Confesiones de un escritor en un libro desmesurado

Lector precoz que escribe desde muy joven, Karl Ove Knausgård cuenta su iniciación literaria en Bergen humillaciones, rechazos, comienzos y recomienzos en “Tiene que llover”.

Son muchas las luchas que Karl Ove Knausgård libra en “Mi lucha”, la novela autobiográfica en seis tomos que en la edición original (2009-2011) cautivó a medio millón de noruegos, pero recién en el quinto sabremos cómo llegó a amalgamarlas en las tres mil seiscientas páginas que desde 2012, desvelan a escritores, críticos y lectores de todo el mundo.

Como el fluir de la memoria, la cronología del recuento es errática, pero el ir y venir en el tiempo nos vuelve aliados de Karl Ove, testigos calificados para facetar el presente de lo que estamos leyendo con lo que vendrá y lo que ya ha sucedido. Supimos de la muerte del padre antes que de su infancia en Kristiansand y su primera juventud en un pueblito de pescadores en los fiordos, y del segundo matrimonio y la crianza de los hijos en Suecia, antes que del fracaso del primero en Noruega. Supimos también que es un lector precoz y escribe desde muy joven, pero sólo sabremos ahora que la verdadera iniciación literaria sucede en Bergen, durante los catorce años de lecturas, humillaciones, rechazos, borradores, comienzos y recomienzos, que se despliegan en “Tiene que llover” con la misma ambición desaforada de contarlo todo de los otros tomos.

Y si algún lector confundió el torrente autobiográfico con la confesión catártica, la autoficción o la escritura automática, comprobará ahora que esa forma amplificada del realismo resulta de años de inmersión voraz en la lectura, un duelo silencioso con cada escritor que admira y una larga sucesión de intentos fallidos, hasta tensar la cuerda de la novela para que el tiempo de la escritura coincida con el tiempo real de lo que se cuenta, y el lenguaje se desvanezca en una pura emulsión que deje al desnudo lo que se muestra.

Las luchas de Karl Ove hijo, hermano, padre, alumno, maestro, amigo, amante, son duras y a veces tediosas como las de cualquier vida, pero la de Karl Ove escritor es obstinada y tenaz como las lluvias de Bergen.

El arco es largo desde la ilusión del comienzo a los 19 años en Bergen (“Era la lluvia, eran las luces, era la gran ciudad. Era yo mismo, sería escritor, una estrella, una luz para los demás”) y la admisión del fracaso en la Academia de Escritura (“Era inmaduro, estaba lleno de tópicos, era superficial, era realmente incapaz de penetrar en la conciencia”), hasta la euforia del primer libro publicado muchos años más tarde (“Me tambaleaba bajo la presión de la felicidad. Han aceptado mi novela. Soy escritor”) y el esperado reconocimiento (”Sensacional debut”, en la primera plana del diario). Coincide con la educación sentimental, nublada por la timidez, la inseguridad, la competencia larvada con el hermano y la lucha demoledora con el padre, sofocadas con el alcohol, la autoflagelación y la violencia gratuita.

Los años en la Academia y la Universidad (Letras y más tarde Historia del Arte) se alternan con trabajos temporarios en un hospital, una clínica psiquiátrica, una granja y hasta una plataforma petrolera, y las primeras publicaciones, con el primer matrimonio, la primera infidelidad y las primeras muertes de la familia, incluida la del padre, que hacia el final vuelve a contarse en una versión abreviada, como si las tres mil páginas que ya lleva escritas hubiesen aligerado por fin la sombra paterna. Son años tumultuosos de los que Knausgård, una vez más, dice recordar muy poco, pero todo aflora o se recrea en la catarata imparable de la prosa, dictada por una especie de “oído absoluto del recuerdo”: calles, clases, bares nocturnos, tardes de lectura, flechazos, citas, mudanzas, ensayos con una banda de rock y raptos frente a la naturaleza, accesos de alegría desbordada y sobre todo de llanto, éxtasis amorosos y borracheras, una temporada en Islandia y otra en Inglaterra, dos escaladas de violencia.

Pero si hay algo que permanece y late constante en los años de iniciación en la lluviosa Bergen es la lectura, hallazgos, deslumbramientos y decepciones que se mezclan en el mismo aluvión de la prosa con comentarios a veces muy breves, sentidos y transparentes como el resto del recuento. La excitación del encuentro con lo único se mezcla con la impaciencia por “llegar hasta allí”; la desolación y el desaliento (“Yo nunca escribiría algo así”) con la perseverancia y el aliento (“Tengo que escribir así, puedo escribir así”). Pero lo que realmente desvela a Karl Ove es el desafío inalcanzable de una transparencia radical, el camino al “ojo transparente” emersoniano, capaz de ser nada y ver todo: “Niebla, corazón, sangre, árboles. Ah si lograra escribir sobre ‘eso’, no, no escribir sobre ‘eso’, sino conseguir convertir la escritura en ‘eso’, entonces me sentiría feliz”. Knausgård cree que los límites entre el yo, la cultura y las cosas son difusos y que escribir sobre uno mismo no es necesariamente un ejercicio de introspección, sino más bien lo contrario. Su vida es lo que tiene más a mano para romper el cristal y aunar el lenguaje con la experiencia.

De las otras muchas luchas de Karl Ove el final es incierto; la saga concluye en el próximo volumen pero la vida continúa.

Autores de allí y acá

Lecturas que forman

La lista de autores que desfilan por las páginas de “Tiene que llover” es extraordinariamente variada, con profusión de nórdicos y una afluencia nutrida de otras tradiciones, novela, poesía y ensayo, y hasta una enciclopedia de la literatura universal desde Homero a los 60, que Karl Ove recorre, autor por autor, para completar el panorama. Lee a Knut Hamsun y a Charles Olson, a Jean Genet y a Paul Celan, a Hegel, a Blanchot y a Adorno. La amistad con otros escritores multiplica las horas en la biblioteca, el desafío y el entusiasmo. Lee al Dante y a Joyce, todo Flaubert y todo Proust, a Claude Simon, a Robbe-Grillet y a Nathalie Sarraute, a Mandelstam y a Bernhard, y también, para sorpresa del lector argentino, una y otra vez a Cortázar y a Borges. Es cierto que no lee a muchas escritoras mujeres pero también aquí prima el deseo de verdad y el recuento no cubre cuotas. Knausgård no calcula ni teme juicios; recupera la huella de un autor o un libro y toma nota.

“Era la lluvia, eran las luces, era la gran ciudad. Era yo mismo, sería escritor, una estrella, una luz para los demás”

“Era inmaduro, estaba lleno de tópicos, era superficial, era realmente incapaz de penetrar en la conciencia”

“Me tambaleaba bajo la presión de la felicidad. Han aceptado mi novela. Soy escritor”

comienzo, fracaso y emoción según Karl Ove Knausgård.

Datos

“Era la lluvia, eran las luces, era la gran ciudad. Era yo mismo, sería escritor, una estrella, una luz para los demás”
“Era inmaduro, estaba lleno de tópicos, era superficial, era realmente incapaz de penetrar en la conciencia”
“Me tambaleaba bajo la presión de la felicidad. Han aceptado mi novela. Soy escritor”

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