No nos damos cuenta cuán ignorantes somos

Mirando al sur

La mayoría es pesimista. En todos los países. En todas las situaciones económicas. En todos los contextos culturales. En encuestas que se han hecho en varios países con grados muy diferentes de desarrollo se les preguntó a decenas de miles de personas sobre datos de la realidad y la mayoría eligió siempre los datos más pesimistas.

Se les preguntó, por ejemplo, cuál creen que es el porcentaje actual de gente, en todo el mundo, viviendo en la miseria (es decir, gente que no alcanza a comer dignamente todos los días): ¿45%, 26% o 9%? Cinco de cada diez dijeron que la miseria actual afecta al 45% de la población mundial. Casi cuatro de cada diez, que la miseria es del 26%. Apenas uno de cada diez dijo que la miseria es del 9%, que es la cifra que muestran las investigaciones de la ONU. No sólo eligieron el dato más catastrófico, sino que era el más alejado de lo que realmente sucede.

Lo mismo sucedió cuando se les preguntó sobre cantidad de niños en las escuelas o sobre el porcentaje de niños que reciben todas (o gran parte de) las vacunas recomendadas por los ministerios de Salud Pública: la inmensa mayoría cree que pocos niños reciben una educación básica y que son pocos los vacunados. Lo que es totalmente falso.

Investigadores de la OCDE realizaron una encuesta sobre cómo se percibe masivamente la evolución de la calidad de vida. En esa encuesta se les preguntó a miles de personas en cada país de los 33 que participaron si creían que el mundo va mejorando o va empeorando (tomando en cuenta la salud, la educación y las posibilidades económicas que tuvo la mayoría de las personas hace un siglo, hace medio siglo y ahora): la inmensa mayoría (el 65%) cree que empeoramos. Y mientras más rico es el país (y más rica es la persona que responde) más pesimistas son las respuestas. El 80% de los suizos, por ejemplo, cree que hoy el mundo está peor que hace un siglo.

La imaginación apocalíptica existió siempre. Es muy anterior al cristianismo y pertenece a las más diversas culturas. Pero nunca estuvo tan aceptada por una amplia mayoría como en la actualidad.

En las utopías negativas de la Antigüedad, además, había alguna forma de redención (aunque fuera después de la muerte). En la imaginación apocalíptica actual vamos de mal en peor y jamás lograremos (ni muertos) llegar al paraíso.

Mientras la visión de la mayoría es apocalíptica respecto de nuestro presente y del futuro que nos espera, todos los datos estadísticos resultan positivos.

El mundo parece estar mejorando irremediablemente. Quizá lo hace a un ritmo que le parece demasiado vegetal a nuestra ansiedad animal, pero mejora. Hoy vivimos, promedio, el triple de tiempo que en 1750.

En el 1500, uno de cada dos niños no llegaba a los 5 años y hoy casi el 97% sí lo logra. Producimos más alimentos que la cantidad de personas que hay en el mundo (el hambre se debe a que aún lo distribuimos mal, pero eso también mejoró muchísimo).

Entonces, ¿por qué si, objetivamente, estamos mucho mejor pensamos que estamos peor y que en el futuro aún estaremos mucho peor? Por varias razones. En primer lugar, cada vez vivimos más encerrados en burbujas. No sólo los barrios se hacen social y culturalmente más homogéneos que nunca (nuestros vecinos se nos parecen mucho), sino que los ámbitos laborales y los espacios que frecuentamos también se están volviendo más homogéneos.

Incluso los espacios virtuales: si bien, gracias a las redes sociales, podríamos hablar con gente de todo el planeta, de todas las culturas y de todas las situaciones económicas, lo cierto es que los algoritmos de Facebook nos reducen el mundo a los 10 o 100 con los que más interactuamos; y el bloqueo de trols y agresores en Twitter va disminuyendo el ámbito cultural en el que compartimos nuestras ideas y experiencias.

Aunque podríamos acceder a mil fuentes de información seria, casi todos frecuentamos solo una o dos. Y, por lo general, buscamos fuentes que confirmen nuestra forma de pensar. Las noticias más difundidas se centran en lo excepcional, pero creemos que eso –que es excepcional– es lo normal. Por ejemplo, vemos en la TV 100 veces un único asesinato o una única violación y percibimos un mundo de violencia que en realidad no existe.

Esta información sesgada e ignorante está en la base de muchos errores de percepción. Hoy mucha gente cree que en casi cada hogar las mujeres argentinas están en riesgo de ser asesinadas, pero por suerte esa posibilidad es ínfima: por año en la Argentina se asesina a una mujer cada 800.000.

Hay pobreza y hay miseria. Hay mujeres golpeadas y asesinadas. Hay niños desnutridos y hay problemas en la educación. Pero la visión apocalíptica que las mayorías tienen de todas estas situaciones está muy lejos de ser mínimamente cierta.

Desconocemos nuestra ignorancia: ese es uno de nuestros grandes problemas. Y no lo podemos superar fácilmente porque no nos damos cuenta de cuán ignorantes somos. Tenemos dos datos aislados y pensamos que ya tenemos el panorama completo de cada problema del mundo. Nos enceguecemos porque no nos damos cuenta de que lo que creemos saber está fuera de contexto.

Al contrario de lo que la mayoría cree, el mundo siempre está mejorando. Y el mundo mejora gracias a nosotros. Quizás eso sucede porque la mayoría de nosotros somos mejores haciendo cosas para mejorar el mundo que pensando en cómo funciona.

El mundo parece estar mejorando irremediablemente. Quizá lo hace a un ritmo que le parece demasiado vegetal a nuestra ansiedad animal, pero mejora.

¿Por qué si, objetivamente, estamos mejor pensamos que estamos peor y que en el futuro aún estaremos mucho peor? Porque vivimos en burbujas de información sesgada.

Datos

El mundo parece estar mejorando irremediablemente. Quizá lo hace a un ritmo que le parece demasiado vegetal a nuestra ansiedad animal, pero mejora.
¿Por qué si, objetivamente, estamos mejor pensamos que estamos peor y que en el futuro aún estaremos mucho peor? Porque vivimos en burbujas de información sesgada.

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