El disparador: Correr

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Correr es como soñar. Mientras sucede, la mente divaga solitaria y sin control. A veces crea un escenario duradero, otras pasa un tiempo encadenando frases, ideas, pensamientos. Surge la ilusión de que luego me acordaré de todo. Terminar de correr es como despertar: por lo general, no me acuerdo de nada. Pero algo pasó, y me gusta.
El escritor Haruki Murakami, que lleva más de tres décadas corriendo casi a diario, dice que tal vez piensa en los ríos o en las nubes: “Pero, en sustancia, no pienso en nada”. Para él lo importante es ir superándose, aunque sólo sea un poco, con respecto al día anterior. Correr como metáfora de la vida. “Si hay un contrincante al que debes vencer en una carrera de larga distancia, ése no es otro que el tú de ayer”, asegura en “De qué hablo cuando hablo de correr”, donde vuelca su experiencia en más de 20 maratones, algunos triatlones y una ultramaratón de 100 kilómetros. Corriendo, dice, vuelve a cobrar conciencia de que es “una persona débil y con limitaciones”.
A diferencia del escritor japonés, solo llevo seis meses asomado al running. Algo que entiendo, aunque no logre explicarlo, es por qué alguien se fanatiza con salir a dar un paso detrás de otro, sufrir más de una hora, volver al mismo punto y, tras maldecir y sentirse absurdo, poco después de haber terminado el calvario, empieza a pensar en la próxima vez que volverá a correr.
En esta etapa de descubrimiento, es asombroso ver todo lo que provoca el hecho de correr. Hace unas semanas terminé en medio de unos campos, escapando de dos perros que me perseguían, atravesando el parque de una casa privada y luego saltando un portón, todo por una meta: completar los 14 kilómetros pautados de ese entrenamiento.
Porque el objetivo es mejorar, como dice Murakami, que cuando se enoja o siente rabia, se enfoca en sí mismo. Convencido de que la vida es esencialmente injusta, sostiene que incluso de las situaciones injustas es posible extraer lo que de “justicia” haya en ellas: “Puede que ello cueste tiempo y esfuerzo. Y puede que ese tiempo y ese esfuerzo sean en vano. Decidir si merece o no la pena intentar extraer esa “justicia” es algo que, por supuesto, queda al criterio de cada uno”.

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