Vivimos en internet

Mirando al sur

No somos adictos a internet. Es el medio en el que hoy vivimos. Es como si en el siglo XIX a alguien se le hubiera ocurrido llamar “adictos a la ciudad” a la gran cantidad de gente que se mudaba a los centros urbanos para tener una mejor calidad de vida (o, por lo menos, un trabajo menos brutal o mejor remunerado que el que le ofrecía la vida rural).

Internet no es un mero medio de comunicación. Tampoco es una mera herramienta. Es un espacio virtual en el que sucede lo más interesante de nuestra vida (y es, además, un medio de comunicación y la más poderosa herramienta que inventamos luego del lenguaje). Más de la mitad de la humanidad ya se pasa entre el 60 y el 80% de su tiempo despierto mirando pantallas conectadas a internet. Y esa cifra está siempre desactualizada, porque cada día crece el porcentaje de personas que acceden a la red.

Hace décadas Marshall McLuhan mostró que las tecnologías de la comunicación (que por entonces eran muy rudimentarias; apenas existía la TV abierta, la radio, los diarios y los libros) no eran recipientes pasivos o herramientas que podemos usar sin que tengan algún efecto sobre nuestra forma de ver el mundo o nuestras prácticas. Ya en los años 40 o 60 del siglo pasado, el aparato de radio o el televisor cambiaron la forma en la que la mayoría de la gente se reunía a comer, integrándolo como un miembro más de la familia.

Creamos herramientas y luego éstas nos crean a nosotros. Cuando inventamos una nueva tecnología ella nos transforma. Y lo hace sin que nos demos cuenta. Hasta hace poco más de un siglo la casi totalidad del planeta no sabía qué era la electricidad ni para qué podría servir. Hoy para la mayoría de nosotros es impensable la vida sin ella. Simplemente recordemos todos los inconvenientes que sufrimos cuando se producen los apagones masivos. Salvo cuando falla, la electricidad se vuelto “invisible” para nuestra cultura, pero sin ella nada de lo que consideramos básico podría funcionar.

Algo similar ocurre con internet. Casi todo lo que hace a la vida contemporánea sucede allí: desde el homebanking hasta la provisión de remedios a los hospitales, desde el monitoreo del tránsito urbano hasta el control de las cámaras de seguridad en las grandes ciudades. Y estamos a nada de que todos los objetos que nos rodean (desde el inodoro a la heladera, pasando por la cafetera o los muebles del living) estén conectados a internet en esta nueva aventura que ya comenzó y que se llama internet de las cosas (o IoT, por su sigla en inglés: internet of things).

Así como al comienzo de la era de la electricidad el principal uso fue la iluminación de las calles y de los hogares (para luego crear todos los demás productos que funcionaron con ella), al comienzo de internet se la usó fundamentalmente para comunicarse o para jugar, por eso tanta gente aún la considera no más que un medio de comunicación o de entretenimiento. El e-mail, los grupos de chats y los juegos online pertenecen a esa etapa heroica de internet. También permitió masificar la pornografía (y eso continúa: una de cada tres horas en internet se usan para ver pornografía).

Ahora todos los procesos productivos (individuales, empresarios o gubernamentales) se hacen en internet. Cada vez quedan menos porciones del mundo material que no se digitalicen y pasen a funcionar en el mundo virtual. Mientras tanto nosotros, los humanos, nos vamos convirtiendo en seres anfibios: vivimos una parte en el mundo de los átomos y una parte (cada vez mayor) en el mundo de los bits. Y ya ni nos damos cuenta.

De los diez “lugares” del planeta en los que hay más gente interactuando sólo tres son países que existen en el mundo material: China, India y los Estados Unidos. El resto son sitios virtuales: desde Facebook (el mayor conglomerado humano, mayor a la suma de los habitantes de los EE. UU. y China) hasta Twitter, Amazon o Youtube.

La experiencia de vivir en línea (que es cada día más masiva) cambia también nuestra percepción. Hace 25 años hacíamos una hora de cola en un banco y lo soportábamos. Ahora, si el homebanking está “lento” (es decir, si no responde al instante o “tarda” unos segundos en responder a nuestro click) nos parece una catástrofe.

Internet produjo cambios radicales, tanto en la percepción como en las conductas. Ahora todos somos multitasking: respondemos un llamado mientras leemos un mail, a la vez que miramos en la web del banco si se nos depositó un pago. Ya no leemos textos continuos que no queremos interrumpir (como hacíamos con los libros en la época anterior a internet), ahora conectamos fragmentos de distinto tipo. Pasamos de un texto a un video y de imágenes a sonidos con una frecuencia que hace que ni registremos que estamos interactuando con 3 o más soportes a la vez.

Estamos en medio de la mayor revolución cultural que se haya documentado jamás. Vivimos en medio de un vértigo que nos desarma a la vez que somos muy poco conscientes de ese vértigo. Solemos olvidar que hace apenas 15 años gran parte de las aplicaciones que hoy usamos no habían sido siquiera pensadas.

Internet ya no es algo externo a la experiencia humana. La forma actual de ser humano es vivir en internet.

En el siglo XIX a nadie se le hubiera ocurrido llamar “adictos a la ciudad” a la gran cantidad de gente que se mudaba a los centros urbanos para tener una mejor calidad de vida.

Los humanos nos vamos convirtiendo en seres anfibios: vivimos una parte en el mundo de los átomos y una parte (cada vez mayor) en el mundo de los bits. Y ya ni nos damos cuenta.

Datos

En el siglo XIX a nadie se le hubiera ocurrido llamar “adictos a la ciudad” a la gran cantidad de gente que se mudaba a los centros urbanos para tener una mejor calidad de vida.
Los humanos nos vamos convirtiendo en seres anfibios: vivimos una parte en el mundo de los átomos y una parte (cada vez mayor) en el mundo de los bits. Y ya ni nos damos cuenta.

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