No golpearás al maestro

No agredir al maestro bien podría haber sido un mandamiento, pero no lo fue. Sencillamente porque no era necesario.

Este tipo de regla se suponía tácita y por ende resultaba superflua su formulación. El educador era el guía, el que poseía el saber y lo transmitía a sus alumnos. Su figura llevaba ínsita la idea de autoridad.

¿En qué momento de la historia los valores se trastocaron de tal manera que hoy un docente puede ser víctima de una agresión física o verbal por parte de los padres de sus propios educandos?

Tal lo acontecido días pasados, cuando una madre groseramente agredió y amenazó a una maestra de la Escuela Primaria Nº 46 de Tigre simplemente por estar en desacuerdo con ella.

Las imágenes que rápidamente se viralizaron revelan el quiebre existente en ciertos sectores de la sociedad entre progenitores y educadores.

Como consecuencia de dicho hecho, se implementará por vez primera el nuevo artículo 74 bis del Código de Faltas bonaerense, que prescribe: “Será sancionada con arresto de cinco a treinta días o multa de entre el 50% y el 100% del haber mensual del oficial subayudante de la policía la persona que, invocando un vínculo con un alumno, dentro del establecimiento educativo de gestión pública o privada al que éste concurre, o en las inmediaciones del mismo, hostigue, maltrate, menosprecie o perturbe emocional e intelectualmente a un trabajador de la educación, sea docente o no”.

Las penas se agravarán al doble cuando los ataques sean en presencia de alumnos; aplicarán también a aquel que “insulte o provoque escándalo, ejerza actos de violencia física, le arroje elementos de cualquier naturaleza, ingrese sin autorización a un establecimiento educativo y no se retire a requerimiento del personal, o perturbe de cualquier manera el ejercicio de la función educativa”.

Podrá pensarse que la norma en cuestión es una medida disuasiva para aquel que acometa contra un docente, y probablemente lo sea, aun cuando su alcance contravencional y limitado a una provincia suponga un espectro demasiado acotado.

Hasta que el mencionado precepto no obtenga una consagración penal difícilmente se encarnará en la conciencia colectiva.

También que normas como la expuesta serán bienvenidas por los docentes, abrumados por la coyuntura y ávidos de la consideración gubernamental desde hace tiempo.

Más la solución propuesta es una resignada aceptación del fracaso del diálogo entre los principales encargados de la educación de nuestros niños.

Sin que se remedien cuestiones más estructurales como la disminución de la pobreza, del delito y la droga y la jerarquización del rol docente desde su capacitación e ingresos, la resolución de fondo se postergará en el tiempo.

Pues al fin y al cabo estamos hablando de una cuestión elemental de respeto, inconcebible sin la presencia de acuerdos.

Cuando en la casa falta escuela y en la escuela falta casa, la educación fracasa. Ambos son espacios imprescindibles y complementarios. Comenzando por el hogar y prosiguiendo por el establecimiento educativo.

De la buena sinergia entre ambos factores depende parte importante de nuestro futuro como sociedad.

*Abogado, profesor nacional de Educación Física y docente universitario


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