Santucho revisitado

Mirando al sur

Hay ciertos episodios de la historia, tanto argentina como mundial, cuyos rudimentos son conocidos por el público interesado –como quien esto escribe, no necesariamente especializado ni académico–, pero despojados de datos precisos, de comprobaciones palpables, de fuentes ciertas.

Sabíamos, por distintos testimonios previamente publicados, que los montoneros habían matado al líder sindical y mano derecha de Perón, José Ignacio Rucci; pero hacía falta el libro de Ceferino Reato, “Operación Traviata”, para terminar de poner en su sitio muchos de los interrogantes que aún giraban alrededor de aquel asesinato. Seguramente aún queden detalles por revelar, especialmente respecto a las motivaciones políticas del crimen, pero nos hemos acercado mucho más a la verdad de lo que estábamos antes de ese libro.

La figura de Roberto Santucho, el líder del Ejército Revolucionario del Pueblo, ha sido expuesta en una gran cantidad de publicaciones, entre las que se destaca el exhaustivo libro de María Seoane, “Todo o Nada”. Y uno de los acontecimientos que circulan como una atmósfera alrededor del accionar criminal de Santucho es el hecho de que, dentro del ERP, existían espías del Ejército, antes y después del golpe del 76, que frustraron algunas de las acciones más osadas de esta bizarra guerrilla guevarista argentina. Los interesados en la historia de las organizaciones armadas como ERP y Montoneros conocíamos la existencia de los infiltrados en ambos grupos, y en particular del espía que desbarató el asalto del ERP a Monte Chingolo, el Oso Ranier. Pero no es sino hasta la reciente publicación del libro del periodista y escritor Ricardo Ragendorfer, “Los Doblados”, que accedemos a una aproximación cabal y mucho más rigurosa de este personaje que encarna casi el estereotipo del delator en los 70.

Su génesis como espía, proveniente de lo que se conoce como “izquierda nacional”, podría ser perfectamente una trama de Le Carré. Pero tanto la historia de Ranier como la revelación respecto de una tal Alicia Carbonell, que incluye un romance perverso con un represor, son atributos del libro que es mejor leer directamente. A lo que en este artículo quiero apuntar es a un perfil no siempre denunciado de la actividad criminal de Roberto Santucho. Según el libro de Ragendorfer, desde mucho antes del asalto a Monte Chingolo en diciembre de 1975 –la acción más decisiva y más funesta del ERP–, Santucho fue informado de que dentro de su agrupación existían espías, en particular uno apodado el Oso. Esta última precisión se la había transmitido la cúpula de Montoneros, que a su vez contaba con infiltrados dentro del Ejército argentino. Pero Santucho desestimó tanto la idea de una infiltración militar en el ERP en general, como la del Oso en particular, aduciendo que la moral revolucionaria de sus militantes detectaría cualquier cuerpo extraño; en suma: el Hombre Nuevo no se podía impostar. En su nimio nivel, Santucho replicaba la locura de Stalin, que se negó a aceptar el traicionero ataque nazi pese a todas las evidencias, hasta que sus propios hombres lo obligaron a asumir el contraataque. Cuando las evidencias perforaron incluso el autismo político y personal de Santucho, ordenó una investigación. Pero no sólo ya era tarde, poco antes de ordenar la toma del batallón Domingo Viejo Bueno en Monte Chingolo, para hacerse con un importante depósito de arsenales, Santucho supo perfectamente que los militares conocían sus intenciones. Las autoridades del batallón habían ordenado reforzar la guardia y a todas luces esperaban un ataque. Luego reducen las alertas, en una obvia emboscada, y Santucho ordena el ataque pese a todo. Mi conclusión es que mandó a centenares de jóvenes a la muerte sin el menor reparo. Su desprecio por la vida era equivalente a su total falta de contacto con la realidad, la de la política y la de la condición humana en general. Que miles de jóvenes, la mayoría de ellos con el secundario completo y de clase media, hayan caído bajo el influjo de semejantes dirigentes, al punto de arriesgar las propias vidas y de sus familias por nada, en medio de un período democrático de la Argentina, sigue siendo uno de los grandes enigmas de nuestra vida nacional, que no bastará un libro para terminar de precisar.

Santucho desestimó la idea de una infiltración militar en el ERP, aduciendo que la moral revolucionaria de sus militantes detectaría cualquier cuerpo extraño.

Santucho replicaba la locura de Stalin, que se negó a aceptar el traicionero ataque nazi pese a todas las evidencias, hasta que lo obligaron a asumir el contraataque.

Datos

Santucho desestimó la idea de una infiltración militar en el ERP, aduciendo que la moral revolucionaria de sus militantes detectaría cualquier cuerpo extraño.
Santucho replicaba la locura de Stalin, que se negó a aceptar el traicionero ataque nazi pese a todas las evidencias, hasta que lo obligaron a asumir el contraataque.

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