¿Un punto de inflexión?

El economista Paul Romer, exprofesor de Desarrollo Económico de la Universidad de Stanford y empresario de éxito, desenvolvió la idea de que el desarrollo depende de las normas por las que se rigen las relaciones económicas.

Precisamente, el citado enfoque argumenta que los países pobres lo son porque sus normas, deficientes, desincentivan la inversión y la creatividad empresarial. La evidencia es muy simple, los altísimos gravámenes sobre el sector real de la economía argentina destruyen los incentivos de los empresarios, quienes no invierten porque pierden dinero con cada unidad adicional que ofrecen en el mercado. El riesgo propio, más el desconocimiento del terreno en grado de detalle, erige barreras aún más distantes para los inversores extranjeros.

Carlos Rodríguez, de la Universidad del CEMA, sostiene: “Nos hemos convertido en una economía de reparto, que vive básicamente de las rentas de nuestros abundantes recursos naturales y el esfuerzo del sector agroexportador”. Y continúa diciendo: “Mientras el ingreso per cápita permanece casi estancado hace décadas, el número de jurisdicciones político/administrativas y de empleos públicos para llenarlas crece sin cesar. También aumentan los impuestos, en número y en las alícuotas de los que ya existen. La presión impositiva creciente es necesaria para que el Estado absorba o subsidie el imparable número de desempleados estructurales que la misma presión impositiva genera. Es un círculo vicioso que la política se ha visto incapacitada de detener”.

Sin embargo, la solución aparece evidente: el inevitable ajuste del sector público y la consecuente disminución de la presión tributaria. Por supuesto, el listado de quienes deben ser ajustados es extenso y se propaga, entre otros, sólo por citar algún ejemplo, desde el indecoroso incremento de la dieta de los legisladores hasta la creación de vanos cargos en la función pública, en todos los niveles de gobierno.

Es necesario espabilarse contra los intereses creados, la corrupción institucional, la inequidad de la Justicia, la inercia del dolce far niente propuesto por el facilismo populista, que ha sido gradual, pero sistemático, y no ceder ante las protestas ni dar marcha atrás, porque, como ya se ha dicho en la Edad Media, “la verdad es hija del tiempo”. Así, las inconsistencias y tensiones inherentes a las fases de “exuberancia irracional”, multiplicadas por perturbaciones del gasto, deben subsumirse al germen de una “sana recesión” que adecue a niveles sustentables esa parte de la ecuación.

Sólo si el presidente Macri es capaz de hacer el esfuerzo de mantener un rumbo de gobierno que garantice los derechos de propiedad, y que permita a los ciudadanos expresar la mejor versión de cada uno, el conjunto de las decisiones empresariales darán lugar a una asignación intertemporal concreta del capital: la del crecimiento económico. De lo contrario, nada vendrá por añadidura, sino la zozobra que ante un eventual punto de inflexión está a punto de salirse de cauce.

* Doctor en Economía

Sin embargo, la solución aparece evidente: el inevitable ajuste del sector público y la consecuente disminución de la presión tributaria.

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Sin embargo, la solución aparece evidente: el inevitable ajuste del sector público y la consecuente disminución de la presión tributaria.

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