¿Qué hizo Steve Jobs para ser considerado un genio?

Mirando al sur

El 5 de octubre de 2011 moría Steve Jobs. A pesar de que ya existía una legión de fanáticos que lo idolatraba, eran muchísimos más los que lo detestaban, hasta el punto de considerarlo poco menos que una encarnación demoníaca, un mero fraude o un ladrón de ideas ajenas. ¿Qué había hecho Steve Jobs para ser considerado por algunos como el hombre que cambió la cultura de nuestra época, pero por muchos más, un impostor?

Jobs no era inventor ni diseñador. No dibujó el plano de la Mac ni programó una sola línea de las millones que tiene el sistema operativo que usan sus máquinas. Mucha de la gente que trabajó a su lado ha dicho que era un dictador, que no le importaba herir, incluso a sus amigos más cercanos, con tal de obtener el resultado que buscaba. ¿Qué hizo, entonces, Steve Jobs para ser hoy uno de los fundadores de nuestra época, una especie de Cristobal Colón que en vez de comunicar a América con el resto del planeta conectó a toda la humanidad en un cerebro colectivo?

Steve Jobs tuvo una visión. Y, además, logró llevarla a cabo. Y, además, esa visión no era cualquier cosa: transformó radicalmente nuestra forma de vivir. Los ingenieros, los diseñadores industriales y los programadores que no quieren a Jobs suelen decir que todo lo que él hizo ya estaba inventado. Es cierto que cuando Steve Jobs lanza la primera computadora de Apple (diseñada por Stephen Wozniak) ya existían las computadoras personales.

Es cierto que el mouse, incluso, ya había sido desarrollado por Hewlett Packard. Pero HP no sabía en qué podía usarlo y por eso aceptó encantada vendérselo a Jobs cuando le propuso comprarle la idea. Jobs no inventó ningún producto industrial específico. Lo que hizo fue mucho más radical y más importante: inventó la cultura contemporánea.

Llevó la computadora a cada hogar y la hizo imprescindible en nuestra vida cotidiana. Cuando lanzó la Mackintosh en 1984 revolucionó la forma en la que el mundo veía a las computadoras: la hizo amigable para todos los que no sabían (ni estaban interesados en aprender a) programar. Parece mentira hoy que hace poco más de 30 años la computadora no fuera parte de nuestro paisaje cotidiano.

Cuando Jobs propuso fabricar computadoras para cada hogar norteamericano los inversores (y las grandes empresas, como IBM o HP) le preguntaron: “¿Para qué querría la gente tener computadoras en su casa?”. Jobs le contó a su biógrafo, Walter Isaacson, que eso le recordó una frase de Henry Ford: “Si yo le preguntara a la gente qué necesita, me dirían que quieren caballos más rápidos; yo les voy a mostrar que hay otra cosa que es mucho mejor que eso”.

Jobs era titánico: pensaba tan a lo grande que sus errores (algunos por anticiparse demasiado a lo que la época podía tolerar) también son grandes. Puso a su empresa al borde de la quiebra y fue despedido por el mismo directorio que él había nombrado. Cuando logró recuperarse fundó Pixar, el estudio de cine animado por computadoras que hoy está asociado a Disney.

Volvió a Apple y la relanzó. Cuando todo parecía ya inventado (y en cierta medida ya lo estaba), Jobs comprendió que la unión de internet+computadoras abriría un nuevo campo a la experiencia humana: vivir conectados a través de la computación móvil. En el 2007, hace apenas nueve años, presentó el iPhone, que transformó al celular en una extensión del cerebro humano.

Otra vez: ya había celulares mejores (el primer iPhone no tenía cámara de fotos, por ejemplo), pero no existía la idea de convertir al celular, a través de cien mil aplicaciones, en una prótesis del cuerpo humano. Hoy tres de cada cuatro seres humanos piensan y actúan a través de sus celulares. Nunca antes en la historia una revolución tecnológica se impuso tan rápidamente y cambió tan radicalmente la civilización.

En el filme “Ensayo de orquesta”, de Federico Fellini, se ve a un grupo de grandes instrumentistas que se revelan contra el director porque no quieren ser dirigidos por alguien que no es un gran compositor ni un gran instrumentista. Ellos, que son muy buenos en lo suyo, creen que pueden arreglárselas bien sin director. Fellini muestra que el anarquismo de los geniales no logra producir nada. Les falta algo que es invisible e intangible, pero que notamos cuando no está presente: la visión del director de orquesta. Ese filme de Fellini podría ser la gran biografía de Jobs.

Jobs era titánico: pensaba tan a lo grande que sus errores (algunos por anticiparse demasiado a lo que la época podía tolerar) también son grandes.

Datos

Jobs era titánico: pensaba tan a lo grande que sus errores (algunos por anticiparse demasiado a lo que la época podía tolerar) también son grandes.

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