su familia, abrumados de pena. Pero otra imagen más idónea para la misión de Roca pasó a la historia y la revista cuenta cómo se logró. Presente en la sesión de fotos, Francisco Pascasio Moreno, el perito, de pronto “corrió al Museo Antropológico y Arqueológico y trajo una lanza” que puso en manos de Pincén. Ahora armado, ahora de torso desnudo y chiripá, dice la crónica que “(…) inmediatamente el indio tomó actitud guerrera(…) el rostro del cacique parecía iluminado por una luz siniestra”.

Andamos como sonámbulos por un territorio que es mágico y trágico palimpsesto, pero, salvo por los dinosaurios, el pasado nos deja indiferentes. Ni la clemencia que reclamaba Mansilla, ni respeto ni compasión: “Dijimos nunca más./Y ahora, monstruosa,/se repite la historia” (de “Limpieza étnica”, poema de José Emilio Pacheco).

Datos

Andamos como sonámbulos por un territorio que es mágico y trágico palimpsesto, pero, salvo por los dinosaurios, el pasado nos deja indiferentes.

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