Relatos en conflicto

Mirando al sur

Arthur O’Shaughnessy entendía muy bien la importancia política de lo que en la actualidad suele calificarse de “relato”. Hace un siglo y medio, en Oda, su poema más célebre, atribuyó buena parte de las vicisitudes, tanto las buenas como las malas, de nuestra especie a “los creadores de música” y “los soñadores de sueños”. Compartía con su compatriota Percy Bysshe Shelley la convicción de que “Los poetas son los legisladores desapercibidos del mundo.”

No exageraban. Si bien la razón ayuda al hombre a alcanzar sus metas, éstas dependen mucho más de la imaginación que de cualquier cálculo meramente racional. En última instancia, todos los cultos religiosos y movimientos políticos se deben a relatos. Los más exitosos, como los cristianos e islámicos, pueden conservar su capacidad para movilizar voluntades durante milenios; otros, entre ellos el comunista que la perdió luego de un siglo en que los esfuerzos por concretar en el mundo real lo soñado por profetas como Marx diezmaron el género humano, resultan ser fenómenos pasajeros.

Los relatos personalistas raramente sobreviven por mucho tiempo a quienes los protagonizan.

Aunque el confeccionado por los kirchneristas tiene orígenes que se remontan a la época colonial, la conducta rapaz de Néstor Kirchner y su esposa, además de la conciencia tardía de que muchos presuntos logros fueron obra de nada más que la creatividad de los funcionarios del Indec, lo ha dejado muy debilitado.

Para consolidar el poder que les había prestado el electorado, y también para contar con pretextos para pisotear las molestas reglas “burguesas”, el matrimonio y sus allegados desarrollaron una variante sui géneris del relato peronista o populista conforme al cual la Argentina es víctima inocente de la maldad ajena y por lo tanto debería tratar de mantenerse lo más alejado posible del odioso mundo capitalista. Luego de una década de supremacía, aquel relato “nacional y popular” se desinflaría con rapidez sorprendente. Está en vías de reemplazarlo una versión moderada de su histórico contrincante liberal que está reivindicando, de manera cada vez más explícita, el presidente Mauricio Macri.

A diferencia de los kirchneristas que nunca han vacilado en hablarnos de las bondades de su relato particular, los simpatizantes de Cambiemos son reacios a admitir que ellos también se sienten comprometidos con una interpretación determinada de la realidad nacional.

Prefieren figurar como pragmáticos más interesados en “solucionar los problemas de la gente” que en abstracciones portentosas. Con todo, parecería que Macri y su socios han llegado a la conclusión de que les hace falta un relato convocante.

No bien se confirmó el triunfo del oficialismo en las elecciones legislativas, Macri, que por cierto no se destaca por su elocuencia, declaró que “éste es sólo el principio, recién estamos empezando a transformar a nuestra querida Argentina. Hoy ganó la certeza de que podemos cambiar la historia para siempre”.

Lo que quiere hacer el presidente es convencer a quienes creyeron en el otro relato de que el programa “modernizador” que ha emprendido es en verdad una gesta patriótica que no sólo ayudaría a mejorar la vida del grueso de los habitantes del país sino que también permitiría que la Argentina recuperara el lugar en el mundo que había ocupado un siglo atrás.

El nacionalismo, porque es de él que se trata, puede asumir diversas formas.

La variante peronista es autocompasiva, para no decir derrotista, por basarse en la noción de que por ser la Argentina un país víctima sería injusto pedirle competir con los vinculados con “el imperio” todopoderoso, una actitud que los kirchneristas llevaron a extremos al querer aliarse con la Venezuela chavista, la Cuba castrista y el Irán de los ayatolás.

La variante elegida por Macri es mucho más ambiciosa. Lejos de temer a la competencia, quiere que la Argentina juegue en la primera división internacional.

Aunque existe el riesgo de que miembros del gobierno, entusiasmados por la idea de que “en un mundo de cambios acelerados, los argentinos tenemos mucho que aportar” y que “juntos, somos imparables”, se pongan a hablar prematuramente de “Argentina potencia”, las circunstancias actuales favorecen las aspiraciones de Macri.

Casi todos los países considerados avanzados –Estados Unidos, el Reino Unido, España y otros integrantes de la Unión Europea– están pasando por crisis angustiantes que podrían agravarse mucho en los meses próximos. Así pues, de difundirse la sospecha de que la Argentina sigue siendo un país anómalo, en esta ocasión para bien, podría convertirse en un refugio sumamente atractivo para quienes huyan hacia la calidad.

Macri busca convencer con que su programa “modernizador” es una gesta patriótica que ayudará a mejorar la vida de la mayoría y permitirá que el país recupere su lugar en el mundo.

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Macri busca convencer con que su programa “modernizador” es una gesta patriótica que ayudará a mejorar la vida de la mayoría y permitirá que el país recupere su lugar en el mundo.

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