El disparador: Dolor de cabeza

Columna semanal

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Un hombre entra en la farmacia y pide aspirinas. Debe tener unos cuarenta años. Se queja porque lleva una semana con un dolor de cabeza que sabe cómo quitarse de encima. La mujer que lo atiende lo despacha rápido y le pregunta si quiere algo más.
El hombre le mira el escote, encuentra piel tensa y se queda en silencio. Señor, ¿quiere algo más?, insiste ella. El hombre ahora la mira a los ojos y le dice que sí.
La mujer, que debe tener unos treinta años, parece incomodarse. Lleva los dedos índice y pulgar a los botones de su camisa blanca; se abrocha uno más. Luego le pregunta qué más quiere. El hombre le pide algo que le quite el dolor.
–Ya le di aspirinas, ¿quiere Ibuprofeno?
–No, tomé eso toda la semana. Me hizo mal al estómago.
–¿Fue al médico?
–No, voy mañana.
–Bueno, falta menos. Paciencia –sugiere ella.
–Cuando el dolor está dentro tuyo el tiempo no pasa más.
–Claro… Pero dicen que lo que no te mata, te fortalece, ¿no?
–Es fácil filosofar cuando es el otro el que está hecho polvo.
La mujer no dice nada. Es como si no entendiera qué pretende el hombre, que sigue parado frente a ella y no se va. Es pleno mediodía y no entra nadie en la farmacia. El hombre va hasta las góndolas que están en el centro del local. Revisa un estante con cremas humectantes, toma una, lee la etiqueta y la deja en su lugar. Vuelve al mostrador, sin nada en las manos.
–¿Almorzaste?–pregunta el hombre.
–No.
–Te invito. Podemos comer una pizza en la esquina.
–No puedo, gracias. Tengo que atender acá. Además, me traje una ensalada.
–Ah…
–¿Va a llevar algo más o le cobro, señor?
–Dame este chocolate y cobrame, dale.
El hombre paga con tarjeta de crédito. Cuando ella le da el extracto para firmar, él además añade un número de teléfono. ¿Me vas a llamar?, pregunta con una media sonrisa. Ella agarra el ticket, suspira, y le dice que sí.

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