Turistas con calculadora en mano

Qué conviene: ¿vacacionar en el país o en el exterior?

Mirando al sur

Una encuesta realizada por la consultora M&R Asociados y divulgada días atrás revela que el 37% de los argentinos que planean tomarse vacaciones en el próximo verano lo hará en el exterior.

Este dato debería poner en alerta al sector turístico local: confirma que la competencia externa puede afectar a la actividad, como ya ocurrió en la temporada anterior, por más que ese universo sea más reducido, ya que abarca solamente a quienes están en condiciones económicas de tomar vacaciones, que representan menos de la mitad de la población (44%). De este total, el 63% prevé hacerlo en distintos destinos turísticos de la Argentina.

El relevamiento de la consultora (uno de cuyos socios es Gustavo Marangoni, expresidente del Banco Provincia de Buenos Aires) también refleja la disparidad existente en materia de distribución de ingresos y expectativas económicas: un 40% de los entrevistados cree que su situación personal mejorará en el 2017, otro 40% que empeorará y el 20% restante que quedará igual. De ahí surge que un 40% de la población no tomará vacaciones y otro 16% se resignará a quedarse en su casa, lo que hace un total de 56%. En el mejor de los casos, quienes integran este segmento podrían aspirar a pasar unos días o las fiestas de fin de año fuera de sus domicilios, si tuvieran familiares radicados en otros puntos del país o consiguieran pasajes baratos. Las enormes colas que se formaron hace pocos días en Buenos Aires, cuando se reabrió la venta de pasajes ferroviarios para viajar a Mar del Plata y otras ciudades a precios mucho más bajos que los de ómnibus de larga distancia, no hicieron más que corroborar esta tendencia.

Pero si verdaderamente más de un tercio de los argentinos que tomarán vacaciones viaja a otros países –limítrofes y no limítrofes– es porque la decisión se adopta con la calculadora en mano, como mucha gente lo hace con las ofertas y descuentos que ofrecen las grandes cadenas de supermercados en determinados días de la semana para distintos productos.

En el caso del turismo, abundan en estos días las promociones con cupos para comprar pasajes aéreos a Nueva York con combinación a Madrid por menos de 800 dólares, a Río de Janeiro por u$s 375 o a Santiago de Chile por u$s 284 desde Buenos Aires, en 12 cuotas sin interés con tarjeta de crédito, que en algunos casos pueden llegar a 24 meses. A medida que los vuelos se van completando y se acerca la fecha de viaje, esos precios suben. En el sector aerocomercial es evidente que en cada avión los pasajeros pagan distintos valores según esos criterios. Lo mismo ocurre con los vuelos de cabotaje. Pero, en uno y otro caso, esto implica que quienes se apuran consiguen importantes descuentos. A esto se suma la posibilidad de reservar hoteles o paquetes turísticos en el exterior a través de distintos sitios web locales e internacionales sin moverse de la computadora o bien con smartphones, con sólo ingresar los datos de la tarjeta de crédito y obtener financiación inmediata.

Salvando las distancias, la competencia externa (con sus componentes tecnológicos y financieros) es al turismo doméstico lo que las importaciones son a la industria local. Con la diferencia de que, salvo en contados nichos con convenios específicos, casi nadie tiene el mercado protegido.

Aquí también tiene mucho que ver la política macroeconómica. En el 2015, con un dólar barato (aún con el recargo impositivo de 35% que se aplicaba a los turistas), las ventas de pasajes y paquetes al exterior batieron récords, favorecidas además por los planes de pago cuotas sin interés. Entonces, la intención del gobierno de Cristina Kirchner era transmitir una artificial sensación de bonanza económica, pese a que la escasez de reservas del Banco Central preanunciaba la devaluación que finalmente iría a producirse a mediados de diciembre tras la asunción de Mauricio Macri, el fin del cepo y la liberación del mercado cambiario.

El problema es que el dólar vuelve ahora a estar relativamente barato, ya que buena parte del aumento del tipo de cambio real fue contrarrestado por la suba de precios que se produjo antes y después de la devaluación. Hace un año, la cotización del dólar en el mercado paralelo se ubicaba en $ 15,90, o sea, por encima de la actual en el mercado único. Por consiguiente, los hoteles, restaurantes, confiterías y servicios turísticos que aumentaron sus precios y tarifas en función de la mayor inflación –que cerrará el 2016 en torno de 40% anual– terminaron elevando su costo en dólares para los turistas. Este encarecimiento es un factor de desaliento para los extranjeros que planeaban viajar a la Argentina y de estímulo para que los argentinos viajen a otros países con precios más bajos. En muchos casos para comprar productos (electrónicos, ropa, etc.) más baratos, que compensan el mayor costo que supone el pasaje aéreo. A ello se suma que la AFIP viene reintegrando en cuotas los anticipos impositivos a cuenta que percibió en los últimos tres años en la venta de moneda extranjera y paquetes turísticos, así como en compras con tarjeta de crédito.

En este sentido, las últimas estadísticas difundidas por el Indec resultan reveladoras de lo que ocurrió durante este año en materia de movimiento turístico. En los primeros nueve meses del 2016, las salidas al exterior de residentes en la Argentina totalizaron 2,54 millones de personas, con un aumento de 18,4% con respecto al mismo período del año anterior. En cambio, el ingreso de viajeros extranjeros sumó 1,64 millón (o sea 900.000 menos) y registró un retroceso de -4,8%. La disparidad entre el turismo emisivo y receptivo se tradujo durante este período en un saldo negativo de divisas de 6.349 millones de dólares, superior en 6,4% al registrado en igual lapso del 2017 (u$s 5.968 millones).

Esta situación obliga a los operadores locales a afinar las cuentas para captar clientes en la próxima temporada turística. Sin embargo no es una tarea fácil, si se tiene en cuenta que a lo largo de este año la alta inflación y la recesión hicieron sentir el peso de la presión tributaria y las tarifas energéticas, todo lo cual resintió el nivel de actividad. También complica las inversiones necesarias para ampliar y mejorar la infraestructura turística. La aplicación en San Carlos de Bariloche a partir del 2017 de una “tasa de pernocte” de 5 a 60 pesos destinada a financiar obras es una prueba de que cuando faltan recursos resulta imprescindible extraerlos de donde sea posible, siempre que se puedan exhibir resultados.

Los servicios turísticos que aumentaron sus precios y tarifas en función de la mayor inflación terminaron elevando su costo en dólares para los turistas.

La aplicación en Bariloche de una “tasa de pernocte” destinada a financiar obras es una prueba de que cuando faltan recursos hay que extraerlos de donde sea.

Datos

Los servicios turísticos que aumentaron sus precios y tarifas en función de la mayor inflación terminaron elevando su costo en dólares para los turistas.
La aplicación en Bariloche de una “tasa de pernocte” destinada a financiar obras es una prueba de que cuando faltan recursos hay que extraerlos de donde sea.

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