“Vive rápido, muere joven”

Mirando al sur

Pocas cosas resultan más complicadas que averiguar qué piensan y qué opinan en verdad los adolescentes, sobre el tema que a uno se le ocurra. Porque suceden dos cosas con ellos: o dicen lo que suponen que queremos escuchar para que no alarguemos la charla, para que no insistamos en eso de comunicarnos, para que los dejemos tranquilos, o basta que pasemos a su lado para que cualquier conversación entre amigos o telefónica que estén manteniendo quede en pausa hasta que estemos a una distancia prudente. A distancia “no puede escuchar”. Por eso, participar, sin invitación, de un diálogo sincero entre ellos, de una conversación sin guía adulta, es algo parecido a asomarse a sus cabezas en formación y ver qué se cocina allí.

Era un grupo de cuatro, todos varones, que conversaban animadamente sobre el Peti. Vaya uno a saber cómo habrá comenzado ese diálogo. El Peti era un muchacho con un enorme prontuario, con robos y asesinatos comprobados y otros sospechados, que fue asesinado en un ajuste de cuentas en abril de este año. Tenía 17. La noticia, acompañada de la vida y obra del Peti, apareció en los medios, por eso estos chicos estaban informados.

Los muchachos que hablaban de él rondaban la misma edad y nombraban al Peti como nombrarían a un actor o a al personaje de un cómic: alguien famoso pero que no parece del todo real. Decían que, si bien entendían que matar no estaba bien, el Peti había vivido y muerto según sus códigos y eso les causaba admiración. El Peti había hecho siempre lo que había deseado. Ese era el punto de la conversación. Si quería matar, mataba. Si quería robar, robaba. Si quería hacer lo que fuera, lo hacía. Nadie le ponía límites, nadie se le cruzaba en el camino. Y vivir de ese modo, bajo la libertad de acción más absoluta, a estos jóvenes les parecía la mejor forma de vivir. Incluso si el precio a pagar era la muerte temprana. Murió, sí, decían, pero haciendo lo que se le cantaba. Lo acribillaron, pero antes se llevó a todos los que quería llevarse. Y si uno no puede hacer en 17 años de vida lo que quiere hacer, ¿cuál es el sentido de todo?

Cualquiera podría pensar, y con mucha razón, que los jóvenes que opinaban de ese modo procedían de hogares en riesgo, de familias rotas en donde faltan límites y contención. De hogares similares a los de todos los Peti. Pero no. Eran chicos que conozco, chicos que son la dulzura en persona. Que estudian, hacen deportes, participan en actividades solidarias, buscan sus primeros trabajos para sumar unos pesos. Chicos que simplemente estaban conversando entre ellos como cuando los adultos, en confianza, decimos que queremos matar a alguien, sabiendo perfectamente que no saldremos a asesinar a nadie.

Si escribo sobre esto es porque lo que me llamó la atención fue la actitud de fascinación y admiración por un par que no tenía nada ni a nadie. Y eso es lo que ninguno de estos cuatro adolescentes llegó a ver (y yo no interrumpí en ningún momento porque no podían saber que los estaba escuchando), que difícilmente el Peti haya disfrutado algo de la vida. Que seguramente el mismo Peti odiaba su vida y que hubiera dado lo que fuera por cambiar su lugar por el de estos chicos y vivir en un hogar junto a adultos que orientan, que dicen esto no, que ofrecen alternativas y futuro y que enseñan que toda acción trae consecuencias.

Cambiando el ángulo pero siguiendo en el tema, hace un par de años una hermosa joven de doce años a quien conocía de vista se suicidó. Los motivos nunca me quedaron muy claros, si es que valen los motivos… No cambian la sorpresa ni el dolor. Lo cierto es que, en busca de respuestas que me permitieran entender y hablar con mis hijos de lo sucedido, ingresé a la página de Facebook de la niña. Las redes tienen esas cosas, nos sobreviven, siguen estando allí aun cuando uno ya no.

Desde el momento de la muerte de M. los mensajes en su muro se multiplicaron. Chicos y chicas de su edad le enviaban un último mensaje, con sinceridad y ternura. Pero en esos textos no decían lo que uno puede esperar… que había caminos, que ojalá hubiera pedido ayuda, que matarse no era la respuesta. Además, nadie estaba enojado, destruido, confundido. Por el contrario, la mayoría decía que estaba bien. Que si esa era la decisión de M., la entendían, la acompañaban y le deseaban que allí a donde fuera encontrara lo que deseaba. Y acompañaban los textos con muchos angelitos y corazones y algo parecido a las buenas ondas. ¡Buenas ondas para un suicido! Es decir: esos adolescentes estaban expresando que suicidarse era una opción viable si la vida se ponía complicada. Y agregaban que lo único importante era hallar la felicidad, sobre la tierra o tres metros bajo ella.

Esta idea de que la vida sólo existe para ser disfrutada y que mejor hacerlo sin esfuerzo, sin trabajo, sin contrariedades; de que toda decisión personal es válida, como si los demás no existieran; y de que es aceptable hacer lo que uno quiera hacer sin medir consecuencias, a mí, por lo menos, me provoca deseos de agarrar a cada adolescente de los hombros y sacudirlo hasta que entienda. Pero más allá de que la violencia no es lo mío, entiendo que es una fase, que pasará, que se darán cuenta. Y que un día verán a algún conocido, amigo, compañero, joderse la vida hasta lo indecible y se dirán: qué picardía, qué pena, qué pérdida, con todo lo que le quedaba por vivir.

Si usted desea contarme una historia relacionada con el mundo de la adolescencia y el ser padre de adolescentes, o quiere sugerir temas a tratar en esta columna, puede escribirme a verosuk@gmail.com. En los artículos no aparecerán nombres propios ni datos que puedan identificar a sus protagonistas.

Los que hablaban de él rondaban la misma edad y nombraban al Peti como nombrarían a un actor o al personaje de un cómic: alguien famoso pero que no parece del todo real.

Estaban conversando entre ellos como cuando los adultos, en confianza, decimos que queremos matar a alguien, sabiendo que no saldremos a asesinar a nadie.

Datos

Los que hablaban de él rondaban la misma edad y nombraban al Peti como nombrarían a un actor o al personaje de un cómic: alguien famoso pero que no parece del todo real.
Estaban conversando entre ellos como cuando los adultos, en confianza, decimos que queremos matar a alguien, sabiendo que no saldremos a asesinar a nadie.

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios