Partidos democráticos para la democracia argentina

El clima que se percibe en el actual panorama político argentino hace temer que reiteremos un error que viene erosionando la representatividad de los partidos y, por esa vía, nuestras posibilidades de desarrollo como Nación y como sociedad. Me refiero a creer que la democracia se pueda limitar a que la ciudadanía emita su sufragio cada dos años, sin ejercer procedimientos democráticos en la vida interna partidaria.

Las democracias modernas se basan en sistemas de partidos que sean capaces de expresar a la ciudadanía en sus diversos sectores, intereses y opiniones, de modo que estos se vean representados a la hora de elegir quiénes habrán de gobernar y legislar en su nombre. Pero para que esa representación democrática sea tal, se necesitan partidos democráticos, con genuina participación de sus integrantes. Y, duele decirlo, en la Argentina parecemos habituados a que los partidos funcionen de manera autoritaria.

Esta crítica le cabe, en primer término, al justicialismo, mi propio partido, en el que salvo por algunas instancias en las que intentamos una renovación, nunca pudimos librarnos del todo de rasgos autoritarios que provienen de los tiempos de su surgimiento. Pero es posible generalizar esta valoración a las demás fuerzas políticas; incluso la que más ha sabido mantener prácticas de democracia interna, la Unión Cívica Radical, no está libre de algunos pecados de este tipo. La actual coalición gobernante, pese a haberse constituido y ganado las elecciones de 2015 invocando el cambio, exhibe vicios similares a la hora de definir quién puede presentarse o no como candidato. Las decisiones tomadas a espaldas de la masa de afiliados, sin recurrir a elecciones internas; las reuniones de “mesa chica” o de círculos íntimos para resolver listas, alianzas y campañas; en suma, la discrecionalidad para decidir la orientación de los partidos, los va vaciando de representatividad. Y esto afecta gravemente a la democracia en su conjunto.

Algunas encuestas resultan alarmantes al respecto: hasta el 80% de la ciudadanía manifiesta seria desconfianza, o incluso rechazo, hacia los partidos y los políticos. Esto genera un círculo vicioso: sin verdadera representatividad, la gobernancia resulta erosionada, las reglas dejan de ser claras, el país pierde confiabilidad para las inversiones genuinas, lo que quita perspectivas de desarrollo económico y de bienestar para la ciudadanía, que así ahonda su distanciamiento de la política y sus organizaciones.

Por estos caminos se debilita la democracia y se fragmenta exponencialmente el sistema de partidos. Los datos de la justicia electoral argentina son preocupantes: hay 41 fuerzas reconocidas en el orden nacional, y 624 en los 24 distritos electorales. Estimado lector, ¿usted podría citar más de 5 nombres de esos partidos? Le confieso que a mí me cuesta mucho hacerlo. Casi ninguno de ellos realiza elecciones internas; y lo que es más grave, muchos son apenas un “sello”, una “marca” que se alquila o se vende, como si fuese una franquicia, para constituir frentes o permitir que un candidato se presente “por afuera” de su organización, dentro de la cual no pudo competir por los manejos autoritarios ya mencionados.

Es necesario salir de este círculo vicioso, estableciendo y garantizando la vida democrática al interior de los partidos políticos. Solo así contarán con la representatividad necesaria para ser, efectivamente, herramientas de la participación ciudadana, promotores de soluciones para los problemas del país e instrumentos que contribuyan a la convivencia e institucionalidad democrática plenas, para el bien de la nación y de la sociedad.

(*) Expresidente de la Nación.


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