Sólo con el recambio no alcanza

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“Hablan de problemas sicológicos, pero buscan soluciones futbolísticas”, me dice un especialista. Habla, claro, de la selección argentina. “Necesitamos dos o tres con el corazón de Del Potro”, arriesga a su vez Mario Kempes, héroe de 1978. Y otros afirman que hay que jugarle a Perú en la Bombonera, para que sienta la presión, como si la Eliminatoria de 1969 hubiese sucedido en Kuala Lumpur y no en Buenos Aires.
Aquel fue mi primer partido de selección. Tenía doce años. Imposible olvidar tanta tristeza. Argentina, por primera vez, eliminada en una clasificación al Mundial. Perú le empató 2-2 en la Bombonera y chau Mundial de México, donde se coronó el Tri de Pelé y los suyos. Menotti, el hombre clave de la reconstrucción, dice ahora que la selección “fue un espanto” tras su empate del Monumental 1-1 con Venezuela.
Puede que tengan razón, pero, por momentos, parece reinar cierta nostalgia y hasta envidia a estos tiempos modernos y más millonarios. Como si no hubiesen jugado fútbol y atravesado papelones propios. El problema, está claro, es que el recambio fue hecho. De técnico, de estilo y también de jugadores. Y todo sique igual. O peor, porque falta cada vez menos y los puntos no aparecen.
Creíamos que lo de Sudáfrica 2010 sólo fue posible porque estaba Diego de técnico. Ahora vemos que no. Nos jactamos de la personalidad del futbolista argentino. De su garra. Pero ahora nos preguntamos cómo puede ser que jugadores de calidad comprobada sientan tanta parálisis cuando visten la camiseta de la selección y reciben la primera piedra.
Le pasó no sólo a Maradona. Le sucedió al Tata Martino, al Patón Bauza y ahora a Sampaoli. El equipo comienza bien, denuncia buenas intenciones y convicción. Pero llega la piedra rival y le aparece no sólo ese gol, sino todos los que falló y los que recibió en las tres finales que podrían ser motivo de orgullo, pero asoman casi como una vergüenza. Peor que perder una final, nos damos cuenta ahora, sería ni siquiera clasificar al Mundial.

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