El disparador: el almacenero

Juan Ignacio Pereyra

pereyrajuanignacio@gmail.com

Datos

En el mundo hay demasiada tontería, me dice el almacenero mientras me da el vuelto. Hace cuatro años que cada tanto voy a comprar algo a la esquina de casa. Esta vez fueron unos bizchochitos. Y es la primera vez que surge una charla. El disparador está arriba de la puerta: colgado de la pared, un televisor muestra una mesa con cuatro hombres que discuten, no se sabe muy bien sobre qué. Pero queda claro que discuten en voz alta.
Como no estoy apurado y el almacenero está con ganas de hablar, lo escucho. Estos tipos chorrean cinismo, dice. Son todos lugares comunes. Banalidad. Trampa. Bajeza. El show como eje de la nada, reflexiona. Aunque es una nada que hace ruido, le comento. Sí, zumba en los oídos, entumece el cerebro, dice. Y después algunos repiten eso mismo que escuchan, y lo hacen de la misma manera: sin pensar. En realidad, es una forma de no comprometerse.
Le pregunto a qué se refiere, y plantea que es como si hubiera personas que hablaran todo el tiempo de la tele -como símbolo de lo superficial- para no mirar hacia adentro. Sin asumir que la realidad que podrían intentar modificar es la que tienen a su alrededor. Es ese saludo que se olvidan de dar cuando entran al negocio. Es no intentar meterme un billete falso. Es avisarme si doy mal el vuelto.
Comento -sin confesar que es algo que escuché un rato antes en la radio- que los únicos derrotados son los que dejan de luchar, de soñar y de querer. Me disculpo porque probablemente acabo de decir algo que es un cliché, pero lo aliento -no sé por qué- a que no se dé por vencido.
El almacenero replica que no por repetido algo deja de tener sentido. Y dice: “Pensá en alguien que se cae muchas veces. Pero muchas veces, eh. Cinco, diez, veinte veces. Como un niño cuando está aprendiendo a caminar. El asunto es que tenga la fuerza y el coraje para levantarse y volver a empezar. Hasta aprender”.
Entra otro cliente al almacén. Me despido para volver a casa. Cuando voy hacia la puerta, antes de salir, noto en la pared un cartel que no había visto antes: “Tenemos demasiada pequeñez en nuestro natural egoísmo. Que no te gobierne el miedo. Agrandar el abrazo nos multiplica”.

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